Nos quedamos con el recuerdo
Ayer hizo 65 años —10 de mayo de 1957— en que un país unido para restablecer las libertades derrocó al general Rojas Pinilla, actor del único golpe de Estado militar que prosperó en la historia política colombiana en el siglo XX.
Por supuesto que en aquella época había poder de convocatoria nacional. Dos partidos políticos fuertes, sólidos, con líderes de gran prestigio e influencia en la opinión pública, con una clase dirigente empresarial, gremial, universitaria que se unió con las fuerzas sociales para reimplantar el Estado de Derecho y las instituciones democráticas. Fue una bella jornada para devolverle a un país herido por la espada su decoro y dignidad.
Hoy, 65 años después, ¿está el país preparado para cualquier zarpazo que desde un gobierno de extrema izquierda, revolucionario y provocador, instalado en la casa presidencial por triunfo electoral, se propine contra sus instituciones y su juridicidad? ¿Tiene el país líderes en su dirigencia política con capacidad de convocar las fuerzas democráticas para enfrentar los excesos y arbitrariedades de populistas y demagogos, enganchados y atornillados en la cúpula del Estado? Dudamos. Lo que hoy vemos es una Nación dividida. Llena de odios, ansiosa de revanchismos, con intereses oscuros, capitalizando las desigualdades y brechas sociales que por tanto tiempo el Estado no ha podido cerrar. Hay unos ilusionistas, agitando la lucha de clases. Un país con partidos políticos tan abundantes como débiles, sin sentido de responsabilidad republicana, afectados por el manzanillismo, que, a falta de ideología, han encontrado en el odio la materia prima
“Lo que hoy vemos es una Nación llena de odios, ansiosa de revanchismos, con intereses oscuros, capitalizando las desigualdades y brechas sociales que por tanto tiempo el Estado no ha podido cerrar”.
para su acción proselitista. Y que tienen en sus afanes el dominio del presupuesto nacional para abordarlo en acciones de piratería clientelista.
Contribuye a estas incertidumbres, en vísperas de unas elecciones presidenciales, una Registraduría que no ofrece ninguna confianza sobre la veracidad y fidelidad de sus resultados. Una entidad que se mueve entre la ignorancia tecnológica y la malicia para operarla, que ya ha perdido toda confianza y que a menos de tres semanas de la primera vuelta presidencial no tiene capacidad alguna de recuperar su credibilidad y menos de borrar el cargo de que en el país “el que escruta elije”.
Hoy, 65 años después de haber protocolizado Colombia una unión de voluntades, de propósitos, de objetivos, para tumbar la dictadura militar, mira con desconcierto un espectro político diferente. Se percata de unas encuestas que no garantizan una estabilidad racional ni emocional. Está advertida de que si el candidato populista gana, su sueño presidencial es para una larga temporada. El Congreso, que podría ser la piedra en el zapato para frustrar la pesadilla, es una mercancía fácil de comprar. Hacer mayoría parlamentaria en Colombia es sencillo. Se logra con abundancia de mermelada, para convocar a una Constituyente que construya una nueva Carta Constitucional hecha a imagen y semejanza del populismo. Y colorín colorado, solo nos quedamos con el recuerdo del 10 de mayo de 1957… ■