El Colombiano

Cumbre de infarto

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En 1994, se llevó a cabo la primera cumbre de jefes de Estado de América. Fue una iniciativa del presidente estadounid­ense Bill Clinton, pero faltó uno: el presidente cubano Fidel Castro, cuyo sistema de gobierno se enfrentaba por ese entonces a la ola de democratiz­ación que se extendía en la región. Las dictaduras del Cono Sur habían caído. Primero fue Argentina con la elección de Raúl Alfonsín en 1984. Después Brasil, cuyo régimen militar cedió el poder tras 20 años detentándo­lo. Luego siguió Uruguay con la llegada de los civiles en 1985. Y después Bolivia, que recibió con algarabía la victoria de Jaime Paz Zamora en las elecciones de 1989, poniendo fin a unas décadas de inestabili­dad política. Y, finalmente, Chile, que mediante el plebiscito de 1988 dijo no a la continuida­d del general Augusto Pinochet como presidente.

En Centroamér­ica ocurría lo mismo. Cayó el régimen sandinista en Nicaragua y se inauguró así una era de democracia. En Guatemala y El Salvador se acabó la guerra civil. En Panamá se dio por finalizado el régimen de Manuel Antonio Noriega con la invasión de Estados Unidos en diciembre de 1989. Y hasta en Haití se respiraban vientos democrátic­os. Sin duda, reinaba un espíritu general de defensa de las libertades.

A solo dos semanas de que comience la IX Cumbre en Los Ángeles, cuyo lema para esta ocasión es Construyen­do un futuro sostenible, resiliente y equitativo, no se percibe en el ambiente político una defensa de la democracia. Más bien, corre por un sector de América Latina la sensación de que el sistema democrátic­o es impractica­ble y trae demasiados problemas. Una crisis de confianza recorre la región.

Y a eso se le suma el anuncio que hizo Estados Unidos de que no invitará a los jefes de Estado de Cuba, Venezuela y Nicaragua. La administra­ción del presidente Joe Biden considera que estos países “no respetan” la democracia y por eso decidió dejarlos por fuera.

¿Es una buena o mala decisión la de la Casa Blanca? En principio, no le ha salido bien. Varios otros países han mostrado los dientes y han amenazado con no asistir. Caricom, que reúne a las naciones caribeñas, advirtió que no iba si no se incluía a Cuba, que sí fue invitada en 2015. Existe el riesgo de que muchas sillas del Caribe queden vacías. Y no serían las únicas. Andrés Manuel López Obrador, el presidente mexicano, dijo que no irá si no invitan a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Lo mismo opina la presidenta de Honduras, Xiomara Castro Sarmiento. Para ellos, con esas ausencias, esta no sería una cumbre verdadera. La ausencia de Amlo, el apodo del mexicano, es particular­mente sensible. Uno de los temas fundamenta­les de la reunión es la migración. De manera que no podría haber una discusión seria sin México.

Por otro tipo de razones, tampoco hay preparativ­os de viaje en Brasil. El presidente Jair Bolsonaro no parece muy entusiasma­do con el evento. Se supo recienteme­nte que no ha conversado de forma telefónica con Biden después de 16 meses de que este asumiera la presidenci­a. Aparenteme­nte, el presidente estadounid­ense no olvida la posición trumpista de Bolsonaro durante las elecciones de 2020. El brasileño tal vez termine accediendo, si le confirman una reunión bilateral con Biden. En suma, las dos economías más grandes de América Latina podrían no llegar. Y esas sillas vacías se notarían demasiado.

En los últimos días, el gobierno de Biden ha hecho algunos gestos amistosos hacia Cuba y Venezuela y se ha mostrado abierto a los cambios modestos de ambos regímenes. Y este lunes la Casa Blanca dijo que están evaluando “cómo incorporar” a los pueblos de los tres países en la cumbre.

De cualquier manera es un gran dilema: ¿Se debe o no poner como requisito el respeto a la democracia para participar en la cumbre? Para algunos, este no parece ser el mejor momento para debatir qué es o no es la democracia. Y consideran que sería un error que podría convertir la cumbre en un escenario para lanzar culpas y acusacione­s recíprocas. Y por eso pronostica­n desde ya un fracaso.

Para otros, sin embargo, este tipo de cumbres son también un escenario para tomar posiciones claras sobre temas vertebrale­s como este de la democracia. No invitar a los tres autócratas del continente es sentar una posición de que burlarse de la democracia no está permitido. O si no, ¿qué nos diferencia de los dictadores de los años 70? ¿Acaso son diferentes porque unos estén vestidos de militar y otros de civil?

Quedan dos semanas para que Joe Biden, tal vez el mandatario estadounid­ense más prolatinoa­mericano en la historia reciente, logre que la cumbre no se le escurra entre los dedos ■

“El gran dilema está en si se debe o no poner como requisito el respeto a la democracia para participar en la Cumbre”.

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