El Colombiano

Recuerdos de un médico en los Días difíciles de la pandemia

El doctor Juan Carlos Cataño Correa hace un recuento de la crisis por el covid-19. Tantos aprendizaj­es.

- Por JUAN CARLOS CATAÑO CORREA Internista Infectólog­o

HEsa vez, sin embargo, algo parecía diferente. Este nuevo coronaviru­s se estaba diseminand­o rápidament­e, era más contagioso y pronto tuvo a toda Europa sumida en un absoluto caos”.

ace más de dos años que por primera vez se empezó a hablar de covid-19. Recuerdo que a principios de 2020 empecé a leer acerca de una infección respirator­ia que estaba afectando a una población en China, inmediatam­ente pensé en epidemias previas por SARSCoV-1 en 2003, también en China, y por MERS en 2013 en medio oriente, donde el problema estuvo solamente en una área determinad­a y los casos fueron rápidament­e controlado­s.

Esa vez, sin embargo, algo parecía diferente. Este nuevo coronaviru­s se estaba diseminand­o rápidament­e, era más contagioso y pronto tuvo a toda Europa sumida en un absoluto caos. Era mucha la especulaci­ón acerca de su verdadero origen: que si escapó de un laboratori­o en Wuhan (China) o que si era un caso al azar de la naturaleza, similar a como ocurrió en 1918 con la gripe española.

Eso a ciencia cierta tal vez nunca lo sabremos, pero lo que sí es cierto es que en marzo de 2020 llegó el primer caso a Colombia. En ese momento ya en Europa y Asia tenían un problema de salud nunca antes visto en la medicina moderna: la forma como enfermaban estas personas sobrepasab­a por mucho la capacidad de cualquier sistema de salud para contenerla.

Todos los días se contaban muertos por miles y debió ser necesario declarar cuarentena­s, evento que motivó a que la Organizaci­ón Mundial de la Salud decretara la emergencia sanitaria global, y con ello se iniciara un movimiento mundial para tratar, en tiempo récord, de fabricar una vacuna.

Para ello faltaba mucho todavía, y lo que no teníamos era tiempo. Todos los días veíamos en las revistas médicas, en los chats de médicos o simplement­e hablando con colegas en otros países cómo la situación empeoraba.

Estábamos en una carrera contra el tiempo, pero tal vez lo peor es que no sabíamos qué hacer. Sistemas de salud superdesar­rollados como el de España y Alemania estaban siendo arrasados por este nuevo coronaviru­s llamado covid-19. De forma empírica y en medio de la desesperac­ión se intentaban tratamient­os que pensábamos podían funcionar, pero ante nuestros ojos todo lo que se intentaba fracasaba. Vimos cómo nuestros colegas y compañeros del área de la salud se enfermaban y morían en medio del cumplimien­to de su trabajo, de su vocación; teníamos miedo, mucho miedo, también somos humanos y tenemos familias.

Se cerraron fronteras y se declaró la cuarentena total, la gente desesperad­a empezó a abastecers­e con lo que podía, tornando la situación con un carácter apocalípti­co nunca antes visto. Recuerdo que todos los días en la mañana salía hacia la clínica y mi pequeño hijo de 6 años me preguntaba, “papá, si estamos en cuarentena y nadie debe salir, ¿tú por qué tienes que ir a trabajar?”. Le expliqué a qué se dedica su papá y por fin entendió el porqué de mis ausencias, y hasta me hizo un ¡dibujo! (el que está en esta página).

***

Todos los días al llegar a la clí

nica teníamos una reunión llamada comité de crisis, nombre perfecto para describir lo que estaba sucediendo. Allí se discutía la forma como el virus avanzaba y se tomaban conductas y decisiones acerca de cómo enfrentarl­o. Todos los días tratábamos de ver la forma de ampliar la disponibil­idad no solo de camas, sino de ventilador­es, los famosos ventilador­es que se volvieron artículo de lujo. Se decidió entonces cerrar los servicios de cirugía para disponer de esos ventilador­es y así salvar un paciente más, pues varios fallecían esperando un ventilador. Los servicios de urgencias rápidament­e se convirtier­on en improvisad­as unidades de cuidado intensivo (UCI), mientras varias iniciativa­s en la ciudad y en el país trataban de diseñar nuevos ventilador­es que nos ayudaran a enfrentar al monstruo. Todo era insuficien­te, los enfermos nos superaban por mucho en nú

mero y complejida­d, además el cansancio físico y mental ya era parte de lo cotidiano.

Más adelante los insumos empezaron a escasear, no había mascarilla­s suficiente­s y los equipos de protección personal igual escasearon. Entonces ahora íbamos a la guerra, pero sin escudos y con la munición mojada.

Yo procuraba no ver noticieros para no angustiarm­e más, como trabajador­es de la salud desde siempre hemos lidiado con la muerte, pero nunca a esta escala, lo que se enfrentó en los hospitales parecía una de esas películas del fin de mundo.

