El Colombiano

LOS NIÑOS DE LA FRONTERA

- Por JORGE RAMOS redaccion@elcolombia­no.com.co

Está solo. Es un niño perdido en la frontera, en una zona desértica del sur de Texas. Tiene 10 años de edad y es de Nicaragua, según varios medios.

La piel alrededor de sus ojos está morada, supongo que de miedo, hambre y de tanto llorar. Se nota muy angustiado. Lleva una camiseta de Batman y una chaqueta negra contra el frío. Eso es todo. Nada para beber ni comer. De pronto, el niño se le acerca a la camioneta de un agente de la patrulla fronteriza de Estados Unidos, que ya había terminado su turno, y él lo empieza a grabar en su celular.

-“¿Me puede ayudar? ¿Me puede ayudar?” le pregunta sollozando dos veces el niño al agente.

-“¿Qué pasó?”.

-“Es que yo venía en un grupo de personas y me dejaron botado y no sé dónde están. Tengo miedo”.

He visto varias veces el video y no deja de impactarme. Por lo vulnerable del niño, en un desierto lleno de serpientes y animales salvajes. Y, sin embargo, miles de niños están cruzando solos la frontera de México a Estados Unidos todos los meses.

Unos días antes, dos niñas ecuatorian­as –de tres y cinco años de edad– fueron lanzadas desde un muro fronterizo de cuatro metros de altura y cayeron del lado estadounid­ense. Esto lo sabemos por las imágenes de una cámara de vigilancia de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos. Los dos coyotes que llevaban a las niñas huyeron del lado mexicano.

Más de 18.700 niños cruzaron solos la frontera de México a Estados Unidos y fueron detenidos el pasado mes de marzo. Esta cifra es muy superior a los 4.635 menores de edad que hicieron lo mismo hace un año (en marzo del 2020). ¿Qué ha cambiado?

Mucho. Ha terminado la “crueldad” –según la descripció­n del secretario de Seguridad Interna, Alejandro Mayorkas– con la que el gobierno de Donald Trump trataba a esos niños, que los deportaba a México o los metía en jaulas. El nuevo presidente Joe Biden ha decidido no deportarlo­s y no meterlos en jaulas. Sin embargo, muchos han tenido que pasar más de 72 horas en centros de detención de la Patrulla Fronteriza –y eso es ilegal– o en lugares hacinados a cargo del Departamen­to de Salud. Ninguno de esos sitios son apropiados para niños.

La pregunta más difícil es por qué los padres arriesgan a sus hijos y los empujan a cruzar solos – o con coyotes– la frontera. Y la dura respuesta es que para miles de familias centroamer­icanas es mucho más arriesgado que sus hijos se queden en su país –y enfrenten hambre, pandillas, corrupción, violacione­s y violencia– a que se aventuren a cruzar solos hacia Estados Unidos. Nos están enviando lo que más quieren –a sus hijos– para que los cuidemos y protejamos hasta que puedan reunirse de nuevo con ellos.

He leído en las redes sociales las duras críticas a estos padres. Pero yo no me atrevo a juzgarlos. Me pregunto, honestamen­te ¿qué hubiera hecho yo en una situación similar? Hay que ponerse en sus zapatos. Es difícil entender el grado de desesperac­ión y pobreza que debe existir en zonas de Honduras, Nicaragua, El Salvador y Guatemala para que un padre o una madre decida enviar solos a sus niños al norte con un desconocid­o.

Y las cosas –como vimos con el niño perdido en la frontera en Texas o las dos menores ecuatorian­as– no siempre salen bien. El trauma para el niño es de por vida. Pero, también, se les abre un mundo de oportunida­des.

Estos niños que estamos viendo en la frontera son los nuevos Dreamers. Dentro de una década o un poquito más los veremos en la universida­d, o hablando en inglés sin miedo por televisión y en las redes, o lanzándose como candidatos a un puesto importante, o creando una nueva empresa.

Por eso vienen. Por eso tantos están cruzando la frontera. Aunque sea tan peligroso. Yo sé que este es un gravísimo problema político y que muchas jóvenes vidas se están poniendo en riesgo. No se lo recomiendo a nadie. No vengan así, por favor. Pero creo entender por qué lo hacen, qué los expulsa de su país y qué los atrae a este. Estas familias centroamer­icanas tienen más fe en Estados Unidos que muchos estadounid­enses

La pregunta más difícil es por qué los padres arriesgan a sus hijos y los empujan a cruzar solos –o con coyotes– la frontera. Y la dura respuesta es que para miles de familias centroamer­icanas es mucho más arriesgado que se queden en su país.

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