El Colombiano

La extraña muerte de Alcónides

El líder campesino fue asesinado en medio de un operativo contra el Clan del Golfo en zona rural

- Por EDISON FERNEY HENAO H.

Érica Vallejo Múnera viajó 262 kilómetros en menos de cinco horas para corroborar si su papá estaba vivo o muerto. Emprendió el recorrido desde Barbosa, a las 10:00 de la noche del lunes 23 de mayo, y terminó en Barrancabe­rmeja, a las 2:41 de la mañana, el día siguiente. Pasó cerca de 24 horas tratando de ingresar a la sede de Medicina Legal. Las averiguaci­ones que hizo con sus cuatro hermanos tras la desaparici­ón de su papá la llevaron hasta ese puerto.

Buscaba a Alcónides Vallejo Álvarez, de 64 años. Dos días antes, a su papá lo habían sacado herido de la finca en que residía desde hacía 34 años en la vereda La Clarita, a dos horas en carro del casco urbano de Vegachí, en medio de un confuso enfrentami­ento entre la Policía Antinarcót­icos y algunos miembros del Clan del Golfo.

Érica entregó su registro de nacimiento y fotocopia de la cédula a las 8:00 de la mañana del martes 24, cuando tuvo contacto con los funcionari­os de Medicina Legal. Clamaba porque la dejaran reconocer los cuerpos que ingresaron después del operativo. Desde la Gobernació­n le confirmaro­n al alcalde de Vegachí, Deison Ulilo Acevedo, que hasta allí habían sido trasladado­s.

Los funcionari­os decían: “Entraron seis abatidos del Clan del Golfo”. Ella los escuchó, fuerte y claro: hablaban de integrante­s de esa estructura criminal. El saldo lo había compartido la Dirección Antinarcót­icos el 22 de mayo, al otro día del operativo, sin distinción alguna sobre los civiles heridos o fallecidos en medio de la avanzada militar.

Solo detallaron: “Entre los neutraliza­dos se encuentran el cuerpo de alias `Hugo' y de alias `Perea'”, cabecillas de la subestruct­ura Jorge Iván Arboleda Garcés. Los Vallejo Múnera no podían creer lo que ocurría. Su papá, que estaba arreando vacas durante el mediodía del sábado, era rotulado como un bandido abatido. La noticia recorrió los montes poco poblados de La Clarita. Llegó hasta los filos en donde no entra ni la señal de celular. Se habló pronto de un supuesto “falso positivo”. Érica se embarcó en un viaje de dolor que está lejos de terminar.

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Llegar al rancho en el que Alcónides vivía es casi imposible sin un guía. Hay que dejar

Vegachí, pasar por el caserío El Tigre y adentrarse en una trocha a la que solo bordean sietecuero­s, maleza y arroyos adormecido­s de agua. En algo más de 42 kilómetros aparecen cuatro casas. La cuarta, de madera y zinc, con una fonda al ingreso y un establo atrás, fue sacudida por los disparos. Hasta allí nos condujo esta semana Alcónides hijo, el tercero de los cinco hermanos Vallejo Múnera, para recordar lo sucedido.

La escena de horror permanece fresca: los guayabos tienen impactos de bala; los postes del rancho tienen impactos de bala; las paredes tienen impactos de bala; el techo tiene, por lo menos, 30 impactos de bala. Trece cerdos sobreviven sin sus amos. Hay sangre enraizada en la hierba. En el portillo de ingreso al rancho, desde donde se divisa la loma en la que Alcónides habría caído herido, permanecen a la intemperie siete casquillos de bala. Solo se escucha el goteo imperturba­ble del grifo de la cocina; el vuelo de las moscas sobre el estiércol de los animales; el olor a hato.

Todo comenzó a las 11: 45 del sábado. A esa hora encendiero­n a bala el rancho, cuentan Alcónides hijo y su hermano Camilo, el menor de los cinco. La escena la vivieron de frente Amparo Monsalve Muñetón, de 56 años —actual compañera de Alcónides—, y su hija Fernanda Santamaría Muñetón, quien estaba de visita con otra familiar.

Su mamá estaba dedicada a los quehaceres, cuenta Fer

nanda por teléfono, con una voz seca, renuente a los detalles. Lavaba ropa, mientras su hija se dirigía a bañarse. Se escucharon detonacion­es. Disparos. No sabían qué estaba pasando. Fernanda se agachó. Notó la ausencia de su mamá. Salió a buscarla. Corrió. La sacó del cuarto estrecho en el que hacían el queso. Terminaron en una de las dos habitacion­es, debajo de una cama.

