Lo de ser coherente
HAY QUE SERLO. NO FALTABA MÁS. Ser caricaturista por oficio —y yo lo soy— es algo muy distinto de serlo en forma esporádica, con resultados seguramente afortunados; en esos casos no hay contradicciones ni el dibujante se compromete con causa alguna o razones políticas.
Pero cuidado con el profesionalismo. Partiendo de la base de que la caricatura es un ariete contra los fuertes, que están en el gobierno, cuando llega a producirse la sustitución política, mal visto está que quien ha combatido con dibujos sardónicos continúe en idéntica lucha contra el nuevo poder. Para el caricaturista que gane su causa puede ser su peor momento. RicardoRendón combatió lo que dio en llamarse la Hegemonía Conservadora hasta el año 30; llegado el gobierno liberal, El Tiempo no vio con buenos ojos sus críticas a Olaya. Se suicidó, es esta una versión, aunque creo en otra.
Vienen luego las comparaciones: que con aquellos hacía mofa y con éstos no. El dibujante político es, como pocos, un periodista independiente y, como todos, lo que dice, sugiere o pergeña, nace de su peculiar inspiración. No es un político en campaña, no es ni pretende ser un gobernante. Quizá lo mejor es no tomarlo en cuenta, dejarlo en lo suyo y a su riesgo; el público verá si lo disfruta o reniega de él.
Hay ocasiones en que la fuerza dominante no está precisamente en lo que se conoce como el poder. Fuerzas alternativas, a veces con razones (no necesariamente con la razón), envalentonan a la masa, buscan afanosamente la toma o la retoma del mando y de hecho y en el entretanto ejercen un poderoso dominio social. Enfrentarlas es bien arriesgado y acaso más que hacerlo contra el establecimiento. Son esas fuerzas, por lo demás ingratas con quienes coyunturalmente las han acompañado. Ellas quisieran haberlos adquirido para sí, dejando a quienes fueron socios de ocasión cautivos de sus accionar político, cuando no de sus desmanes. El airoso dibujante, solitario en su oficio, continúa sumarcha y sigue realizándose en sus expresiones, sin deberle un peso a nadie; nadie le quita la libertad de apartarse del acontecer y dejar allá al ingrato público, veleidoso y conducido gregariamente por líderes interesados.
El gobierno Duque es un gobierno desamparado, lo que a los triunfalistas puede ofender. Entró señalado por un líder que en otra época había tenido un enorme prestigio y finalmente había cosechado mucha resistencia, hoy perseguido judicialmente. Gente de su generación no puede aceptarlo cobijado por la mayor investidura democrática, pues no admiten las sorpresas que este juego de alternativas supone. Los dibujantes, por el contrario, gozan con los cambios y con ensayar sus trazos en los nuevos rostros oficiales. Y no sólo dibujan, también son coherentes, pero con sus propias ideas. Y traten de seguirlos.