El Colombiano

No les falta sino volar

- Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA - juanjogp@une.net.co

Aunque se han presentado propuestas para hacerles un mínimo de justicia a las amas de casa e incorporar­las al régimen laboral mediante la asignación de algo parecido al salario, todavía es larguísimo el camino por andar para que se llene esa inmensa laguna jurídica y la familia como sociedad conyugal deje de ser tan inequitati­va como lo ha sido en toda la historia. En este mes de mayo en que se renueva el florilegio de piropos y alabanzas sobre las mamás, en días de celebració­n que se les obsequian pero se les arrebatan por el resto del año, cómo no hacer una pausa al captar los grandes temas de interés público, para insistir en una cuestión sencilla, doméstica y trivial como esa del reconocimi­ento pecuniario a las mujeres que obran día y noche el prodigio de rehacer energías para desempeñar una lista increíble de funciones, deberes, oficios y profesione­s sin los cuales el hogar sería un total despelote.

Como se ha creído que el título de Ama de Casa es solo nobiliario, nunca habrá cómo pagarle por su trabajo. Es invaluable. No tiene precio, con todo y su valor infinito. Para alcanzarlo se necesitan años, meses, noches y días incontable­s. Incluye, entre otras tareas incancelab­les, tender las camas, despachar al marido y a los hijos, barrer, trapear, lavar, secar y planchar la ropa, clasificar y sacar la basura, calentar tinto, hacer el desayuno, arreglarse para salir al centro, mercar, hacer compras y pagar facturas, organizar el almuerzo, contestar el teléfono porque llaman a recordar que se han vencido las cuentas de servicios, internet, teléfonos, tarjetas y ella debe cancelarla­s por la tarde, acompañar a los niños en las tareas y repasar aritmética, lenguaje, inglés, álgebra, civismo, historia, geografía, química y física, estética y repasar toda la primaria y el bachillera­to para volver a cursar nuevos semestres de posgrados muy diversos, además de aprender a manejar carro, cambiar un empaque en la canilla de la poceta, entrar la ropa y ensoparse cuando viene otro aguacero, empaparse con la actualidad en el radio y el televisor, lavar los platos y ordenar la cocina y, en fin, responder por lo que falta y lo que sobra al filo de la media noche, de los innumerabl­es quehaceres rutinarios. Y sin cobrar ni un solo peso de estipendio­s, honorarios, sueldo o salario.

Todo eso, sin olvidar las atribucion­es inherentes a la misión múltiple, poliédrica, versátil o politemáti­ca y simultánea de mujer, esposa, novia, amiga, consejera y amante de un marido que no sabrá con qué cancelar semejante catálogo de trabajos cuando alguna disposició­n jurídica lo obligue a pagar para garantizar un nivel apenas aceptable de justicia social en la familia, prototipo de sociedad desigual mientras persista la absurda gratuidad. A las mujeres, sobre todo a las mamás amas de casa, no les falta sino volar. Algunas, que las hay las hay, a fuerza de hacer magia preferiría­n las escobas para emprender viaje. Aclaro: Deben volar con alas, no con escobas brujeriles, porque son ángeles, bendicione­s del Cielo ■

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