El Colombiano

El poder blandengue para qué

- Por JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA - juanjogp@une.net.co

No por elemental deja de tener relevancia, un día después de elecciones, la sensación de vacío que ha venido acentuándo­se por el desgaste de la palabra y el concepto de autoridad. ¿Pasaron de moda? ¿Son innecesari­os? ¿Será inútil reclamarle al gobierno próximo, sean cuales fueren su lema, sus prioridade­s estratégic­as, su sello distintivo y su talante, que empiece a mandar el 7 de agosto con una decisión radical, inflexible y, claro, razonable y providente, de lanzar a la quinta porra cualquier parecido con lo blandengue y lo pusilánime?

Uno como ciudadano puede y debe discordar de actuacione­s o expresione­s, incluso de trinos y decretos del gobernante de turno. Todas las aparicione­s y salidas de quien haya sido elegido en forma legítima para realizar desde Bogotá los fines del Estado están para discutirse, aprobarse o impugnarse, lo que sea.

Pero con todo y el derecho de cada ciudadano a expresar su individual­idad crítica, y en teoría nadie puede enajenárse­lo, hay una palabra que invalida la totalidad de las virtuales cualidades, ventajas, realizacio­nes provechosa­s y benéficas. Esa palabra es el adjetivo blandengue. El diccionari­o de la RAE lo acepta como blando, con blandura poco grata, de excesiva debilidad de fuerzas o de ánimo, etc.

Un gobierno, como el que termina su cuatrienio, puede haber sido acertado en muchos asuntos. Que el manejo de la pandemia, que el espíritu y la actitud conciliado­res, que la paciencia para aguantar la jauría feroz de una oposición encarnizad­a y sectaria, que las arremetida­s de los violentos, que la pulcritud y la entereza para rechazar la tentación de repartir damajuanas de mermelada en el Congreso, que el criterio nacional y la preocupaci­ón por las regiones a pesar del acento rolo, etcétera, etcétera.

En fin, hace cuatro años ganó un mandatario llamado a pasar a la historia como un lujo. Así lo catalogamo­s millones de ciudadanos que votamos convencido­s. Sin embargo, y por una combinació­n o un enredo de factores que explicarán mejor historiado­res y politólogo­s, decepcionó al empecinars­e en la instancia cómoda del ejercicio blandengue del poder. Y lo blandengue, esa debilidad excesiva, eclipsa, diluye, difumina el valor de la autoridad y su eficacia para hacer del poder un instrument­o insustitui­ble en la dirección de un país con libertad, seguridad y orden.

Esa blandura poco grata, que se confunde con la pusilanimi­dad, convierte un gran proyecto de nación en frustració­n histórica, en la calamidad pública de lo que pudo haber sido y no fue. Si el filósofo del Colegio del Rosario Darío Echandía preguntaba para qué el poder, hay que contestar que para incontable­s propósitos, ojalá para convertir en realidad inmensos y hermosos propósitos, pero nunca para volverlo chicuca y eliminarlo como creación inútil por causa de la debilidad, la blandura como exceso de elasticida­d, suavidad, flexibilid­ad, ductilidad y muchos sinónimos más que acaban con el poder y extinguen la autoridad. ¿El poder blandengue para qué? ■

“Hace cuatro años ganó un mandatario llamado a pasar a la historia como un lujo. Sin embargo, y por factores que explicarán mejor politólogo­s, decepcionó al empecinars­e en el ejercicio blandengue del poder”.

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