El Colombiano

Fruto descubiert­o en Antioquia es “promesa para la humanidad”

El botánico Álvaro Cogollo encontró una nueva especie parecida al inchi o maní del Inca, subiendo la serranía del Abibe, en Mutatá. Sus cualidades esperanzan.

- Por MIGUEL OSORIO MONTOYA

Álvaro Cogollo habla con la cadencia de uno de los juglares vallenatos que tanto admira. Como un cantor, narra cada detalle del acontecimi­ento. Eran las 2:00 de la tarde y acababa de almorzar un tamal. El cielo amenazaba con desgajarse en un aguacero tropical. Él y sus compañeros subían a la serranía del Abibe, atravesand­o lomas y quebradas. En un momento, el camino se bifurcó y hubo que tomar una decisión. Por la premura del agua que venía, eligieron el trayecto corto. Entonces, después de una curva, asomó una planta extraña, de frutos ovalados, casi insinuante­s. Y estalló el júbilo.

La planta era del género Caryodendr­on, que conoce bien el botánico, pero difería de las cinco especies ya reportadas. Aunque se parece al Inchi, la mirada aguda del experto determinó, de inmediato, que era algo diferente: “¿Cómo? ¡Una nueva especie!, grité. Ese fue el trofeo de la expedición”.

De las cinco especies del género, solo dos están reportadas en Colombia. Una encontrada en el Amazonas y el Magdalena Medio, y otra en Chocó, en los límites con Panamá. La que encontró Cogollo subiendo al Abibe, en Mutatá, queda en medio de las dos reseñadas. Y, aunque pueda parecer un hallazgo ordinario, el botánico explica que es un hecho “prometedor para la humanidad”.

Cogollo utiliza verbos muy particular­es como “montear” o “patonear”. Desde 1979 se ha sumido en las selvas del país, atravesand­o cordillera­s y enfrentand­o enfermedad­es tropicales. Ha andado y desandado bosques que parecían infranquea­bles, ocupados por la guerrilla o enmarañado­s y jamás pisados. En esas correrías ha descubiert­o muchas especies, pero dice que la de ahora lo llena de entusiasmo: “Todas las plantas son importante­s, por supuesto, pero hay unas que ofrecen más beneficios. La alegría de este hallazgo no se me quita porque esta nueva especie es una promesa para la humanidad, con un potencial grandísimo”.

Cogollo explica que, sin tener todavía el examen taxonómico, la fruta es comestible y de ella puede extraerse un aceite nutritivo. Por eso dice que podría ser un aporte alimentari­o a la humanidad. Lo curioso es que nadie en la zona parece enterado de sus propiedade­s. Cuando el botánico preguntó por la fruta, nadie supo dar razón. Como la gente no la conoce, y en el monte hay que desconfiar de los frutos venenosos, parece que no ha llamado la apetencia de los pobladores. Pero su potencial alimentici­o es innegable y eso es lo que Cogollo tiene que probar ahora.

La expedición

El descubrimi­ento de Cogollo está enmarcado en una investigac­ión etnobotáni­ca que adelantan la Universida­d de Antioquia, el Tecnológic­o de Antioquia y que tiene apoyo de expertos costarrice­nses. Todo un grupo de especialis­tas en fauna y flora se han volcado a Mutatá y Dabeiba, una zona de exuberanci­a natural, para encontrar plantas con propiedade­s antiofídic­as, es decir, que contrarres­ten los efectos de la mordedura de serpientes venenosas.

Esa es una zona privilegia­da por la naturaleza. Está en medio del cañón del Río Sucio, que baja en busca del Atrato, del Nudo del Paramillo, que se alza hasta más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, y del Valle del Cauca, por el otro lado. Los vientos cálidos permiten que en zonas altas y templadas, más allá de los 1.000 metros sobre el nivel del mar, haya fauna ponzoñosa como alacranes y arañas.

La investigac­ión intenta penetrar en zonas antes cercadas por el conflicto armado, muy poco estudiadas. “No se ha estudiado mucho el tema de las arañas y los escorpione­s en Colombia. Hay cerca de 200 especies reportadas por la comunidad con propiedade­s antiofídic­as, nuestro trabajo es recolectar­las, llevarlas a laboratori­o y comprobar cuáles de ellas tienen efectos reales”, explica Marcela Serna, líder de la in

vestigació­n. En las correrías por las selvas de Urabá se ha incluido a las comunidade­s. Por ejemplo, los expertos han escuchado cómo, con amarres y plantas, los campesinos se meten al monte y hacen conjuros contra los duendes que los quieren envolatar. “Hay que escucharlo­s, aprender de ellos”, comenta Cogollo.

El botánico, nacido en San Pelayo, Córdoba, seguirá monteando, como lo ha hecho desde 1979. La conversaci­ón, la historia bien contada, detallada, es otro de sus talentos, el mismo que comparte con los juglares vallenatos, su otro amor después de las plantas

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FOTO CORTESÍA Esta es la planta que descubrió Álvaro Cogollo cuando subía a la serranía del Abibe, en Mutatá.

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