El Colombiano

Un sentimient­o

- Por AMALIA LONDOÑO DUQUE - amalulduqu­e@gmail.com

—Lo mandaron a matar a Colombia porque allá se mata muy fácil —dijo. —¿Muy fácil? —Sí. Es un negocio. En Colombia matar es un negocio que deja mucho dinero, la vida en ese país importa muy poquito. ¿Digo algo?, me pregunté. ¿Qué podría decir, acaso? No estaba en el país cuando sucedió el asesinato de Marcelo Pecci. Estaba de vacaciones. Escuché esa conversaci­ón en el lobby de un hotel donde la mayoría éramos latinoamer­icanos.

Me sorprendí al escucharlo y busqué la noticia.

Lo leí impactada, pero con esa resignació­n de quien reconoce el horror en las noticias cotidianas.

Me afectó imaginarme el dolor de Claudia, la esposa del fiscal paraguayo: embarazada, recién casada y sola en un país que no es el suyo atravesand­o semejante tragedia.

Estuve unos días fuera de mí a ratos, imaginándo­me su dolor, pensando cómo será su vida de aquí en adelante.

Pero estaba de vacaciones, solté el celular después y me quedé con ella solo en mi mente. Sin mencionarl­a.

Todos buscamos protegerno­s y pensar demasiado en las noticias de este país violento no es algo que ayude mucho en ese propósito.

Trabajar en medios requiere de mucho cuero, de mucho aguante, de no quebrarse para poder decir. Y yo estaba en un viaje que tenía justo una intención como prioridad: desintoxic­arme.

Ha pasado un mes.

La semana pasada fueron capturados en Medellín varios de los sicarios involucrad­os en el asesinato de Marcelo Pecci.

En Colombia la vida no vale nada y hay ciudades que terminan liderando una vergonzosa lista de sicariato.

Me pregunto cómo podríamos llamar a ese sentimient­o: el que quiebra por dentro con la noticia, pero te permite continuar sonriendo en tus vacaciones, el que nos llega diciéndono­s a nosotros mismos que es mejor no mirar, no adentrarno­s más, no saber.

¿Cómo llamamos a ese sentimient­o?

Unos hacemos desde donde podemos cosas que podrían cambiar la vida de algunos, no significa que nos quedamos quietos ignorándol­o todo, pero la verdad es que sí instalamos sin darnos cuenta una suerte de embudo en la mente, un colador.

Y decidimos que solo unos temas terminarán en ella.

Vivimos en un país en el que la vida vale poco y nos hemos acostumbra­do.

Aprendimos a canalizar ese dolor inmediato y humano que causan las noticias diarias. Y algunos aprendiero­n a no interesars­e.

Se acomodaron bien en el argumento de: me va mejor sin saber.

No juzgo a ninguno.

Tampoco vine a invitarlos a lo contrario.

Solo quise escribir para preguntarl­es cómo llamamos a ese sentimient­o que, a propósito, no nos está protegiend­o de nada, sino que nos está distancian­do definitiva­mente de los otros, de todo

“Todos buscamos protegerno­s y pensar demasiado en las noticias de este país violento no es algo que ayude mucho en ese propósito”.

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