El voto “nini”
La inminente jornada electoral del 19 de junio va a significar para muchos el ingreso a la cofradía de los votantes “nini”: ni Gustavo Petro ni Rodolfo Hernández. Porque ninguno de los dos candidatos convence: ni sus propuestas, ni sus promesas, ni sus actitudes, ni sus ideologías políticas, ni su pasado, ni su presente (y mucho menos su futuro), ni los que los apoyan, ni los que los descalifican, ni… ni… ni.
Qué pena, pero a muchos no les emociona ni atrae ninguno de los dos contendores que en las urnas se disputarán la presidencia del país en esta segunda vuelta. Por fortuna, la democracia ha deparado una salida elegante que se llama el voto en blanco. Que tal vez no sea la salvación y que seguramente no espanta las pesadillas que se asoman en el horizonte, pero sirve para tranquilizar la conciencia.
Eso de tranquilizar la conciencia puede significar muchas cosas. Tal vez valentía, tal vez cobardía. Tal vez miedo y falta de compromiso. Tal vez simple sentido común. De pronto esa conciencia tranquila brote de la ignorancia o sea el fruto de una limpia y temeraria sabiduría. Puede significar el suicidio al que lleva el alea iacta est ( la suerte está echada), que nos enseñó Julio César, o el heroísmo y la gloria que esconde esta misma frase que el gran guerrero y gobernante romano pronunció antes de cruzar el Rubicón.
Ciertamente, el voto en blanco tiene entre nosotros consecuencias más simbólicas que reales en la inmediatez de la política. Y, como algunos advierten, aquellos candidatos y organizaciones políticas a los que se quería castigar con el voto “nini” puede que acaben usufructuándolo a su favor.
Pero a la hora de la verdad, entre la euforia de los vencedores y el amargo sabor de la derrota de los perdedores, aceptar el futuro será más fácil para quienes se alejan castamente del no y del sí, y optan por el voto “nini”, aunque sean tildados de escépticos. Que el escepticismo, como alguien dijo, es la castidad del pensamiento.
El voto en blanco no es una indiferencia dañina, sino una respetable institución de nuestra democracia. Por algo está considerado en la Constitución del país. Denigrar de él es una muestra no de sana, sabia y serena política, sino de la politiquería que le ha hecho y le sigue haciendo tanto daño al país. Pero allá cada uno con sus pecados y sus propios demonios. Y que, pase lo que pase, Dios nos coja confesados, como decían las abuelas
El voto en blanco tal vez no sea la salvación, y seguramente no espanta las pesadillas que se asoman en el horizonte, pero sirve para tranquilizar la conciencia”.