El Colombiano

Un jubileo histórico

- Save the queen God

Los ingleses apenas comienzan a recuperars­e de los cuatro días de fiesta que han tenido para celebrar el jubileo de su reina. A sus 96 años, Isabel II acaba de cumplir 70 años en el trono y las celebracio­nes han estado acorde con este hito. Pero tras los fastos y la participac­ión masiva de los ciudadanos empiezan a hacerse preguntas de fondo. Porque una cosa es la reina y otra, el futuro de la monarquía.

El respeto que la gente siente por la reina se extiende a lo largo y ancho del país y sin embargo, no es incondicio­nal. Sus índices de popularida­d se los quisiera cualquier político, pero no hay que confundir el respeto que le tienen sus súbditos con el apoyo a la monarquía como institució­n, especialme­nte entre los jóvenes. Y el momento es crucial: el antiguo orden comienza a transitar de un larguísimo y muy estable periodo femenino a otro de incertidum­bre en el que un nuevo rey tendrá que encontrar la conexión con su pueblo y, sobre todo, entender los tiempos en los que le tocará reinar.

La sociedad inglesa ha empezado a preguntars­e cuál es el rol que debe cumplir una monarquía moderna, cuál es su costo y cuáles sus prerrogati­vas. ¿Su existencia durante tantos siglos obedece a la tradición o es un puro anacronism­o? Las respuestas serán distintas según provengan de un monárquico o de un antimonárq­uico, pero lo que sí está claro es que ha llegado el momento de cuestionar la validez de esa institució­n en un país democrátic­o como lo es el Reino Unido.

La monarquía inglesa cumple un papel simbólico. Representa la continuida­d, la estabilida­d y la ética en el sistema de liderazgo de la sociedad. Es una institució­n imparcial que no se ve afectada por las diferentes fuerzas políticas y que en muchos casos ha servido para proteger los intereses de las minorías del país.

Aunque ha tenido que ir cediendo poderes ejecutivos al primer ministro, mucha gente considera que la reina todavía encarna el poder. Tradicione­s como que el primer ministro vaya periódicam­ente a conversar con ella para consultarl­e sobre temas importante­s que conciernen a la nación, o como que los miembros de la familia real sean considerad­os altos mandos de los diferentes cuerpos militares,

El respeto que la gente siente por Isabel II se extiende a lo largo y ancho del Reino Unido y sin embargo, no es incondicio­nal. Porque una cosa es la reina y otra, el futuro de la monarquía”.

en realidad son actos más simbólicos que reales. Sin embargo, no dejan de tener connotacio­nes en el imaginario social: ofrecen la estampa del poderío que alguna vez detentaron y que ahora ya no pueden ejercer.

También es cierto que de las 29 monarquías que existen en el mundo, sin contar los 15 países sobre los que Isabel II es soberana, la monarquía inglesa es, sin lugar a dudas, la marca comercial más poderosa. Es capaz de generar millones de libras para su país y convertir sus historias en series de televisión que son consumidas con devoción ( The Crown, Los Windsor, etc.).

Pero hay temas delicados que sí resultan totalmente anacrónico­s, como por ejemplo que la monarca inglesa siga siendo la jefe de Estado de 15 países más, entre los que destacan Canadá, Australia o las Bahamas. El rechazo a esta idea es cada vez mayor y así se lo han manifestad­o a los royals durante los últimos viajes que han hecho a territorio­s de lo que se considera la Commonweal­th (las antiguas colonias inglesas, que conforman un tercio de la población mundial). Por no mencionar el hecho de que en una democracia moderna el poder recae en el pueblo, de manera que es totalmente contradict­orio que exista el liderazgo de manera hereditari­a.

Tampoco se correspond­e con los tiempos ese sistema de castas en el que hay unos, que son la realeza, y otros, que son el pueblo llano. Y en el que curiosamen­te son los contribuye­ntes quienes tienen que sostener a los miembros de la familia real, aunque estos no tengan un rol claro que justifique que el Estado se haga cargo de ellos.

Hasta aquí los argumentos a favor y en contra de la institució­n monárquica. Qué decida con el tiempo el Reino Unido está por verse, pero no hay duda de que, después de este merecido homenaje a la monarca más longeva del mundo y pensando en el relevo que ya ha dado comienzo, se abrirán muchos debates interesant­es.

El simbolismo de la realeza le ha servido en muchas crisis al Reino Unido como una especie de fiel de la balanza, un polo a tierra e incluso un consuelo en las adversidad­es. Con toda seguridad, los británicos encontrará­n la manera de mantener lo más valioso y descartar lo que la hace retrógrada. Mientras tanto, seguirán entonando con orgullo patrio su

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