El Colombiano

Máximo y Doris, caballos que ya viven como reyes

Los equinos fueron rescatados de las calles de Caldas y adoptados por una mujer que falleció este año, pero recibieron una segunda oportunida­d.

- Por GUSTAVO OSPINA ZAPATA

De las calles al paraíso. Así es la historia de Máximo y Doris, dos equinos que hace más de dos años dejaron de ser bestias de carga para convertirs­e en los hijos mimados, primero de una rescatista animal, y luego de una pareja de jóvenes esposos cuyo sueño era tener caballos para lograr lo que ellos llaman una conexión con Dios, con el universo en su máxima expresión.

Un cuento de hadas con un final feliz que no fue fácil de alcanzar, que tuvo sus contratiem­pos y que incluso estuvo en peligro de perderse en el primer intento que se hizo para mejorarles la existencia.

Todo empezó con una mujer llena de luz que ya no habita las coordenada­s de la Tierra. Se llamaba María Isabel Calle, directora de la Casa de las Narices Frías, una fundación protectora de animales con amplia trayectori­a en esta tarea y muy conocida en el municipio de Sabaneta.

“Los dos caballos fueron parte del proceso de erradicaci­ón de los coches que adelantamo­s en el Valle de Aburrá. Eso fue en 2019, María Isabel los recibió en adopción y les dio una excelente calidad de vida, pero ella tenía una enfermedad de base, luego se contagió de covid-19 y hace unos tres meses perdió la batalla y murió y los animales quedaron en riesgo”, relata el diputado Álvaro Múnera, quien lidera desde la Asamblea y en alianza con la Gobernació­n la eliminació­n de los coches de carga en el departamen­to.

Antes de su muerte, María Isabel le encargó a su esposo la suerte de los animales, que además de los dos equinos incluía más de 150 perros y gatos. Era una rescatista consumada y admirada.

“Pero Mauricio (su esposo), por su trabajo, me dijo que no iba a poder hacerse cargo de Brisa y Trueno, como ella los había bautizado tras su adopción, y me pidió que le ayudara a entregarlo­s a personas que pudieran hacerse cargo de ellos y que les dieran excelente vida, como lo hizo María Isabel, y lo cual era una de sus preocupaci­ones antes de morir”, cuenta Múnera.

El diputado, que durante varios periodos en el Concejo de Medellín abanderó los grandes avances de la ciudad y del Aburrá en materia de bienestar y defensa de los animales, contactó a sus socios del Área Metropolit­ana, otro aliado en estos procesos, y juntos le dieron carácter institucio­nal a la búsqueda de nuevos adoptantes para los caballos. No iba a ser fácil, pero el amor va haciendo posible lo que a veces se ve tan complicado. Y pasan milagros.

Por los mismos días, Liseth Bustamante y Andrés González, una pareja de esposos residentes en Medellín, recién habían adquirido una finca en una vereda de El Santuario (Oriente antioqueño), en la

“Desde chiquita he amado a los animales. Unos aprenden a lo largo de la vida y otros nacemos con eso”. LISETH BUSTAMANTE Adoptante de los dos equinos

que empezaron a compartir su vida con cuatro perros, todos rescatados o salvados de alguna desgracia o mala vida. Y el panorama se empezó a despejar.

Nacen Doris y Máximo

“Yo desde chiquita siempre quise tener una finca con muchos animales. Unos aprenden a amarlos a ellos a lo largo de la vida y otros nacemos con eso. Y este es mi caso. Entonces este año, que ya se tuvo la forma de adquirir la finquita, decidimos que era la oportunida­d de tener caballos”, relata Liseth.

El sueño era de ambos, de ella y de su esposo Andrés, con quien lleva 14 años de unión. Ella, estudiante de zootecnia, recordó que en el departamen­to avanzaba este proceso de sustitució­n de coches y contactó a Álvaro Múnera para que le ayudara con alguna adopción.

Por casualidad, el diputado recién había abierto inscripcio­nes para quienes quisieran adoptar a Brisa y a Trueno, y el panorama se aclaró para Liseth y Andrés. Luego vino lo más fácil, aunque aparenteme­nte iba a ser lo más difícil: construirl­es el paraíso, el lugar ideal para que los caballos disfrutara­n su etapa de jubilados.

Si bien ya ellos tenían la finca, esta aún no era apta para tener animales grandes. Y menos caballos, que requieren espacio y condicione­s especiales para que se sientan en libertad y con alimento disponible siempre.

“Le pedimos a Álvaro que nos esperara unos días mientras hacíamos los acondicion­amientos para ellos: el tiempo suficiente para construirl­es una casa, habilitarl­es bebederos y estructura­r cinco potreros para que todo el tiempo tengan de dónde comer hierba. Así, mientras van consumiend­o de uno, los pastos van creciendo en los otros espacios y nunca se les va a agotar el alimento”, explica Liseth, cuya primera decisión fue cambiarles los nombres.

A Brisa, una hembra blanca que parece nieve moviéndose entre el verde de los pastizales y los árboles de la finca, la puso Doris, en honor a una tía recién fallecida a quien describe como un ser lleno de amor que dejó en su vida una huella que la acompañará siempre. “Mi tía era fuerte, superó hasta un cáncer, pero al tiempo era frágil y se enfermaba mucho, y así más o menos es

Brisa, tal vez por lo que sufrió en las calles”.

A Trueno, en cambio, lo rebautizó Máximo, porque lo vio portentoso, fuerte y seguro, como un emperador, y aunque el nombre de Trueno le pareció hermoso, mejor se lo quitó porque notó que el animal les teme a esos fenómenos de la naturaleza, que “lo ponen nervioso”.

Compartir con Doris y Máximo ha significad­o cambios en la vida de Andrés y Liseth. Ella, sin duda, se envolvió en amor y hoy dice sentirse plenamente feliz y sin ganas de salirse nunca más de la finca.

“Yo estudio en Medellín pero todo el tiempo estoy pensando en ellos, cuando vengo ya no me quiero salir, verlos jugar y correr me llena la existencia, porque ellos me transmiten paz y es mi forma de compensar todo el daño que hacemos, es una forma de pedirle perdón a la madre tierra”.

Por eso los abraza, les inventa peinados y cortes y les lee poemas cuando sus miradas la inspiran: “Yo les leo y siento que me escuchan y me entienden, cuando pongo Bossa Nova, que es mi música preferida, empiezan a resoplar y siento la conexión”.

Andrés, de profesión administra­dor, describe los abrazos a Doris y Máximo como momentos muy especiales de su vida: “Abrazar a un caballo es algo maravillos­o, también a los perros, acá el que viene no me puede decir que los guarde o algo así, primero son ellos, que irradian energía, uno la siente y ellos también”, dice Andrés.

Él se transporta al mirarlos, expresa que la vibra es tan maravillos­a que se olvida de los problemas: “No lo sé describir, pero la mejor sensación es arrimarse, olerlos y abrazarlos, es lo máximo que uno puede sentir del universo”.

Ellos, Máximo y Doris se juntan, luego corren y muchas veces juguetean con los perros. Son como niños en un inmenso parque de diversione­s

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 ?? FOTOS EDWIN BUSTAMANTE ?? Liseth y Andrés construyer­on un espacio pensando en la felicidad de sus caballos y sus 4 perros.
FOTOS EDWIN BUSTAMANTE Liseth y Andrés construyer­on un espacio pensando en la felicidad de sus caballos y sus 4 perros.

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