Riqueza incluyente
Durante 20 años estuve en ejercicios de responsabilidad empresarial. Viviendo una evolución positiva en sus alcances: de la responsabilidad social —como acciones voluntarias— a la social corporativa, como parte del ser y el hacer empresariales. De organizaciones para crear un bien o servicio a múltiples esfuerzos para generar riqueza incluyente o valor compartido. La mejor síntesis de lo que esto significa: “No puede haber empresas exitosas en entornos que fracasan”.
Colombia necesita como nunca promover esta comprensión de responsabilidad y al mismo tiempo fomentar el crear más empresas, para consolidar una gran fuerza de trasformaciones positivas en la calidad de vida de sus habitantes.
La geografía de las elecciones para presidente es la expresión, desde las regiones más alejadas del desarrollo empresarial y con mayores inequidades —“como desigualdades injustas, indeseables y superables”—, del fracaso de sus entornos. Donde la extorsión, la violencia, el narcotráfico y la ausencia del Estado son las características.
Pero, paradójicamente, son al mismo tiempo los territorios que recogen lo mejor de nuestra biodiversidad; lamentablemente, también víctima de ese contexto. ¿Cómo revertir estas circunstancias, convirtiendo la biodiversidad en una gran oportunidad para trasformar la calidad de vida de esos territorios? Es la apuesta urgente que debería plantearse el nuevo gobierno en el marco de sus promesas a esa Colombia. Bajo la directriz responsable de “producir conservando y conservar produciendo”, una alianza estratégica del mismo con la cooperación internacional —concretando el pedido al presidente Biden— y con el sector empresarial sería realmente potente para ello.
El tejido empresarial podría jugar un rol inmediato significativo, a emprendimientos en dicho campo. Los necesitamos. Hemos sido demasiado tímidos. Ejemplos: en bioeconomía solo un 0,5 % de nuestras empresas tienen apuestas de innovación; el sector forestal solo aporta el 0,8 % del PIB frente al potencial de 25 millones de hectáreas; las fuentes no convencionales de energía aportan solo el 2 % de la capacidad instalada de generación, en el marco de una riqueza eólica y solar excepcional; la productividad de nuestra tierra está cinco veces por debajo del promedio de los países de la Ocde.
Juntos, los actores mencionados pueden generar una nueva gobernanza sobre la biodiversidad, que supere la actual, depredadora, combinando ecosistemas socioecológicos sanos y estrategias de inclusión productiva.
Existen en esos territorios muchas organizaciones comunitarias que muestran caminos promisorios al respecto, pero que aún no dan el salto hacia emprendimientos dinámicos porque han carecido de ecosistemas institucionales y empresariales que les apuesten con decisión y acompañamiento estratégico. Resalta la presencia de organizaciones de mujeres y de jóvenes, que harían más significativo el impacto social de un acompañamiento decidido.
Por supuesto, un plan de choque social debe ir de la mano con la creación de oportunidades empresariales; las únicas que logran mejorar de manera sostenible la calidad de vida. Sin condiciones mínimas sanitarias, de comunicación, de vivienda, el despegue de las oportunidades de emprender son más difíciles.
La Asociación de Fundaciones Empresariales cuenta con metodologías y prácticas que podrían ponerse inmediatamente en marcha para desatar toda una estrategia con el gobierno y crear condiciones básicas de vida digna. El gobierno podría aprovecharlas ampliando el mecanismo de obras por impuestos, fortalecido con recursos propios del sector fundacional y empresarial, cuya disposición para estos fines ha sido suficientemente demostrada, en el marco de la responsabilidad social corporativa
“Un plan de choque social, debe ir de la mano con la creación de oportunidades empresariales; las únicas que logran mejorar de manera sostenible la calidad de vida”.