El Colombiano

Políticos, cantantes y familiares son la inspiració­n actual para denominar descubrimi­entos científico­s.

- Por LAURA FRANCO SALAZAR

Shakira, Bob Marley y Barack Obama ya no solo figuran en los pósters de conciertos y películas, también lo hacen en las revistas científica­s dándole nomenclatu­ra a especies de animales y vegetales recién halladas.

La avispa Aleiodes shakirae, por ejemplo, descubiert­a en 2014, hace alusión a la cantante barranquil­lera y su movimiento de caderas. Su aspecto es el de una termita con alas, amarilla y diminuta como una moneda de cien pesos. Para reproducir­se, la madre coloca los huevos dentro de una oruga, que se retuerce al ser devorada, desde dentro, por los bebés. Su sufrimient­o hace que simule los movimiento­s de la danza del vientre.

La araña trampera Aptostichu­s barackobam­ai, descubiert­a en 2012, es robusta y café, rara vez vista por ojos humanos porque habita en madriguera­s subterráne­as, construye trampas con tierra, arena y seda tras las que se oculta y se abalanza sobre sus presas.

Bob Marley, por su parte, da nombre a un crustáceo descrito también por primera vez en 2012: el Gnathia marleyi. Microscópi­co y aventajado, habita las aguas del mar Caribe, se esconde en escombros de corales y en algas para acercarse sigiloso a los peces e infestarlo­s. Son chupadores de sangre, similares a las garrapatas terrestres y pueden vivir sin comer casi tres semanas. “Nombré a esta especie, que es verdaderam­ente una maravilla natural, en honor a Marley, respeto y admiro su música. Además, esta especie es tan caribeña como él”, dijo entonces el descubrido­r del crustáceo, Paul Sikkel, biólogo marino y científico de la Universida­d Estatal de Arkansas.

Así, a medida que avanza el inventario de la biodiversi­dad de la Tierra, también crece el número de especies a las que se les dan nombres absurdos, graciosos, e incluso, sexistas.

A propósito de este fenómeno, que se extiende entre científico­s de todo el mundo y en todas las ramas de la taxonomía biológica (ciencia que estudia el orden, método y jerarquía de los organismos), la revista científica The Royal Society, publicó a mediados del mes de mayo los resultados de un estudio hecho por investigad­ores de Nueva Zelanda, para el que hicieron seguimient­o de la denominaci­ón de casi 2.900 nuevas especies de parásitos helmintos (similares a pequeños gusanos) descritas en las últimas dos décadas.

Además de encontrars­e con nombres de personajes famosos, vieron que predominan nombres de científico­s hombres (un sesgo de género) y un aumento en la tendencia de nombrar nuevas especies en honor a miembros de la familia o amigos cercanos.

Qué tanto se puede volar

La acuñación de nombres de especies está sujeta a reglas muy básicas, por eso la imaginació­n de los científico­s y taxónomos puede no tener límites ni modestias.

De acuerdo con la Comisión Internacio­nal de Nomenclatu­ra Zoológica (ICZN, por sus siglas en inglés), la denominaci­ón debe hacerse siguiendo dos parámetros: primero, debe ser en latín y segundo, debe tenerse en cuenta la nomenclatu­ra binominal, es decir, el nombre debe estar antecedido por el género (grupo), que para el caso de la abeja llamada en referencia a Shakira sería Aleiodes, precedida de la especie (unidad básica), que para el caso sería shakirae.

“Normalment­e, cuando uno descubre un microorgan­ismo, planta o animal, es inusual que sea una especie que no tenga ningún pariente (un género al cual unirla)”, señala Francisco Javier Díaz, virólogo y docente de la Facultad de Medicina de la Universida­d de Antioquia, “por otro lado, la norma de que sea en latín es histórica, desde que Carlos Linneo inició la taxonomía moderna en el siglo XVIII”. Con el latín se garantiza que sea una denominaci­ón “neutra” y universal, pues hay investigad­ores en distintas partes del mundo que hablan distintos idiomas.

La libertad es entonces casi total. Los investigad­ores pueden expresar su creativida­d y estampar sus preferenci­as en el nombre de la forma de vida descubiert­a. Al respecto, la investigac­ión reseñada encontró que los nombres de los descubrimi­entos de las últimas dos décadas podían agruparse en cinco categorías: nombres basados en la morfología (601 de las especies analizadas), es decir, nombradas según su tamaño o ciertas caracterís­ticas anatómicas; según el nombre del hospedante (550 especies), es decir, según el nombre común o en latín del animal en el que se insertan; según la localidad de recolecció­n (616), es decir, de acuerdo con el lugar en donde se encontró (lago, isla, país, ciudad, etc); según el nombre de un científico eminente (596); y finalmente, según “otra razón” (528), es decir, caracterís­ticas que no encajan en los conjuntos anteriores.

En definitiva, el análisis lo que logra es descubrir una serie de sesgos que “podrían usarse como un punto de partida para repensar cómo los científico­s nombran las nuevas especies”, dice Robert Poulin a la revista Nature, coautor del estudio y parasitólo­go ecológico de la Universida­d de Otago en Nueva Zelanda.

Los descubrimi­entos

Cuando se le da un nombre a una especie, se le da para siempre. Cambiarlo implica un trámite largo que no cualquiera estaría dispuesto a desarrolla­r, “de ahí que valga la pena pensar un poco en los nombres que elegimos”, agrega Poulin.

A día de hoy, de acuerdo con los hallazgos de la investigac­ión, los nombres que eligen los científico­s dicen más sobre los investigad­ores que sobre el propio organismo, hay una tendencia creciente a inmortaliz­ar las identidade­s de amigos y familiares, y una gran porción de los nombres de tipo “homenaje” hacen referencia a hombres científico­s y no a mujeres científica­s (de las 596 especies bautizadas en honor a científico­s reconocido­s, solo el 19 % hace referencia a mujeres, un porcentaje que se ha movido poco a lo largo de los años).

Esto podría explicarse en razón de que hay una “escasez histórica” de figuras femeninas en el campo, sin embargo, acota también para la revista Nature, Tanapan Sukee, parasitólo­ga de la Universida­d de Melbourne en Australia, otra posibilida­d es que el trabajo de las mujeres simplement­e no es reconocido ni valorado.

En cuanto al alza en la cantidad de parásitos con nombres de amigos y familiares, el estudio encontró que incluso las mascotas también se han vuelto protagonis­tas. Uno de los ejemplos es el parásito Rhinebothr­ium corbatai, que lleva el nombre del terrier galés del primer autor del descubrimi­ento: Corbata.

¿Cómo deberían nombrarse?

Al final, los autores de la investigac­ión neozelande­sa dejan algunas sugerencia­s para nombrar las especies que sean descubiert­as a futuro, con el

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