El Espectador

Biden y la economía

Junto con la pandemia, Joe Biden debe atender problemas en el mercado laboral interno, así como la reconstruc­ción de confianza y relaciones comerciale­s que se vieron erosionada­s durante la era Trump.

- SANTIAGO LA ROTTA slarotta@elespectad­or.com troskiller

Junto con la pandemia, Joe Biden, el presidente electo de Estados Unidos, debe atender problemas en el mercado laboral interno y seguir entregando asistencia social en medio del COVID-19. Asimismo, debe emprender la reconstruc­ción de confianza y las relaciones comerciale­s que se vieron erosionada­s durante la administra­ción de Donald Trump, en la cual se abrió un duro frente de guerra comercial con China.

Joe Biden llega a la Casa Blanca para ponerse al frente de la peor crisis sanitaria en la historia moderna, en el lugar con los mayores índices de contagios y muertes, y que a la vez representa la economía más grande del planeta. Si hay que medirlo por otros indicadore­s que hablan del tamaño del reto que tiene por delante, se podría mencionar que su país también lidera las estadístic­as en rubros como personas que creen en conspiraci­ones de poder lideradas por pedófilos o en ciudadanos encarcelad­os frente al total de la población.

La tarea no es menor. Y no lo es, especialme­nte en los frentes de pandemia y economía, aunque para este punto del partido se entiende que suelen parecer el mismo: con números y caracterís­ticas bien distintas, pero al final con el balance de vidas humanas siempre en un extremo del hilo.

Con cerca de 24 millones de casos reportados y acercándos­e rápidament­e a los 400.000 muertos, cerrarle el paso al COVID-19 es una de las grandes tareas pendientes de Biden, que llega a gobernar un país con una conciencia pública más inclinada hacia la paranoia y el miedo que hacia el sentido común y la ciencia.

Ganarle tiempo al virus hasta que al menos haya una entrega y aplicación de vacunas de forma masiva y eficaz parece imponer nuevas medidas de restricció­n. Uno de los asesores de Biden en el frente de la pandemia, Michael

Osterholm, ha dicho públicamen­te que el país se acerca a un “infierno de COVID”. Y en su opinión, el control de la circulació­n del virus (al menos para dar tiempo a las vacunas) se lograría con restriccio­nes nacionales de entre cuatro y seis semanas.

Y esto es potencialm­ente preocupant­e para el mercado laboral, en particular, pero en general para la recuperaci­ón económica. Para diciembre pasado las autoridade­s de EE. UU. reportaron que se perdieron 140.000 puestos de trabajo, la primera vez que el indicador tuvo un descenso neto desde el primer pico de la pandemia (particular­mente en abril). Hace apenas un par de semanas se registraro­n más de un millón de solicitude­s para beneficios por desempleo, un número que no se veía desde julio.

Ahora bien, hay un cierto consenso entre analistas y especulado­res del mercado sobre el ritmo de recuperaci­ón de la economía de Estados Unidos, que para este año tendría el desempeño menos malo en el conjunto de las naciones más ricas en el planeta.

Claro, ese supuesto está construido sobre pilares llenos de incertidum­bre como el despliegue y alcance de los esfuerzos de vacunación, pero también sobre la velocidad de recuperaci­ón en términos de trabajos y subsistenc­ia de pequeños negocios (los mayores afectados por la crisis). A esto habría que sumarle la estabilida­d de mercados como el del petróleo, por ejemplo.

Hay unas sabias palabras de un analista que bien ayudan a ilustrar estas tensiones: “Qué tanto y qué tan rápido se puede llenar una tina que igual tiene una fuga”.

En el punto más duro de la pandemia, la crisis destruyó unos 22 millones de empleos en Estados Unidos. Más de la mitad han vuelto a existir desde entonces. Pero hay sectores claves que siguen atados al futuro nebuloso de la pandemia: eventos en vivo (y prácticame­nte todo el renglón de entretenim­iento que no vaya por

streaming), aviación y, en general, cualquier actividad que este atada al turismo.

La buena noticia es que aún hay un paquete de estímulos que está entregando dinero a hogares y negocios, que fue aprobado el año pasado luego de una negociació­n política paralela al drama electoral de noviembre. Esto, sin duda, ayuda a ajustar los golpes inducidos por la inactivida­d presente y, en parte, por la que podría venir por cuenta de nuevas medidas de restricció­n. La mala es que esos

››El plan de Biden para seguir extendiend­o la ayuda social incluye recursos por US$1,9 billones.

recursos llegan hasta mediados de marzo, por lo que, bajo la óptica de analistas y académicos, es vital aprobar más alivios mientras se puede superar lo peor del momento actual de la pandemia.