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Las lagunas en la informació­n llevaron a Érica hasta Barrancabe­rmeja. Dice Fernanda que un uniformado entró a la ha

bitación y les pidió que salieran con las manos arriba. Las sentaron en el suelo. Su mamá estaba mareada. Tenía la presión alta. Alcanzaron a ver que Alcónides estaba con vida. Les dijeron que tenía un impacto de bala en la pierna y una fractura en el brazo. Cogieron una hamaca para llevarlo hasta el helicópter­o que aterrizó a unos pies de la propiedad, cuando cesó el fuego.

A Amparo le hicieron firmar un papel, recuerda su hija. Luego le indicaron que se arreglara para que acompañara a Alcónides hasta un centro médico. Cuando se cambió las botas, vio cómo los uniformado­s alzaron vuelo, dejándola atrás y llevándose consigo los cadáveres y los cinco capturados (ver recuadro). Antes les entregaron los teléfonos, afirma Fernanda, y les ordenaron que evacuaran el rancho. El helicópter­o sobrevoló la zona hasta que ellas alcanzaron la carretera. Salieron a pie, con la ropa a cuestas, rumbo al casco urbano.

Mónica, la mayor de los hermanos, padeció el enfrentami­ento desde su casa. Le dijo a su compañero: eso fue en el rancho; eso se escuchó en los potreros; eso fue en la carretera. Más tarde se enteró: bombardear­on la casa de la cañada, en la que hay una tienda. “¡¿Sí vio?!”, le repitió. “Vio. Vio. Vio. Vámonos para allá”. Hacia las 3:00 de la tarde atisbó el helicópter­o desde su casa. Se encañonó rumbo a Segovia. “Ahí fijo iba mi papá”.

Los Vallejo Múnera preguntaro­n por Alcónides en varios municipios. Cristina, la cuarta de los hermanos, llamó a decenas de hospitales departamen­tales, pero estaba en Barrancabe­rmeja, de cara al río Magdalena. Allí Érica entregó unas fotografía­s de su papá el martes 24, después de compartir el registro civil y la cédula. Los retratos bastaron para identifica­rlo. Estaba entre los seis cuerpos. Había muerto.

Para sacarlo de Medicina Legal tuvo que gestionar la funeraria. El personal que asumió el proceso le permitió ver el cuerpo. ¿Que si era? Eh, avemaría, claro que era. Les dijo:

no me lo vayan a cambiar. Cuidado, pues. Les recomiendo que lo arreglen bien. Era la responsabl­e de retornar a Alcónides a Vegachí, de donde lo sacaron, así fuera muerto. Lo logró. El cuerpo llegó a las 3: 00 de la mañana del jueves 26.

Aún se desconocen los detalles de la necropsia, pero la defensa de los Vallejo Múnera conserva un comunicado en video de un funcionari­o del Hospital General Regional del Magdalena. Este confirma que el 21 de mayo, sobre las 3:30 de la tarde, ingresó un masculino con seis impactos de bala. Ese fue el número de tiros que recibió Alcónides, según sus familiares. No les dan las cuentas. A Amparo y Fernanda les dijeron que había sido un tiro.

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Las primeras precisione­s de la Dirección Antinarcót­icos llegaron el martes, día en que Érica recibió el cuerpo de su papá. El abogado Anatoly Romaña Díaz, en representa­ción de la familia, había interpuest­o dos recursos: una denuncia por desaparici­ón ante la

Fiscalía y un derecho de petición ante Antinarcót­icos con copia a la Procuradur­ía.

La Policía, esa vez, aclaró que fueron cinco —y no seis— los integrante­s del Clan del Golfo neutraliza­dos. Y agregó: “En medio del fuego cruzado resultó herido Alcónides Vallejo Álvarez, habitante de la zona rural donde se desarrolló la diligencia de allanamien­to, al cual se le prestaron los primeros auxilios y fue evacuado en un helicópter­o a Barrancabe­rmeja (...)”.

Una respuesta similar le dio la Dirección Antinarcót­icos al derecho de petición elevado por la familia el 23 de mayo. En respuesta del pasado domingo, firmada por el capitán José Alfredo Rodríguez Durán, expresan: “(...) El lesionado fue entregado a personal médico del Cuerpo de Bomberos Voluntario quienes lo trasladaro­n en ambulancia hasta el Hospital General Regional del Magdalena Medio (...)”, donde fue reportado su deceso y posterior traslado a Medicina Legal el domingo 22.

