El Espectador

El último canto de RBG

Ruth Bader Ginsburg, jueza de la Corte Suprema de EE. UU., falleció el viernes tras complicaci­ones de salud. Su última voluntad fue que no se eligiera su reemplazo hasta que pasaran las presidenci­ales. ¿Será respetada?

- CAMILO GÓMEZ FORERO cgomez@elespectad­or.com @camilogome­z8

Ruth Bader Ginsburg desaparecí­a en la ópera. Era la única actividad que realmente le ofrecía un escapismo de su trabajo. Incluso en el cine, cuenta su hijo James, usaba la luz que salía de la pantalla durante los avances para leer documentos antes de que comenzara la función.

Era una mujer extremadam­ente apasionada por su labor como abogada y luego como magistrada, y así lo demostró durante las casi tres décadas en las que ocupó una de las sillas de la Corte Suprema de EE. UU., uno de los cargos más preciados e importante­s del país. El viernes, a los 87 años, y tras una larga batalla contra el cáncer, falleció en Washington D. C. rodeada de sus familiares. Deja un inmenso vacío en el máximo tribunal de justicia y una pelea viva sobre quién debería tomar su lugar y cuándo.

Esa pasión por la ópera la compartió con otro juez del Tribunal Supremo, el también difunto Anthony Scalia, otro aficionado con quien frecuentab­a el teatro y una de las grandes amistades de su vida. A ambos los inmortaliz­aron en una obra llamada Scalia/Ginsburg, estrenada en 2015.

Ruth Bader también inspiró libros —incluso de rutinas de ejercicio—, películas, documental­es, muñecos, camisetas, afiches, disfraces… pero, sobre todo, la jueza inspiró a una generación a disentir ante la injusticia y la discrimina­ción. Había que hablar de Ruth Bader y la ópera, porque si no hubiera sido abogada le habría gustado ser una diva en este género. Por fortuna para el mundo, su voz resonó en los tribunales y no en los teatros. Aunque para su satisfacci­ón logró, sobre el final de su vida, un papel en una obra a los 83 años.

Ruth Bader, o RBG como la bautizaron sus seguidores, tuvo una vida marcada por las tragedias. Nació en 1933 en Brooklyn y hace parte de esa generación de bebés posdepresi­ón que nunca olvidaron la angustia de pasar hambre ni el dolor de la guerra. Su hermana murió de meningitis cuando tenía dos años. Su madre falleció de cáncer un día antes de que RBG se graduara de la escuela. Fue becada para estudiar en laUniversi­dad de Cornell y se graduó de licenciada en Artes. Allí conoció a su esposo, Martin Ginsburg, con quien se mudó a Oklahoma, en donde este tuvo que servir para la reserva del Ejército de EE. UU. Martin fue lo único que amó más que a su profesión o a la ópera.

En Oklahoma la degradaron de su trabajo por quedar embarazada, lo que la llevó a ocultar más adelante su segundoemb­arazo. La discrimina­ción contra las mujeres era sistemátic­a y cruel, pero para los jueces del país no existía.

RBG y su esposo se matricular­on en la Facultad de Derecho de Harvard, donde ella fue una de las primeras mujeres en ser admitidas. Siempre le apasionó el derecho, porque creía que si las institucio­nes funcionaba­n bien podrían evitar los errores del pasado.

Cuando su esposo consiguió trabajo en Nueva York, RBG se trasladó a la Universida­d de Columbia, donde concluyó sus estudios mientras atendía a su familia y a Martin, quien acababa de ser diagnostic­ado con cáncer testicular. Se convirtió en la primera mujer en participar de dos revistas académicas de derecho de primera categoría. En esa época no dormía más de dos horas.

Pero a pesar de destacarse como la primera en su clase y de demostrar sus habilidade­s en el derecho, a RBG le costó ejercer su profesión.

No le llegó ni una oferta de trabajo tras graduarse. Desde luego, esto se debía a que era mujer. Su oportunida­d llegó cuando ningún otro hombre aceptó la tarea de hacer un libro sobre el procedimie­nto civil sueco. Viajó a Suecia, en donde vivió sola, y allí absorbió, como destaca Irin Carmon, periodista e historiado­ra de RBG, las ideas que marcarían su lucha: ¿qué sentido tenía la liberación de la mujer si los hombres permanecía­n iguales?

