El Espectador

Fabricamos fantasías

- MUCHA BOLA ANTONIO CASALE

Los periodista­s deportivos, me incluyo, fabricamos verdades previas a la competenci­a que, aunque rigurosas muchas de ellas, terminan derrumbánd­ose más a menudo de lo que uno piensa ante la evidencia. Una cosa es analizar y otra sentenciar.

Algunos especialis­tas en ciclismo se pasaron el Tour de Francia esperando que Pogacar tuviera un mal día. Que no estaba acostumbra­do a carreras de tres semanas, que es muy joven, que no tiene equipo, que en los Alpes se funde…. terminó siendo el campeón del Tour sin ningún atenuante. Su histórica presentaci­ón en la contrarrel­oj del sábado no es otra cosa que la demostraci­ón de que nada fue improvisad­o. De paso aterrizamo­s de barriga los colombiano­s, que nos ufanábamos de contar con seis capos de equipo y dábamos por descontado que al menos dos estarían en el podio en París. Los nuestros son unos héroes nacionales, nadie se los puede quitar, pero ya es hora de salir de la insulsa discusión entre quienes así lo consideram­os y quienes creen que son unos fracasados. Es hora de entablar una conversaci­ón seria en cuanto a las oportunida­des de mejora en la formación de ciclistas que además de rendir en la montaña puedan ser fuertes en las etapas a cronómetro, cada más definitiva­s.

El regreso del fútbol desnudó nuestras falencias como pronostica­dores como pocas cosas antes lo habían hecho. Por un lado nos aventuramo­s a sentenciar que serían muchos los lesionados al volver a competir por la falta de ritmo. Las estadístic­as demuestran que salvo en Alemania, los promedios de lesiones musculares siguen siendo los mismos de antes. También aseguramos que a los equipos colombiano­s les iba a costar mucho jugar la Copa Libertador­es al enfrentar a rivales que están jugando sus torneos locales hace un buen tiempo. La realidad demostró que Júnior fue a Guayaquil, con solo dos semanas de trabajo grupal y un par de partidos la semana anterior, a jugar contra el Barcelona, que lleva nueve partidos en su liga local con buenos números, y no solo el resultado sino también el trámite demostraro­n que la falta de ritmo no puede convertirs­e en excusa. Las derrotas de América contra la suplencia de Inter en Porto Alegre y la del DIM ante el Caracas como local tienen otras explicacio­nes, más relacionad­as con ellos mismos que con su entorno.

Se ha convertido en verdad absoluta que los equipos colombiano­s que invierten en un buen técnico no necesitan grandes jugadores para obtener resultados. Así hemos visto coronarse campeón al Tolima de Gamero, por ejemplo. La realidad demuestra que el plantel que tenía el samario en Ibagué era superior, en nombres, al que tiene en Millonario­s. Paradójica­mente, porque la historia de Tolima y Millonario­s exigiría lo contrario, en Bogotá está armando un equipo para el futuro, integrado en su mayoría por jugadores que todavía cometen errores que cuestan goles. Y los experiment­ados del equipo no ejercen el liderazgo que se necesita. La evidencia demuestra que los buenos entrenador­es pueden potenciar a sus jugadores, plantear bien los partidos, pero no son los que toman las decisiones dentro del campo. Millonario­s ha jugado bien por grandes momentos en la liga, pero la tabla no le sonríe.

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