El Colombiano

¿Cañón o Minería?: en Moravia le hacen uno de estos cortes

Barber Art es un colectivo que crea cortes a partir de los recursos naturales, las prácticas que los amenazan y las memorias de sus barberos. Resisten con estéticas nuevas.

- Por EDISON FERNEY HENAO H.

Esta es la historia de Martín Cortés Orozco, un hombre de 47 años que terminó enseñando a cortar pelo en los barrios populares de Medellín, después de haber trabajado en las barberías más encopetada­s de la 10 A, en El Poblado, cuando la ciudad vivía su bonanza por cuenta del narcotráfi­co.

También estas son las memorias de unos muchachos que migraron a Medellín desde Venezuela y algunos municipios de Colombia, y que aprendiero­n a cortar pelo para ganarse la vida; las anécdotas de unos desterrado­s que por necesidad se convirtier­on en barberos.

Henyelber Boyer (32, Caracas), Adrián Bracamonte (29, Miranda), Mauricio Ascanio (19, Trujillo), Edwin Durante (19, Zulia), José Landero (17, Puerto Libertador), Bryan Gómez (22, Saravena); todos empuñaron la barbera y la dejaron correr por cabezas ajenas a cambio de unos pesos para pagar la pieza, la habitación, la residencia, un techo.

Lejos de desbandar, una vez aprendiero­n de Martín, se mantuviero­n fieles y sentaron vida en Moravia. Allí tuvieron una revelación: que cortar era más que pasar la barbera por el cuero en donde todavía crecen pelos o hablar de fútbol con los clientes; que con puntos, líneas y formas podían crear un universo nuevo. Así lo hicieron. Diseñaron varios catálogos con motilados pocos usuales.

Martín le da instruccio­nes a Bryan, el aprendiz del grupo. Buenas, en qué le ayudo, pregunta el muchacho desde el interior de una carpa blanca, de cuatro por cuatro metros. Al interior: espejos, peinillas, tijeras. Afuera: el morro, el ajetreo de los carros que ruedan por la Regional, los toldillos de las dos eme —minutos, mecato—, una bandera de Colombia.

—El problema de esta ciudad, del país, de Latinoamér­ica, ha sido la tierra —dice Martín. La tierra es la posibilida­d que tiene el individuo de intervenir la estética, porque si no se puede intervenir un territorio, sentirse dueño, las ideas de propiedad y valor siempre estarán ausentes.

Su discurso es enrevesado. Vomita palabras; decenas por minuto. Repite, como un mantra: estéticas, territorio, recursos, memoria. Está sentado en una silla plástica, en un espacio que es la nada: una plaza que no es la estación Caribe del metro, pero que tampoco es Moravia, es la frontera de todo eso.

Barber Art, más que un corte, es el nombre de la barbería. El estribillo después de la coma es la razón por la que se distingue de otras. Allí los muchachos rara vez hacen el siete, el alemán o el desvanecid­o con el que van a la fija los más viejos. Sus catálogos se basan en la tierra, los males que la aquejan y las memorias que los hombres construyen sobre ella.

Uno de sus catálogos, `Geografías y memorias', tiene nueve cortes masculinos inspirados en la topografía colombiana: Río, Valle, Lagos, Cañón, Altiplano, Represa, Páramos y hasta Minería. Cada opción emula el recurso, tiene una memoria y es autoría de uno de los barberos de la carpa.

—Cuando llegamos a Moravia y nos ubicamos en este espacio, trajimos una estética diferente. No hablo de un hecho romántico —afirma Martín—. Por ese problema de la tierra, que aún no se resuelve, comenzamos a trabajar en una práctica que nos permitiera leer, entender e intervenir.

Su cara es alargada. Sus manos, a simple vista, son las de un agricultor y no las de un barbero. Martín fue primero campesino, luego vendedor y después dejó La Unión, en el Oriente antioqueño, cuando su papá los abandonó.

— Comencé en una barbería en El Poblado —dice Martín—. Recuerdo que uno de los fundadores de la Barbería Colombia —la meca de los barberos en la Medellín del siglo XX— montó un local. Necesitaba­n gente para cortar. Yo me apunté.

Martín no sabía de cortes de pelo. Sus padres eran del campo, y lo más cerca que había estado de una actividad distinta para ganarse la vida fue cuando le montaron un toldillo en la plaza de mercado del pueblo para vender lo que producían en la finca: tenía 11 años.

A esa edad vio de frente la violencia; la miró a los ojos: la sangre vaciada en el pavimento, el movimiento como algo ajeno al cuerpo que estaba vivo, la mofa de la vida ante el fusil a punto de ser accionado por otro cuerpo.

Supo de la guerrilla porque se tomó el pueblo: sitiaron la plaza en que aprendió a vender. Luego fue testigo de la expansión de los paracos. No sabía quiénes eran; no aprehendía los conceptos que ahora quiere y puede. Solo hechos, imágenes, dolor: empezaron a matar gente; gente conocida.

 ?? FOTO JAIME PÉREZ ?? Los barberos José Landero y Andrián Bracamonte en la primera y segunda foto, respectiva­mente. Las líneas, que asemejan montañas y relieves, caracteriz­an parte de su oferta de cortes.
FOTO JAIME PÉREZ Los barberos José Landero y Andrián Bracamonte en la primera y segunda foto, respectiva­mente. Las líneas, que asemejan montañas y relieves, caracteriz­an parte de su oferta de cortes.

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