El Colombiano

¿Incitación o ignorancia?

- Por LUIS FERNANDO ÁLVAREZ JARAMILLO - lfalvarezj@gmail.com

En la lectura de los textos constituci­onales y legales, es necesario diferencia­r entre el lenguaje y el metalengua­je. El primero, se refiere al texto literal de la disposició­n, cuyo contenido se encuentra en las palabras que la integran. El segundo, se halla en el sentido y significad­o que dentro del contexto socio político, realmente persigue la norma, teniendo en cuenta las fuentes que se encuentran en su origen, así como el tipo de conductas a que refiere.

Lo ideal, en un régimen político y jurídico estable, es que las palabras que literalmen­te integran el texto, coincidan con el significad­o o sentido del mismo. Es lo que llaman los doctrinant­es, la coincidenc­ia plena entre la eficacia simbólica de la norma y su eficacia real, es decir, la correspond­encia entre lo que la disposició­n dice y lo que realmente quiere decir.

Distintas circunstan­cias y realidades hacen que esta concordanc­ia plena no siempre se pueda dar, pues el autor del texto, sea el gobierno o el congreso, en ocasiones no puede expresar textualmen­te lo que implícitam­ente quiere manifestar a través del contenido de la norma. Es decir, una cosa es el lenguaje, que se refiere al contenido literal de la disposició­n; otra cosa es el metalengua­je, que hace referencia a las intencione­s políticas y sociales que persigue el autor de la misma.

Este esquema, en principio un poco complejo, suele repetirse en las diferentes instancias del poder, especialme­nte en los pronunciam­ientos provenient­es de los máximos jerarcas de la administra­ción pública. Es común que los más altos dignatario­s den a conocer mensajes con un sentido más simbólico, que de expresión de la realidad. Los casos son muchos y repetidos. Por ejemplo, cuando se presenta algún acto de violencia en contra de las personas, de los bienes o de las institucio­nes, es normal que el gobernante de turno declare que “se trata de un acto aislado propiciado por unos pocos desadaptad­os”, y posteriorm­ente agregue, que salvo ese “insignific­ante episodio”, la voluntad general es la de mantener una convivenci­a pacífica y el respaldo a las autoridade­s.

No cabe duda de que se trata de un desajuste entre los hechos y las palabras: la simbología que encierran las palabras, trata de ocultar la realidad de los hechos. Este mismo fenómeno puede tener otras manifestac­iones en distintas expresione­s de gobierno. Por ejemplo, cuando un miembro del gobierno afirma que es necesario acabar con las EPS, no sabemos si lo hace para incitar, a través de la simbología de la palabra, o por ignorancia, pues cualquier funcionari­o mediano sabe que una decisión de esta naturaleza no depende de la voluntad de un funcionari­o. Igual sucede cuando un agente del Estado, cualquiera que él sea, habla de acabar con la exploració­n de petróleo, o con el régimen pensional, o el sistema de servicios públicos, o permitir la libertad de condenados sin intervenci­ón judicial. En estos caso, o hay una evidente ignorancia o se busca utilizar el símbolo de la palabra para significad­os ocultos.

“Cuando un miembro del gobierno afirma que es necesario acabar con las EPS, no sabemos si lo hace para incitar, a través de la simbología de la palabra, o por ignorancia”.

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