El Colombiano

Cavendish, el ruido emocionant­e del Giro

El británico se impuso en la primera batalla entre sprinters en la carrera italiana. Fernando Gaviria avisa, terminó tercero. Cavendish suma 160 triunfos como profesiona­l.

- Por MAURICIO LÓPEZ RUEDA

Terminó el piccolo Giro de Hungría, la coda, podría decirse, de la corsa rosa, que ahora transitará hacia el sur de la “bota”, lo que recuerda un breve pasaje de un poema de Edren Ady: “El viento zumba al calor y se interna hacia el sur; hacia el sur nos aguardan, nos aguardan en algún lugar del rumor del mar”.

Ady, que nació a finales del siglo 19 y murió en la segunda década del 20, fue uno de los primeros demócratas húngaros, un modernizad­or desde el arte que, de seguir vivo, sentiría bochorno de su propio país, subyugado por el ultraderec­hista Viktor Orban, que desde que se consolidó como Primer Ministro espantó el Turul, esa gigantesca ave que, según cuenta la leyenda, vive en la cima del árbol de la vida y cuida de las almas perdidas. Y quiénes más perdidos que los migrantes, que los refugiados, despojados de sus patrias y sus madres.

Pero Orban se niega a recibirlos, acostumbra­do a las fortalezas desde que era niño, pues nació en Székesfehé­rvár, ciudad conocida como `Castillo blanco'. Y mientras el líder del Fidesz se vanagloria por proteger a su patria de los “sin madre”, sí limpia la cara, en pleno día de las madres, con la fiesta del ciclismo.

Tres etapas y más de 410 km a lo largo de esas llanuras limosas repletas de robles, tilos y hayas donde predominan las cavernas, los castillos y los templos antiguos que traen hondas memorias de guerras y de imperios, pues allí se asentaron durante siglos, bizantinos y otomanos.

Van der Poel sigue de rosa

De Hungría se fue vestido de rosa Mathieu Van der Poel ( Alpecin), que no compareció en la meta de la tercera etapa, con final en Balatonfür­ed.

El neerlandés, nieto de Raymon Poulidor, se guardó entre sus compañeros y no arriesgó el cuerpo en la batalla de guepardos. Quizás por eso ganó Mark Cavendish, el gran maestro de los sprint, que alcanzó su etapa 16 en el Giro.

El antioqueño Fernando Gaviria ( UAE) lo intentó. El argentino Richeze abrió la brecha para que Fernando se luciera, pero el colombiano no se despegó del sillín de Van der Poel, que no iba a disputar nada de nada, y solo protegía su posición de líder. Cuando reaccionó, Morkov ya había catapultad­o a Mark hacia la victoria, y el de La Ceja no pudo alcanzarlo. Demare, quien sí reaccionó a tiempo, terminó segundo, dejando a Gaviria anclado en el tercero.

No es mal resultado para el paisa, pues demostró que está fuerte, y que tiene velocidad. De acá hasta Verona, si no se enferma, tendrá nuevas oportunida­des, aunque su equipo tiene otras prioridade­s y poco le ayudará a resistir. Lo de Gaviria, incluso con Richeze, es una batalla en solitario.

El romance con los magiares llegó a su fin con una etapa larga y sosa, casi gris, aunque por pueblos blancos, con playas y fachadas blancas. El pelotón recorrió los 201 km desde Kaposvár siguiendo siempre la estela de los tres fugados: Mattia Bais, Filippo Tagliani (Androni) y Samuele Rivi (Eolo). Los tres se escaparon a 50 metros de la salida, y no volvieron a mirar atrás, dieron un concierto de soledad y aventura, un monólogo largo y de bostezo, como el “Microcosmo­s” de Bela Bartok.

Al final fueron engullidos por el lote, pero nadie les quitará “lo bailado”.

Después de la lentitud contemplat­iva de Bartok, la carrera se subió al pentagrama de Franz Liszt y se hizo más rápida y emocionant­e. Tanto como la vida del peludo compositor húngaro, quien competía con Chopin por los pianos y los amores fugaces de las tabernas.

Tras sortear a los fugados, el pelotón siguió rodeando el hermoso lago Balaton, uno de los más grandes de Europa, en busca de la meta. Eran los kilómetros finales en Hungría y había que despedirse de la gente dando espectácul­o. Por eso, los equipos DSM, FDJ y Quick Step tomaron el mando y aceleraron el ritmo.

Fue una etapa en la que predominó el tedio, la soledad, las grandes llanuras, el Art Nouveau y ese lago de ribetes blancos. Y fue “blanco el silencio, blanco manto; y nunca fue el silencio tan grande”, escribió alguna vez Endre Ady. Ayer, sin embargo, fue más grande el ruido de Cavendish que ese silencio, porque el inglés de la Isla de Man hizo sonar su Specialize­d Tarmac como una estridente guitarra rockera en un país donde están acostumbra­dos a los pianos y los violines. Este lunes se descansa en el Giro, y luego el sur, el Etna, la montaña ■

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FOTO EFE

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