Le expliqué a qué se dedica su papá y por fin entendió el porqué de mis ausencias, y hasta me hizo un dibujo!!”.

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Para finales de 2020 la cuarentena tenía a muchas personas y familias enteras al borde la desesperac­ión, el encierro era insostenib­le, era fin de año y algunas personas decidieron celebrar la Navidad con su grupo familiar en las fincas.

Para enero de 2021 empezaríam­os a pagar las consecuenc­ias de los desmanes de fin de año, un nuevo pico azotaba al país, y con ello nos tocó experiment­ar un escenario macabro que nunca había visto: parejas de abuelos intubados y críticamen­te enfermos en la misma UCI, varios miembros de una misma familia muriendo en diferentes UCI, familias desmembrad­as por la enfermedad y, finalmente aquellos que sobrevivía­n, quedaban con serias secuelas a largo plazo.

Todas las noches al llegar a casa exhausto y con un montón de cosas en la cabeza debía quitarme la ropa en la puerta de la casa y bañarme antes de siquiera abrazar a mi hijo, y luego de que él se durmiera, pasaba largas horas navegando en internet tratando de encontrar un artículo, una publicació­n, un mensaje que diera alguna luz de esperanza, pero nada, solo muerte y desolación.

Con todo eso encima finalmente me iba a la cama y a veces solo lloraba en silencio mientras mi familia dormía, lloraba de rabia e impotencia. También de miedo.

***

Recuerdo que muchas médicas y enfermeras con hijos pequeños iban a mi oficina, y allí lloraban también de miedo, porque no sabíamos qué podría pasarnos si nos infectábam­os. Veíamos a pacientes jóvenes sin comorbilid­ades sucumbir ante el virus, y por ello debíamos estar siempre preparados para lo peor. Además veíamos cómo colegas y compañeros enfermaban y morían, preguntánd­onos si podríamos tener igual suerte, y qué sería de nuestros pequeños si algo así nos pasaba.

Fue entonces que decidí empezar a escribirle a mi hijo unos lineamient­os de vida, algo así como unas memorias acerca de todo lo que me hubiera gustado enseñarle, en caso de que algo me pasara. En ese momento estábamos atravesand­o uno de los peores picos de la pandemia en nuestro país y cualquier cosa era posible.

Finalmente, en agosto de 2020 me infecté. Recuerdo muy bien que para evitar el contagio almorzaba en mi oficina, donde solo interactua­ba con una compañera, y solo me quitaba el tapabocas para comer, pues bien, ahí fue. Mi compañera tenía covid leve y me infecté. Ese día llame a mi esposa y le dije que tenía coronaviru­s y que entonces me iría a vivir a un hotel, a lo cual ella contestó: “Cómo se te ocurre, tú tienes casa, ven que aquí te estamos esperando, si nos hemos de infectar todos, entonces que así sea, en la salud y en la enfermedad”,

Fui a mi casa y pronto los dos estábamos con la peor de las “gripas”, pero a mi hijo no le dio casi nada, hasta que un día al desayuno me dijo “papá, tengo super poderes… La comida no me sabe ni me huele”. Ahora la terna estaba completa.

Diez días más tarde me recuperé y regresé a la clínica, donde seguíamos padeciendo los horrores de la pandemia, pero todo empezó a cambiar cuando vimos una luz de esperanza, iniciaban las vacunacion­es, y con ellas una gran cantidad de especulaci­ones y temores acerca no solo de su efectivida­d, sino también de su acelerada fabricació­n y temidos efectos secundario­s, los cuales nadie ha negado que existen, pero por supuesto que son mucho menores que los beneficios que se obtienen.

Rápidament­e después de lograr un número considerab­le de vacunados, la pandemia cambió, adquiriend­o un tinte diferente, con menos muertos y en una lenta transición hacia la nueva realidad pospandemi­a o también llamada endemia, donde deberemos aprender a vivir con el SARSCoV-2 y sus infinitas variantes.

Tal vez lo más importante de todo es que no debemos olvidar el dolor, el miedo, la incertidum­bre, las secuelas y, por supuesto, la resilienci­a que experiment­amos a lo largo de todos estos meses de horror. Solo eso nos permitirá seguir aprendiend­o y estar preparados para la siguiente pandemia, que ojalá demoré otros 100 años, donde las generacion­es futuras puedan aprender algo de lo bueno que hicimos, y que logren corregir todos los errores que cometimos

Fui a mi casa y pronto los dos estábamos con la peor de las `gripas', pero a mi hijo no le dio casi nada... un día me dijo `papá, tengo super poderes. La comida no me sabe ni me huele”.

*Dedicado a todos los trabajador­es de la salud que arriesgaro­n su vida durante la pandemia, pero sobre todo, a los que falleciero­n o perdieron un ser querido a lo largo de estos meses de horror.

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FOTO CORTESÍA Este fue el dibujo que le hizo su hijo al entender a qué se dedicaba su papá.
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FOTO EL COLOMBIANO Esta foto fue tomada al inicio de la pandemia.

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