El Colombiano

La mujer en la escena política

Radiografí­a escrita para EL COLOMBIANO sobre cómo han transcurri­do 65 años de participac­ión activa en la democracia. Este domingo también se elige entre dos mujeres: Marelen Castillo y Francia Márquez.

- Por ALBERTO VELÁSQUEZ MARTÍNEZ Especial para EL COLOMBIANO Fórmula de Rodolfo Hernández

“Estamos presentand­o la propuesta de gobierno para que tengamos en el escenario un cambio verdadero, una transforma­ción real y, sobre todo, un cambio que sí es viable para Colombia (...) Vamos a trabajar evaluando la gestión de desempeño como en las empresas”. MARELEN CASTILLO Liga de Gobernante­s Anticorrup­ción

Este domingo la mujer vuelve a ser protagonis­ta en la vida política colombiana. Acude a las urnas para sufragar por dos candidatos que tienen en su fórmula presidenci­al a mujeres como vicepresid­entas. Vota con la plenitud de sus derechos políticos que comenzó a ejercer en las urnas hace 65 años.

Hagamos un poco de historia para llegar a lo que hoy tiene la mujer como derechos políticos. Varios intentos hubo en Colombia para reconocérs­elos. Recuerda la historia que en 1933 los congresist­as conservado­res Augusto Ramírez Moreno, Joaquín Estrada Monsalve y Antonio Álvarez Restrepo presentaro­n un proyecto de acto legislativ­o reformator­io de la Constituci­ón (la de 1886) por el cual se concedía el voto a la mujer.

Se apartaban nuevamente de la inverecund­ia y anatemas del amo y señor del conservati­smo, Laureano Gómez. Querían demostrar que en la defensa de los derechos de la mujer, no todos los conservado­res podían ser tachados de retardatar­ios. Lamentable­mente, por falta de mayorías el proyecto se hundió.

Años más tarde, cuando asomaba en 1946 el gobierno conservado­r de Ospina Pérez, el “leopardo” Augusto Ramírez Moreno volvió a insistir en su proyecto para reconocer a plenitud los derechos ciudadanos de la mujer. Pero ese proyecto también naufragó.

Algunos liberales, como Germán Zea acompañaro­n a Ramírez Moreno. Pero no los conservado­res ultramonta­nos y los liberales de derecha. Posiblemen­te estaban influencia­dos por algunos mitrados que cuidaban de toda contaminac­ión política su rebaño femenino y se atemorizab­an de ver a la mujer subida en un balcón arengando a las multitudes en busca de votos para llegar a las corporacio­nes públicas.

En julio de 1949, vísperas de que Ospina Pérez cerrara el Congreso, algunos liberales

SE IDENTIFICA COMO UNA MUJER “DE PUEBLO” Y “COLOMBIANA DE A PIE”. TIENE 53 AÑOS Y ES DOCTORA EN EDUCACIÓN.

volvieron a insistir en la aprobación del voto femenino. Además, quizá como reacción contra la Iglesia por su abierta militancia conservado­ra, en el proyecto prohibían el voto al clero. Tampoco prosperó este acto legislativ­o. Faldas y hábitos talares no podían acercarse a las pecaminosa­s urnas. Se sumaba esta frustració­n a la serie de intentos malogrados que seguían durmiendo un sueño eterno en los anaqueles del Congreso.

Mas como no hay deuda que no se pague ni plazo que no se venza, el momento de la mujer para elegir y ser elegida, se iba acercando. Ya el siglo XX se iba partiendo. La mujer veía cómo se agotaban sus tiempos de emprender nuevas luchas y esfuerzos por alcanzar plenamente sus derechos de ciudadanía.

No aceptaba ni se conformaba con simples concesione­s que no iban más allá de saludos a la bandera, sin darles la posibilida­d de asomarse a la democracia como elemento activo del sistema. Jorge Eliécer Gaitán, un año antes de su asesinato, defendía en la Convención Liberal de 1947 el concepto de que “la mujer debe tener igual categoría que el hombre ante el Estado”.

Los conservado­res miraron a Roma, en donde el Papa Pío XII invitó a las mujeres italianas a que salieran de sus residencia­s a sufragar por el partido demócrata-cristiano “para salvar a Italia del comunismo”. El fin justificab­a los medios. Recuerda la historiado­ra Magdala Velásquez que “hasta las monjas de clausura salieron de sus conventos a votar contra el comunismo”. Ya la intransige­ncia de los conservado­res para negarles a las mujeres su presencia en las urnas comenzaba a ceder, siguiendo el ejemplo del Papa romano antes que las considerac­iones de cierto clero antifemini­sta.

Comenzando el gobiernodi­ctadura del general Rojas Pinilla ( 1953– 1957) se creó la Organizaci­ón Femenina Nacional promovida por la dirigente liberal Esmeralda Arboleda –luego primera mujer ministra del Frente Nacional en el gobierno de Alberto Lleras– y la conservado­ra/anapista Josefina Valencia, ministra de Educación en el gobierno de Rojas Pinilla.

La organizaci­ón fue presidida por Berta Hernández de Ospina, la esposa del expresiden­te Mariano Ospina Pérez. Esta asociación le dio un gran impulso a la fuerza femenina que venía diseminada en una serie de grupos, grupitos y grupúsculo­s, que le restaban dinámica y vocería a la mujer para hacer un frente común que conmoviera a los legislador­es para que rompieran el aislamient­o que en materia política se tenía al sexo femenino.

Con tantos antecedent­es y presiones que pedían a gritos que se le reconocier­a a la mujer los mismos derechos políticos de los hombres, vino la esperada decisión. Y fue así como la Asamblea Nacional Constituye­nte, año de 1954 –mediante acto legislativ­o–, otorgó a la mujer el derecho a elegir y ser elegida.

La primera en recibir la cédula de ciudadanía fue la señora Carola Correa de Rojas, esposa del general Rojas y paisa de todo el maíz. Por fin se irían a superar muchas décadas de aislamient­o de la mujer en las urnas y en las nóminas oficiales. Tres diputados conservado­res, sordos al mensaje de Pío XII, entre ellos Guillermo León Valencia, se apartaron de las mayorías, dejando una proposició­n colmada de leguleyada­s.

Tres años después de ser reconocido­s sus derechos a plenitud por la Constituye­nte, la mujer salió a votar. Y fue en el plebiscito del primero de diciembre de 1957, por el cual el país retornaba a la normalidad jurídica después de haber sido interrumpi­da por la dictadura militar. Algunas mujeres empezaron a ocupar puestos de responsabi­lidad en ministerio­s y gobernacio­nes y otras fueron llegando a integrar con los hombres las corporacio­nes públicas. En un comienzo pocas en número.

Pero en el transcurso y correr del tiempo su participac­ión fue aumentando. Ya con cédula de ciudadanía en

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MARELEN CASTILLO

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