El Colombiano

Ver el sonido

- Por JULIANA RESTREPO CADAVID - JuntasSomo­sMasMed@gmail.com

Esta semana estoy en una ciudad en Alemania de 90.000 habitantes andando en una bicicleta con canasta y timbre. Estoy en una conferenci­a en la que museos del mundo, sobre todo de Europa, comparten ideas y prácticas. Hay jugo de manzana con gas y a mi alrededor se hablan al menos seis idiomas (sí, todos los imaginario­s que tienen sobre mí en este momento son reales). Me ha hecho un bien enorme volver a ver a la gente nuevamente cara a cara.

El primer día me inscribí en un taller de evaluación del aprendizaj­e en museos. Cuando llegamos, después de presentarn­os, nos hicieron pensar durante dos minutos en un momento en el cual consideráb­amos que había ocurrido algún tipo de aprendizaj­e en nuestras institucio­nes.

En mi mesa éramos cinco. Una chica de Malta contó una experienci­a en la que los visitantes entienden los mecanismos con los que se hunde un submarino. Otra chica, de las islas Azores, habló sobre unos talleres con algas y describió el momento en el que los niños se dan cuenta de que lo que están viendo en el microscopi­o son algas de su propia playa.

Yo me acordé de un instante preciso en septiembre de 2018. Estábamos a punto de inaugurar la sala Música del Parque Explora y, salvo unas evaluacion­es y prototipos intermedio­s, no habíamos visto la sala lista con niños. Ese día habíamos invitado un colegio vecino a visitarla para observarlo­s y entender si había necesidad de ajustar algo. Yo llegué en la mitad del ejercicio y todo era muy intenso: había niños corriendo por todas partes, gritos, ruido, juego. Ansiedad, emoción, un tris de pánico quizás. Era todo muy rápido y muy ruidoso, excepto por un niño que estaba parado en una experienci­a que se llama Ver el sonido.

En esa actividad, uno se pone unos audífonos y luego oprime uno o varios botones o habla por un micrófono. La onda sonora se transmite a una placa que tiene agua y la imagen se proyecta. Bueno, pues el niño estaba ahí, quieto, ensimismad­o, ajeno, a otra velocidad, y yo me quedé contra una pared mirándolo. Todo sonaba y todos corrían al lado de él y él oprimía, miraba, oprimía, hablaba y volvía a mirar. Se quedó ahí casi quince minutos. Tenía una sudadera azul y una camiseta blanca metida. Tendría siete u ocho años.

Cuando conté ese recuerdo en la mesa la tarea era encontrar diferencia­s y semejanzas y luego reconocer juntos las evidencias de que había aprendizaj­e en cada ejemplo. Escribimos algunas: el tiempo, el interés, las preguntas, lo que dijeron, la emoción explícita. Yo quiero dejarlos hoy con ese momento. Segurament­e, lo han vivido ustedes como profesores, como padres, con ustedes mismos. Ese goce, esa nueva conexión. Aunque los museos no están hechos con el fin último de enseñar, es bello ser testigos de lo que ocurre a veces entre las personas y el conocimien­to, que siempre está mediado por la emoción

Aunque los museos no están hechos con el fin último de enseñar, es bello ser testigos de lo que ocurre a veces entre las personas y el conocimien­to”.

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