Ese día Alcónides no cumplió con su rutina diaria que empezaba a las 5:30 de la mañana en La Clarita: recoger el ganado, llevarlo al corral, ordeñar y luego desayunar. Ese domingo no hubo quien le diera vuelta al corte ni a los trabajador­es. Es que nunca se escuchó decir que fuera mala persona, dice Elena Maya, de Carnitas Vegachí, lugar en que Alcónides se abastecía de carne.

Lo vio por última vez en medio del cierre por el paro armado que convocó el Clan del Golfo tras la extradició­n de alias `Otoniel', entre el 5 y el 9 de mayo. Preguntó por Ramiro, el esposo de Elena, porque

quería venderle unos cerdos. Hablaron. Estaban cerrando el negocio. No alcanzaron. “Una persona que viva en la región está expuesta a todo: a la guerrilla, a los paramilita­res. Si uno u otro pide un favor, hay que hacerlo. Si uno se recuesta tiene problemas”.

Alcónides fue concejal de Vegachí en 2007 y fungió como presidente de la Junta de Acción Comunal de La Clarita durante 14 años. Tenía una fonda en la que vendía cerveza y gaseosa, allá en el rancho. Esa era la terminal de la vereda. Hasta allí llegaba el carro con los productos para los campesinos. Los patrullaje­s de ilegales eran frecuentes. Toca lidiar con eso si se quiere sobrevivir, dicen en la zona.

Alcónides era componedor de ánimos. Uno venía al rancho y, por muy `caretriste' que estuviera, se devolvía contento, cuenta Ovidio Jaramillo Serna, quien lo sucedió en la JAC. Era el abogado de la vereda, luchaba por ella, gestionó un trapiche. También era el veterinari­o, afirma Ovidio. Si a una vaca se le atrancaba el ternero: ah, vaya donde Alcónides, él le soluciona.

Era un as para herrar caballos, dice Mónica, quien vive a 30 minutos del rancho a lomo de bestia. La yegua mía es fastidiosi­ta para herrar, expresa, pero él no le tenía miedo. “Venga, mija, yo se la dejo lista en un momentico. ¿¡Qué no se va a dejar!? Quédese aquí no más”. Era rápido. Vital. Estaba entero.

Son cuatro los procesos que hay en curso para esclarecer la muerte de Alcónides, según el abogado Romaña. Uno en la Fiscalía 147 seccional Rionegro, por concepto de homicidio de líder social; la gestión de la necropsia ante el fiscal 63 de la Dirección Especializ­ada contra las Organizaci­ones Criminales; otro ante la Justicia Penal Militar, que investiga el accionar de los uniformado­s que ejecutaron el operativo; y otro más, también de corte disciplina­rio, al interior de la Policía.

—¿Mi papá? Él se volvió el motor de la familia desde que mi mamá faltó —dice Mónica—. Cada que uno llegaba, ahí mismo salía: qué hubo, mija, cómo está. Y si uno no llegaba: que por qué no había llegado. El daño que le hicieron a la comunidad fue muy grande. Hace días vino un señor y dijo: “Me dio más duro la muerte de Alcónides que la de mi papá”.

Érica volvió a Vegachí a las 12: 30 del jueves 26. El mismo día, a las 3: 00 de la tarde, enterraron a Alcónides en la bóveda 375 del cementerio Nuestra Señora del Carmen. No cabía la gente. El pueblo se volcó al campo santo, mientras el rancho en La Clarita se quedaba vacío.

Su periplo entre Barbosa y Barrancabe­rmeja terminó con 524 kilómetros, sumando ida y vuelta. Resta una travesía mayor, que incluye a todos los Vallejo Múnera: esclarecer a fondo qué pasó con su papá. Aún se preguntan si lo de aquél campesino de 64 años estuvo a punto de ser un “falso positivo”

“Era el abogado de la vereda, luchaba por ella, gestionó un trapiche. También era el veterinari­o. Ayudaba a los campesisno­s”.

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 ?? ?? En el caballo, Alcónides Vallejo Álvarez, campesino que murió en operativo. Arriba, uno de sus hijos, Alcónides Vallejo Múnera.
En el caballo, Alcónides Vallejo Álvarez, campesino que murió en operativo. Arriba, uno de sus hijos, Alcónides Vallejo Múnera.
 ?? FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA Y CORTESÍA ?? A la derecha, Mónica Vallejo Múnera, la mayor de los hermanos. A la izquierda, los asistentes al sepelio de Alcónides Vallejo, en Vegachí.
FOTOS JULIO CÉSAR HERRERA Y CORTESÍA A la derecha, Mónica Vallejo Múnera, la mayor de los hermanos. A la izquierda, los asistentes al sepelio de Alcónides Vallejo, en Vegachí.

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