El Colombiano

Buenos días, pereza

- Por ÓSCAR DOMÍNGUEZ GIRALDO - oscardomin­guezg@outlook.com

Si el padre Astete nos acompañara en esta era digital, cambiaría el orden a los pecados capitales en su catecismo y empezaría por la pereza.

La cibermoder­nidad nos volvió perezosos. El computador nos cuela el aire. Solo le falta relevarnos en faenas como ver pasar el viento, perdonar u olvidar, que alivia más.

De piernipelu­do me preguntaba por dónde entraba la gente que hablaba a través de mi viejo radio Zenith. Ahora me preguntó lo mismo con mi computador, que se ha convertido en una especie de CIA, DEA, KGB y antiguo DAS juntos.

Ese señor que nos conoce por dentro y por fuera, y que parece responder a la razón social de “algoritmo”, todo lo sabe: Qué música me gusta, si por dentro de mí espantan, qué milongas me traman, cómo ando de los chacras o si mi próstata le coquetea al bisturí.

Sabe antes que la Dian si mi cuen

“La cibermoder­nidad nos volvió perezosos. El computador nos cuela el aire. Solo le falta relevarnos en faenas como ver pasar el viento, perdonar, u olvidar, que alivia más”.

ta bancaria es obscena, como de corrupto; si soy un anarquista que respeta el semáforo, como dice Sabina, si me gustó equis texto que leí o escribí.

El computador nos sugiere un rico menú de opciones para reaccionar ante videos o escritos. Nos convirtió en esclavos del like, el nuevo nombre de la vanidad.

Con tal de acumular likes somos capaces de venderle el alma al gato, la pereza en cuatro silenciosa­s patas. Un me gusta nos trepa el ego o nos baja la caña de nuestra importanci­a.

El computador ofrece la opción adicional de los emoticones. Es otro lenguaje diseñado para reaccionar. Nos ahorra decir que nos gustó tal adjetivo, que aquel adverbio está del carajo, que sobraba una coma, que aquella metáfora nos sacó el aire.

Se ve venir el día en que las grandes obras literarias sean traducidas a emoticones. Espero haber hecho efectivo el seguro exequial cuando El Quijote en emoticones se venda pirateado en el semáforo. En vez de boleros, el novio engañado cantará desoladore­s emoticones de carrilera.

Hace tiempos desapareci­eron las cartas manuscrita­s y el cartero. Los perros sin pedigrí extrañan los cuartos traseros de esos mensajeros que traían cartas con espléndido­s errores de ortografía que hacían más eterno el amor.

Ni hablar de los telegramas, remoto esperanto de la síntesis: “Mañana esa, bajen caballos quebrada”. Alzhéimer olvidó ese medio de comunicaci­ón, cuota inicial del correo electrónic­o.

Me resisto a sumarme al rebaño de perezosos. Es apenas un decir porque salgo del paso con un like o un emoticón guiñando un ojo, o ambos, con una lágrima o dos, si “el interfecto muerto” era próximo a mis aurículas.

Al paso que vamos, el idioma desaparece­rá. Y los aplastatec­las seremos una nota de pie de página. Ya los computador­es redactan noticias.

La pereza me abruma de tal forma que, para ahorrar cerebro, titulé esta columna plagiando el célebre libro de madame Sagan. ¡Qué tristeza, dizque columnista!

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