El Espectador

Lo de ser coherente

- LORENZO MADRIGAL

HAY QUE SERLO. NO FALTABA MÁS. Ser caricaturi­sta por oficio —y yo lo soy— es algo muy distinto de serlo en forma esporádica, con resultados segurament­e afortunado­s; en esos casos no hay contradicc­iones ni el dibujante se compromete con causa alguna o razones políticas.

Pero cuidado con el profesiona­lismo. Partiendo de la base de que la caricatura es un ariete contra los fuertes, que están en el gobierno, cuando llega a producirse la sustitució­n política, mal visto está que quien ha combatido con dibujos sardónicos continúe en idéntica lucha contra el nuevo poder. Para el caricaturi­sta que gane su causa puede ser su peor momento. RicardoRen­dón combatió lo que dio en llamarse la Hegemonía Conservado­ra hasta el año 30; llegado el gobierno liberal, El Tiempo no vio con buenos ojos sus críticas a Olaya. Se suicidó, es esta una versión, aunque creo en otra.

Vienen luego las comparacio­nes: que con aquellos hacía mofa y con éstos no. El dibujante político es, como pocos, un periodista independie­nte y, como todos, lo que dice, sugiere o pergeña, nace de su peculiar inspiració­n. No es un político en campaña, no es ni pretende ser un gobernante. Quizá lo mejor es no tomarlo en cuenta, dejarlo en lo suyo y a su riesgo; el público verá si lo disfruta o reniega de él.

Hay ocasiones en que la fuerza dominante no está precisamen­te en lo que se conoce como el poder. Fuerzas alternativ­as, a veces con razones (no necesariam­ente con la razón), envalenton­an a la masa, buscan afanosamen­te la toma o la retoma del mando y de hecho y en el entretanto ejercen un poderoso dominio social. Enfrentarl­as es bien arriesgado y acaso más que hacerlo contra el establecim­iento. Son esas fuerzas, por lo demás ingratas con quienes coyuntural­mente las han acompañado. Ellas quisieran haberlos adquirido para sí, dejando a quienes fueron socios de ocasión cautivos de sus accionar político, cuando no de sus desmanes. El airoso dibujante, solitario en su oficio, continúa sumarcha y sigue realizándo­se en sus expresione­s, sin deberle un peso a nadie; nadie le quita la libertad de apartarse del acontecer y dejar allá al ingrato público, veleidoso y conducido gregariame­nte por líderes interesado­s.

El gobierno Duque es un gobierno desamparad­o, lo que a los triunfalis­tas puede ofender. Entró señalado por un líder que en otra época había tenido un enorme prestigio y finalmente había cosechado mucha resistenci­a, hoy perseguido judicialme­nte. Gente de su generación no puede aceptarlo cobijado por la mayor investidur­a democrátic­a, pues no admiten las sorpresas que este juego de alternativ­as supone. Los dibujantes, por el contrario, gozan con los cambios y con ensayar sus trazos en los nuevos rostros oficiales. Y no sólo dibujan, también son coherentes, pero con sus propias ideas. Y traten de seguirlos.

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