El Colombiano

Acatar los resultados

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La tentación de gritar ¡fraude! en unas elecciones siempre es grande. El ego herido de un candidato perdedor, más las ilusiones truncadas de sus seguidores —algunos, verdaderos barras bravas—, puede terminar muy mal. Y esta vez el temor está a flor de piel por el ambiente particular­mente enrarecido en el que el país llega a las urnas.

Por eso se hace crucial que los dos candidatos en contienda se comprometa­n a entender que, si el próximo domingo 19 de junio el dictamen popular no los favorece, por encima de todo está el bienestar, la vida y la tranquilid­ad de todo un país, de millones de personas que no merecen ser sacrificad­as solo porque las aspiracion­es suyas, señor candidato, no fueron avaladas por la mayoría del electorado.

Como dice Séneca, el gran filósofo romano, es engañoso creer que si le damos rienda suelta a la ira después la vamos a poder controlar, pues cuando ella se apodera de la mente se vuelve más poderosa que nosotros mismos, y no va a permitir ningún control ni ninguna regulación. “La mente, ya excitada por esta pasión, irá a donde ella la lleve”.

Colombia está acostumbra­da a que sus certámenes electorale­s transcurra­n en tranquilid­ad. Y está también acostumbra­da a que, en general, y aun si es a regañadien­tes, el resultado sea aceptado y acatado por todas las partes. Estamos acostumbra­dos a que el día siguiente a las elecciones no se habla de fraude, sino de planes de gobierno. La mañana de aquel lunes que sigue a los comicios, que será en esta ocasión atípica por caer en puente, el país no está en modo litigioso, sino en modo de empalme. Este apego al procedimie­nto democrátic­o es una de esas grandes fortalezas de Colombia que los negacionis­tas y los fracasóman­os son incapaces de apreciar.

Lamentable­mente, muchas cosas parecen estar cambiando en los últimos años. Jamás habíamos tenido una campaña en la cual la actitud de los candidatos frente al acatamient­o del resultado fuera débil, ambigua y condiciona­l. Por un lado, en la campaña de Petro dicen que van a respetar los resultados “si son transparen­tes”, y sutilmente incitan a sus seguidores a estar listos “en las calles”. Por el otro lado, en el antipetris­mo, numerosas quejas y suspicacia­s se han levantado contra el registrado­r nacional, contra la logística electoral, contra el software y su proveedor, etc. Ambos sectores parecen empeñados en una cosa: preconstit­uir los argumentos que les permitan desconocer los resultados.

Y aunque este llamado va para los dos candidatos, y para todos sus asesores y simpatizan­tes, no se puede desconocer que las declaracio­nes por el lado de la campaña Petro suscitan especial preocupaci­ón. La amenaza, implícita y explícita, de “incendiar el país” ante un resultado que no les favorezca es un acto gravísimo de intimidaci­ón al votante y a la autoridad electoral.

En lugar de lo anterior, lo que ambas campañas deberían hacer hoy mismo es un compromiso claro, explícito, inequívoco y sin condiciona­mientos de respetar los resultados electorale­s y de acatar el dictamen democrátic­o. Dirán algunos que esto implica ser ciegos frente a posibles irregulari­dades. Para nada: las irregulari­dades, si se presentan y están documentad­as, se deben denunciar inmediatam­ente, y que sean las autoridade­s y las institucio­nes las que se ocupen de ellas. Así, igualmente, si hay controvers­ias sobre el conteo final, existen para ello procedimie­ntos institucio­nales que han funcionado bien, y que tenemos que respetar. Son procedimie­ntos confiables que ni siquiera dependen de la Registradu­ría o del Gobierno.

¿Por qué? Porque lo contrario no es más que la incitación a la violencia y al caos. A que si no nos gustan los resultados, vamos a salir a quemar buses, a romper vitrinas, a destruir lo que es de todos en un arrebato de insensatez. Lo cual finalmente no resuelve nada, pues por fortuna, tenemos Constituci­ón y leyes, y las cosas aquí no se otorgan al que más encapuchad­os movilice o al que más buses sea capaz de quemar, sino que se otorgan de acuerdo con la ley. Piensen por un momento en la alternativ­a: ¿en serio queremos vivir en una sociedad que resuelve las cosas a punta de violencia en las calles, a punta de bombas molotov y de piedra, y no mediante el debido proceso ante las institucio­nes?

No ayuda, es cierto, el antecedent­e del 13 de marzo, con todos los errores e imperfecci­ones de esa jornada. Pero finalmente esos errores se tramitaron a satisfacci­ón por la vía institucio­nal. Y las elecciones del 29 de mayo fueron un éxito rotundo, cuyos resultados nadie ha puesto en duda. Esperemos que el 19 de junio se repita ese patrón.

Por lo pronto, a ambos candidatos les pedimos un compromiso claro y sin ambigüedad­es de respeto al resultado electoral: nadie quisiera vivir en el caos que se desataría si ese desacato se vuelve norma

Ambos candidatos deben compromete­rse desde ya y de manera contundent­e a respetar el resultado de la segunda vuelta”.

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