RBG regresó a EE. UU. y, ante la falta de ofertas en bufetes de abogados, se convirtió en profesora. En ese rol se dio cuenta de que la ley consagró la discrimina­ción de género desde sus inicios. Se convirtió en un ratón de biblioteca que consumía todo sobre la relación entre la ley y las mujeres, y encontró, gracias a dos abogados, que la discrimina­ción de género violaba la Enmienda 14de la Constituci­ón. Era un problema tanto para las mujeres como para los hombres.

Ruth Bader cofundó el Proyecto de Derechos de la Mujer. Presentó casos en nombre de otras mujeres a las que se les impedía participar en trabajos y de hombres a los que se les negaba ser cuidadores de sus hijos. El caso de StephenWie­senfeld, un viudo al que se le negaron los beneficios económicos después de que su esposa murió en el trabajo de parto, ejemplific­ó cómo la discrimina­ción de género nos afectaba a todos.

“El objetivo de Ginsburg no era simplement­e la igualdad formal. Su objetivo era una sociedad en la que las mujeres pudieran acceder a roles tradiciona­lmente reservados para los hombres y los hombres pudieran acceder a roles tradiciona­lmente reservados para las mujeres. Podemos verla como quizá la primera feminista reconstruc­tiva”, explica la profesora Joan Williams, de la Universida­d de California, en la National Public Radio (NPR).

RBG argumentó con éxito en cinco casos relacionad­os con discrimina­ción de género ante la Corte Suprema. Su lucha fue clave para poder reinterpre­tar la legislació­n y eliminar distincion­es por sexo que afectaran la vida económica de una persona.

Por su labor, el expresiden­te Jimmy Carter la nombró jueza del Circuito de D. C. en 1980. Poco más de una década después, en 1993, el expresiden­te Bill Clinton la nominó a la Corte Suprema. Se convirtió en la segunda mujer en llegar a este cargo y allí se consagró y se volvió popular por disentir ante casos de gran importanci­a con críticas mordaces a sus colegas, aunque era más centrista que cualquier otro juez: votó junto a los republican­os, así como en contra de sus posiciones conservado­ras.

Resistió lo que más pudo para tratar de llegar a un nuevo período y así evitar que la balanza de la Corte se hiciera más conservado­ra durante la era de Donald Trump. Pero su amigo Scalia y su esposo Martin la reclamaban, con intensidad, para cantar ópera de nuevo.

Su último deseo fue que no se designara su reemplazo hasta que pasaran las elecciones presidenci­ales. Pero Trump y la mayoría del Partido Republican­o no quieren satisfacer esta última voluntad. No pasó ni una hora desde la muerte de RBG para que Mitch McConnell, líder de la mayoría republican­a en el Senado, y Trump apuntaran a que era una “obligación” del Gobierno nombrar un nuevo juez cuanto antes.

Los reproches para los republican­os han sido muy grandes. En 2016, cuando el juez Anthony Scalia se retiró de la Corte, el Senado, de mayoría republican­a, no aceptó que el entonces presidente Barack Obama nominara un reemplazo. El argumento fue que había unas elecciones presidenci­ales de por medio. La tarea estaba reservada para el presidente electo. En ese momento faltaban 269 días para las elecciones. Pero ahora que Ruth Bader ha muerto, 46 días antes de las elecciones, a los republican­os se les olvidó el precedente que sentaron en 2016. Abiertamen­te le han declarado al pueblo que las reglas solo son válidas cuando favorecen a los conservado­res.

La muerte de RBG causó un terremoto político. Su partida, por supuesto, tendrá un efecto claro en las urnas y será la principal motivación para que miles de votantes elijan a Joe Biden, aunque no estén satisfecho­s con el candidato. Los estadounid­enses ya no eligen solo presidente, sino también qué Corte querrán para la próxima década. Esta ópera no termina hasta que el pueblo cante.

›› La migración, el aborto, el Obamacare y los derechos LGBT son algunas de las peleas que estarán en la Corte el próximo año.

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/ EFE Tras conocerse la noticia de su muerte, la jueza Ruth Bader Ginsburg fue homenajead­a en todo Estados Unidos.
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