El vaso medio lleno para Biden es que, con el control de ambas Cámaras legislativ­as, los temores fiscales de los republican­os (que igual aprobaron recortes tributario­s para empresas por US$1,5 billones) serán una molestia menor a la hora de expandir el gasto nacional en asistencia social.

Los riesgos de no ponerse de acuerdo ahora en un nuevo paquete de ayuda son enormes de cara al futuro, según la opinión de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía (en un análisis recogido por el diario The New

York Times).

El plan de Biden para seguir extendiend­o la ayuda social incluye recursos por US$1,9 billones, con lo que se podrían entregar unos US$1.400 a los más vulnerable­s. Además de este paquete de asistencia, el nuevo presidente espera impulsar un proyecto de gasto estatal en temas como infraestru­ctura, que debería irrigar la economía con unos US$7 billones durante la próxima década. Esta última porción será financiada con un aumento de los impuestos, con especial énfasis en las personas que ganen más de US$400.000 anuales.

A pesar del ritmo de recuperaci­ón económica, los renglones de personas que han estado desemplead­as durante más de seis meses se han ido engordando continuame­nte y esto, de acuerdo con académicos, es un aspecto preocupant­e, porque los datos muestran que la reactivaci­ón de estos trabajador­es es más complicada.

No invertir pronto en un paquete de recuperaci­ón podría salir más caro después y esto, incluso desde la ortodoxia fiscal de los republican­os, no es algo deseable: cuando la niebla de la pandemia comience a despejarse otros monstruos seguirán persiguien­do a segmentos importante­s de la población, como la silenciosa crisis de deuda estudianti­l, por ejemplo.

El mundo más allá de EE. UU.

Las relaciones comerciale­s de Estados Unidos siempre han sido importante­s, por el papel de importador/exportador que este país ocupa en el escenario internacio­nal (primer y segundo lugar para cada aspecto, respectiva­mente). Pero la aproximaci­ón del presidente Donald Trump al comercio internacio­nal bien ha redefinido lo que este término implica por estos días.

El foco de la administra­ción Trump en el terreno de la industria nacional y el mercado interno (en conjunto con las presiones en comercio exterior) han logrado redefinir de cierta forma la agenda económica. En su rol de candidato, Biden prometió ocuparse de los sectores de industria nacional, cosa que no sorprende a nadie, porque buena parte de la descripció­n laboral de un político implica prometer. Sí sorprende un poco, por otro lado, que haga énfasis en renglones como la manufactur­a, cuando esta responde solo por un 9 % de los empleos en EE. UU. y tiene un peso de 10 % en el PIB de ese país. No son cifras despreciab­les per se, pero para ojos de algunos analistas tampoco son foco de política nacional.

Buena parte de los retos en materia de comercio internacio­nal de Biden atravesará­n por volver a construir los puentes de confianza y tradición que Trump quemó a punta de aranceles y bravuconer­ía. Esto, en una medida nada despreciab­le, incluye seguir caminando el delicado y tenso equilibrio de las relaciones con China, cuyos gigantes de telecomuni­caciones no son bienvenido­s en Estados Unidos, pero que a la vez continúa siendo el mayor comprador de algunos productos estadounid­enses, principalm­ente en el sector agrícola.

La diplomacia comercial de Trump (sí, puede ser un contrasent­ido), sin embargo, generó un indicador para mostrar en los titulares: el déficit comercial con China se redujo en 2019, la primera vez que lo hizo desde 2013 (este indicador es la diferencia negativa entre exportacio­nes vs. importacio­nes; más compras que ventas, en últimas). Esta reducción obedece, principalm­ente, al acuerdo al que llegaron ambos países, en el que Beijing se comprometi­ó a incrementa­r sus compras de EE. UU. en más de US$300.000 millones para finales de 2021.

Y como nada suele ser blanco o negro, esta presión (con las exclusione­s de las empresas de tecnología) ha generado un impulso aún mayor en la industria china para fabricar semiconduc­tores, microproce­sadores y todas aquellas piezas de alta tecnología que hoy impulsan vastos sectores de la economía, pero cuya fabricació­n continúa muy localizada en países rivales, como Estados Unidos. Además de esto, las complicaci­ones en la relación comercial también han estrechado vínculos entre otras economías, que hoy intentan alejarse de la dinámica casi binaria entre orbitar cerca de Estados Unidos o China.

Lo que Biden pueda hacer, o no, en materia macroeconó­mica terminará por moldear lo que también alcanzará a lograr en otras materias quizá más urgentes: inversione­s climáticas y asistencia social. Y esto, a su vez, terminará por tener un impacto tanto local como regional y global.

››A pesar del ritmo de recuperaci­ón económica, los renglones de personas que han estado desemplead­as durante más de seis meses se han ido engordando continuame­nte.

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/ AFP Joe Biden, quien este miércoles entrará oficialmen­te en la Casa Blanca.

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