El Colombiano

Abrir la jaula

- SARA JARAMILLO KLINKERT - @sarimillo

Hace unos años fui voluntaria de un proyecto dedicado a rehabilita­r, reproducir y liberar guacamayas víctimas del tráfico de fauna. Un día llevaron un ave que estuvo más de veinte años encerrada en una jaula tan pequeña que no podía ni siquiera voltearse. Le abrimos la puerta y no quiso salir. Intentamos sacarla y se aferraba con pico y garras a los barrotes. Pensamos que necesitaba tiempo para asumir su libertad, pero lo cierto es que nunca lo hizo. Se quedó parapetada en la misma vara de siempre junto a la puerta abierta. Daba tristeza verla. Nos costaba mucho entender que, teniendo toda la selva a su disposició­n, decidiera quedarse en semejante espacio tan reducido convencida de que era lo mejor para ella. Me recordó esta frase de Jodorowsky: “Un pájaro nacido en una jaula cree que volar es una enfermedad”.

A veces pienso que los colombiano­s somos ese pájaro. No todos, por supuesto, hablo en plural porque así es como tomamos las decisiones que terminan definiendo nuestro futuro colectivo. Estoy convencida de que tenemos un país privilegia­do, el problema somos nosotros. Podríamos disfrutarl­o con tranquilid­ad; sin embargo, elegimos seguir enjaulados, en manos de los mismos de siempre, soportando los mismos abusos, resignados a que la situación no mejore. Somos una sociedad tan acostumbra­da a la violencia que ya no somos capaces de vivir sin ella. La propiciamo­s. La demandamos. La aplaudimos. La aplicamos en nuestra vida cotidiana.

Basta ver la forma como tratamos a quienes piensan distinto, el lenguaje que usamos, la manera tan explosiva de reaccionar ante la sola sugerencia de abrir la jaula. Si alguien se atreviera a hacerlo, seguro lo agarraríam­os a picotazos. Basta echar un vistazo a las redes sociales, a las campañas políticas, que más parecen cloacas. En vez de incitar a la esperanza, incitan a un odio que combatirem­os odiando más y mejor. Estamos atrapados dentro de la espiral tóxica que nosotros mismos creamos.

Los escándalos se amontonan uno tras otro sin resolución. No denunciamo­s porque nos resignamos a que las denuncias nunca surtan efecto. La resignació­n nos vuelve cómplices de aquello que tanto repudiamos y el castigo es seguir aquí, afrontando los mismos problemas, soportando el mismo país, eligiendo lo peor para después tener de qué quejarnos. Pareciera que no sabemos vivir de otra manera. Yo nací en el 79 y no sé lo que es vivir en paz. Es muy triste pensar que jamás voy a saberlo. Lo normal aquí es que todo sea injusto, peligroso, corrupto. Lo normal es que nos roben en nuestras narices, que nos amenacen, que nos nieguen aquellas cosas a las que tenemos derecho, que nos agredan por cometer un error tan simple como pensar diferente. ¿Lo ven? Doy por hecho que pensar diferente es un acto erróneo de mi parte porque este país me ha enseñado que si soy agredida por ello es mi culpa. Yo también soy ese pájaro enjaulado. Todos los somos. Ojalá pudiéramos vernos. No damos sino pena

Somos una sociedad tan acostumbra­da a la violencia que ya no somos capaces de vivir sin ella. La propiciamo­s. La demandamos. La aplaudimos”.

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