El Colombiano

Un López se despidió en el Etna y otro se vistió de rosa

Como se había previsto, la cuarta etapa del Giro de Italia traería sorpresas. Colombia perdió su Supermán, quien arrastra problemas de cadera.

- Por MAURICIO LÓPEZ RUEDA MIGUEL ÁNGEL LÓPEZ Ciclista colombiano del Astana

“Es doloroso dejar el Giro así. Les deseo buena suerte a todos los muchachos y espero que el equipo haga buena carrera”.

Cuentan los lugareños de Randazzo, el pueblo más cercano a la cima del Etna, que esa montaña tiene una maldición amorosa.

Acostumbra­dos a ese viento pesado, cargado de sedimentos volcánicos que, durante años han pintado los techos de sus templos y sus casas, los apacibles vecinos de la Ninfa helada, hija de Urano y Gea, dicen que ella fue amante de Hefesto, el herrero, y que ese amor fallido enfrío su corazón, y por eso ya no produce esa “bella fiammata” de otros tiempos.

Quizás sea ese el motivo de que ningún ciclista, tras vencer la cumbre y vestirse de rosa, logre sostener la maglia hasta la última etapa, como si el sueño del “amore infinito”, estuviera vetado para los audaces.

Este martes, sobre la cresta de la Ninfa adormecida, un López se bañó de grandeza, Juan Pedro, oriundo de Lebrija, España, y vestido con los colores del Trek, el blanco y el rojo (nieve y fuego).

Entre tanto, otro López, de Pesca, Boyacá, sucumbió en las faldas de la montaña, atormentad­o por fuertes dolores en la cadera. Era uno de los llamados al podio, pero tuvo que retirarse, una vez más, como cuando en 2020 se bajó de la bicicleta apenas en la primera etapa, y también en Sicilia.

No es la primera vez que lo hace. De sus diez participac­iones en las “Tres Grandes”, Miguel Ángel se ha retirado en cuatro ocasiones, todas en los recientes tres años. El año pasado, peleado con sus compañeros del Movistar, dijo adiós antes de llegar al mirador de Castro de Herville, en la Vuelta a España. Se retiró, también, del Tour de Francia, en Libourne, el puerto de Gironda con el famoso puente de piedra.

Este martes se retiró en Sicilia, en Avola, ciudad de templos y antiguas necrópolis, a pocos kilómetros de Monreale, ciudad en la que se bajó en 2020.

Miguel Ángel López, el joven que se hizo ciclista después de defender con su vida una de sus primeras bicicletas, por lo cual se ganó su apodo de Supermán, ha perdido la cabeza, o “perso la testa”, como dicen los italianos, y quizás tengan razón.

Se peleó con los de Movistar y luego firmó con ese equipo, para volver a pelearse.

Dos de sus retiros han sido por supuestas molestias físicas que jamás contó hasta que fue demasiado tarde. No salió bien del Astana, y regresó. Para colmo, se ha quebrado en donde un escalador de su talla no debe quebrarse, en la montaña, y nunca ha podido rendir ni en cronos ni en descensos. Le ha pesado ser uno de los grandes favoritos del ciclismo mundial.

Ayer le pesó el Etna. Es como si su bici se hubiera atorado en la lava petrificad­a, como un amante vencido al que le escasea la voluntad. Entonces dijo: “tengo dolores desde hace varios días”, y se marchó.

El López vestido de rosa

El otro López, el de Lebrija, enjuto y bajito como el de Pesca, estaba hechizado, henchido de amor, y se anotó en la fuga del día junto a otros prodigios como Rein Taaramae, Lennard Kamna, Sylvain Moniquet, Valerio Conti, Liliam Calmejane, Gis Lemmreize, Mauri Vansevenan­t, Davide Vilella y el colombiano Diego Camargo, entre otros. Todos ellos huyeron temprano del pelotón y desafiaron la maldición de la cumbre nevada.

Uno por uno, como soldados sitiados, fueron cayendo en la implacable carretera, con ese aire pesado llenándole­s los pulmones, y sucumbiero­n. Solo Juan Pedro López se atrevió a enfrentar las rampas más duras, y se quedó solo en la punta. Su férrea voluntad insufló de ánimo a Kanma, el joven alemán de Wedel, junto al río Elba, y entonces fueron

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fue el puesto que ocupó Miguel Ángel López en el Giro de Italia-2018.

dos los “locos” que fueron en busca de la boca petrificad­a de la Ninfa, deseosos de ese beso de lava que los bautizara como campeones.

En el lote, en cambio, no quisieron batalla, y hasta Vincenzo Nibali, acostumbra­do a rodar por allí desde que tenía 13 años, prefirió rendirse y esperar la jornada de este miércoles, que llegará a su casa, a su estrecho, donde es `Corleone'.

Existe una ley no escrita en el ciclismo, y es que, si en punta van dos corredores, y uno de ellos tiene la posibilida­d de vestirse de líder, entonces la etapa la gana su acompañant­e. López y Kamna firmaron ese acuerdo, y pedalearon juntos hasta la meta. Iban felices, como picados por el amor de Cupido, como si para ellos no existieran maldicione­s.

En los metros finales, el alemán se adelantó y cruzó la raya, pletórico. Tras él, pasó llorando Juan Pedro, a quien llegaron a comparar, en el reciente pasado, con Alberto Contador, ganador en el Etna en 2011.

La Ninfa arropó a Juan Pedro y le prometió un amor rosa, el mismo amor que, en el pasado, les incumplió a Franco Bitossi, Michelle Dancelli, Acacio Da Silva, Contador, Simon Yates y Joao Almeida. No es bueno bajar del volcán vestido de rosa, no es bueno confiar en el amor de la Ninfa dormida.

Bien por Colombia

Para los colombiano­s la jornada fue protocolar­ia. Más allá del retiro de López, que pone a tambalear las opciones de los escarabajo­s, los demás no sufrieron el primer ascenso montañoso, y tampoco se atrevieron a atacar. Queda la experienci­a de Camargo, quien protagoniz­ó la fuga hasta donde pudo, y luego se acomodó en el corazón del pelotón. Iván Ramiro Sosa (Movistar) y Santiago Buitrago (Bahrain) ocuparon las casillas 19 y 20, respectiva­mente, con el mismo tiempo de Richard Carapaz (Ineos), que fue séptimo.

En la general, López, Kamna y Taaramae llenan los tres primeros cajones, mientras que Simon Yates, que no hizo gala de su conocida explosivid­ad, es cuarto, a 1: 42. Carapaz es 11 a 2:06 y Santiago Buitrago 15, a 2: 18. Sosa subió hasta la casilla 22 y pierde 3:05.

Este miércoles, el Giro arribará a Messina, la punta surorienta­l de esa isla llamada Catania que parece un balón de trapo que acaba de ser reventado por la bota de un futbolista borracho.

Serán 174 kilómetros de duros vientos y con el premio de segunda en Portella Mandrazzi a mitad de recorrido. En esa cima, desde donde se pueden ver las olas de los dos mares, el Jónico y el Tirreno, los italianos esperan que emerja la figura de Nibali, hijo de esas tierras, como una suerte de Jason con su espada en alto en busca de la cabeza del carnero alado.

Se fue un López del Giro, uno de los grandes del pelotón, mientras que otro, que espera serlo algún día, se vistió de rosa. Así es el ciclismo, tan caprichoso como la Ninfa del fuego apagado ■

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