Claudia López no es Salvador Allende
LOS MUERTOS DE LAS RECIENTES refriegas callejeras en Bogotá son una forma de violencia estatal. Pero igualmente grave ha sido otra modalidad de violencia estatal: la falta de adecuadas ayudas económicas durante la pandemia a los colombianos más necesitados. El malvado y desalmado Trump, que engañó a sus ciudadanos, pues conocía (el 7 de febrero) la letalidad del virus en tanto que públicamente prometía que iba a desaparecer solo, hizo llegar a millones de norteamericanos un cheque de US$600 semanales durante lo fino de la cuarentena. Esos subsidios sirvieron para que los trabajadores pudieran costear sus gastos básicos, como arriendo, víveres y servicios. En Colombia el Gobierno no engañó a la opinión pública sobre el peligro viral, pero en cambio escatimó en las ayudas, magras, insuficientes o extraviadas en la corrupción. No extraña que lo haya hecho así Iván Duque, un adminículo de otros, ni su equipo económico, que idolatra los indicadores y no estuvo dispuesto a inundar de liquidez la economía, que es la receta convencional de esa supuesta ciencia cuando se frena la circulación del dinero. Porque, por ejemplo, el busilis del préstamo a Aviancano es la ayuda en sí, necesaria para reactivar la compañía y el servicio aéreo, sino que no se concedió proporcionalmente con la misma generosidad a otras empresas grandes o pequeñas ni a los ciudadanos de a pie.
En cambio, sí extraña que una dirigente popular y de izquierda como Claudia López no haya empleado su poder como alcaldesa para desviar el presupuesto distrital y subsidiar a los trabajadores informales bogotanos y a los que perdieron el empleo, para entregarles sumas dignas y condignas que habrían permitido sobreaguar a quienes por prohibición legal no podían buscar el sustento. Estaba prohibido trabajar; entonces el Gobierno debía alimentar a los más pobres.
¿Que eso le correspondía al Gobierno nacional? Sí, es cierto. Perocuando ese Gobierno incurre en omisión, la principal figura popular del país, hija de una maestra, no de la oligarquía, tenía la obligación legal y moral de subsidiar a los más pobres de Bogotá. ¿No tenía facultades legales? Se podían buscar. La panza tiene prioridad sobre los incisos. Ella no adecuó el engranaje del gobierno distrital para servir a los ciudadanos que no tienen ahorros, viven al día y se quedaron sin entradas. Amplió el plazo para obtener el descuento en el pago del predial como una concesión, siempre pensando en recaudar, no en gastar a favor de los pobres. Claudia López obró como habría obrado Marta Lucía Ramírez. Los bogotanos más necesitados no dicen hoy que gracias a la alcaldesa no padecieron hambre ni otras necesidades durante la pandemia. Y si absolutamente no se podía incurrir en un masivo peculado a favor del pueblo en una circunstancia que se presenta cada cien años, López podía renunciar.
Ella habló mucho, subió el tono de la voz, despotricó contra el aeropuerto El Dorado y hoy, seis meses después del inicio de la crisis, se sabe que fue inferior al momento histórico. El estrépito y la estridencia fueron las notas dominantes de su gestión en este semestre de confinamiento. Cuando busque la Presidencia el pueblo ya sabe que le darán el mismo cocina’o. Seguiremos esperando que aparezcan en Colombia dirigentes de izquierda como Salvador Allende o Pepe Mujica.