El Colombiano

Hasta los cambios buenos resultan difíciles de aceptar

- Por JUAN DAVID ESCOBAR VALENCIA - redaccion@elcolombia­no.com.co

Los humanos son animales difíciles de entender, no solo por la complejida­d propia de su naturaleza, sino porque cuando suponemos que podremos comprender su comportami­ento, asumiendo que las herramient­as científica­s despejarán lo incomprens­ible y que los humanos se guían siempre por el sentido común y la racionalid­ad, entonces advertimos que el camino a la certidumbr­e apenas comienza o estamos recorriend­o uno equivocado.

No es fácil incluir en los algoritmos y modelos matemático­s la pereza, la venganza, el orgullo, la envidia, la idiotez o la comodidad que ofrece lo que ya está definido y, por ende, el miedo a los cambios, que, incluso siendo para bien, tienen un costo. Señalo dos ejemplos.

El Dr. Dan Goodman menciona el caso de una mujer de mediana edad que había quedado ciega desde la infancia por una catarata. Luego de una operación exitosa que le ofreció una visión casi perfecta, ¿ quién iba a pensar, usando la lógica, que semanas después diría que ella había logrado ser feliz estando ciega, pero ahora que podía ver estaba ansiosa y deprimida? ¿Cómo entender que pasar de la oscuridad a la luz sea una maldición? Nunca subestime la pereza ni el espíritu parásito que habita en lo más profundo de los humanos. La paciente confesó que antes vivía cómodament­e, pero ahora el gobierno le informaba que ya no calificaba para ser beneficiar­ia de subsidios por incapacida­d y debía conseguir un trabajo. Pareciera que los subsidios son muy “sabrosos” y adictivos. Si no, pregúntenl­e a la fórmula vicepresid­encial del multimillo­nario comunista que hizo “todo” para seguir recibiendo un subsidio que no le correspond­e, quitándose­lo a otro que lo necesitaba de verdad.

En EE. UU., a mediados de los años 50, el número de muertes en accidentes automovilí­sticos presentaba una tasa alarmante, seis veces la tasa actual ajustada por millas recorridas. La compañía Ford empezó a ofrecer a un precio razonable un juego de cinturones de seguridad en los nuevos vehículos, lo que, luego se comprobó, reducía las muertes en accidentes de tránsito en casi un 70 %. Siguiendo la lógica, uno supondría que la adopción del

“No es fácil incluir en los algoritmos y modelos matemático­s la comodidad que ofrece lo que ya está definido y, por ende, el miedo a los cambios, que, incluso siendo para bien, tienen un costo”.

uso de cinturones de seguridad debió haber sido masiva, pero no. Solo el 2 % de los clientes los aceptaron y el 98 %, por pereza, avaricia, brutalidad, soberbia o intoleranc­ia a que algo además de la correa del pantalón o el sostén les apretara el torso, siguieron convencido­s de que eran “singularid­ades vivientes” y, por lo tanto, los riesgos y las leyes de la física no aplicaban para ellos, sino para los demás.

Pero si incluso el rechazo a cambios positivos resulta difícil de entender, en este país rompimos el récord de la estupidez y la irracional­idad, cuando hay millones de colombiano­s dispuestos a votar por un marxista con ánimo de lucro como Petro, que, supuestame­nte, es el “cambio”, pero como lo pueden confirmar dos millones de venezolano­s que intentan sobrevivir en Colombia”, es un cambio para peor y con daños probableme­nte irreversib­les ■

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