Anestesiólogos, agotados por la pandemia
El escenario que viven estos profesionales sirve para entender mejor la crisis que se está viviendo en las UCI. Aumento en la carga laboral, ansiedad y afectación en la salud mental, así como desabastecimiento de medicamentos, reflejan un complejo panoram
El doctor Rodrigo Morales*, anestesiólogo, recuerda haber pasado su peor Navidad en 2020. Además de que prefirió no verse con ningún familiar, para evitar el riesgo de contagiarlo, sentía que su ambiente profesional estaba colapsando. Había perdido colegas por el coronavirus, algunos estaban incapacitados por estar contagiados y otros salieron de vacaciones. Su carga en el hospital se triplicó. Al salir de turno se sentía desolado y empezó a hacer un tratamiento psiquiátrico en el que le advirtieron que debía tomar vacaciones. Separarse por unos días del “mundo de la crisis del coronavirus”.
Aunque los médicos intensivistas son los que lideran lo que sucede en las UCI, los anestesiólogos han sido de alguna manera su sombra. Los llaman para intubar a pacientes que están en estado crítico por el COVID19, para colocar aparatos de monitoreo y catéteres especiales, y para hacer la técnica de prono, una maniobra que consiste en poner al paciente boca abajo para mejorar su respiración. “Somos los que tenemos la máxima experiencia en estos procedimientos”, comenta el doctor Mauricio Vasco, presidente de la Sociedad Colombiana de Anestesiología y Reanimación. En otras palabras, al trabajo que hacían antes de la pandemia, como poner y monitorear la anestesia para cirugías, se les sumó la labor dentro de las UCI que están a punto del desborde.
Se trata de una profesión que los pone en contacto directo con el virus. “Es como trabajar justo al lado de un reactor nuclear”, fue la metáfora que encontró el anestesiólogo Cory Deburghgraeve para describir su labor a The Washigton Post. “Me estoy acercando a unos centímetros de la cara del paciente. Me inclino hacia la boca, coloco los dedos en las encías y abro las vías respiratorias. Todo lo que necesita es toser. Si algo sale mal, puedes tener una habitación llena de virus”.
Este escenario ha dado pie para que aumenten los reportes de anestesiólogos con fatiga, síndrome del burn out, falta de empatía e, incluso, depresión. Aunque las cifras son escasas, un estudio publicado en julio del año pasado en la revista NEJM Catalyst Innovations in Care Delivery da algunas claves. Tras encuestar a 242 personas, entre las que se encontraban anestesiólogos, enfermeras anestesistas y residentes, encontraron que el 48 % de estas creían que contraerían COVID-19 en el trabajo. Además, al pedirles que pusieran el nivel de ansiedad que estaban sintiendo con la pandemia, la media fue de 3,14, en un rango de entre 1 y 5. Sin embargo, al preguntarles cuál era el nivel de ansiedad que sentían alrededor, con su equipo, la escala subió a 3,55.
Pero estas estimaciones se hicieron hace siete meses, cuando aún había esperanza -o ingenuidad- de que el coronavirus fuera algo más pasajero. Las cifras de hoy podrían ser más altas. “Desde la Asociación hemos percibido que nuestra situación dentro de la pandemia nos hace particularmente vulnerables a desequilibrios emocionales y al deterioro de la salud mental”, sugiere Vasco. “Por eso hemos generado unas líneas de atención y asistencia con psicólogos para los anestesiólogos afiliados”.
Así han aliviado la falta de personal en UCI
La semana pasada, durante una rueda de prensa sobre alerta roja por ocupación de UCI, el alcalde de Medellín, Daniel Quintero, dijo que a “Medellín aún no le ha tocado utilizar anestesiólogos en vez de intensivistas. A muchos lamentablemente les ha tocado”, un comentario que cayó muy mal en el gremio. Pero más allá de eso, también dejó rondando la duda de cómo funcionan los servicios de cuidados intensivos y cómo han cambiado durante la pandemia.
Aunque la respuesta fácil es un intensivista, lo que sucede un UCI ha dado un vuelco en pandemia, pues el número de pacientes críticos sobrepasó el número de intensivistas. De hecho, la Asociación Colombiana de Medicina Crítica y Cuidado Intensivo estima que se han atendido más de 4.000 pacientes en estado crítico por COVID-19 en 11.832 camas UCI, dos veces más que el número de camas prepandemia. Para lograrlo, con un personal que no se puede duplicar de la misma forma como se incrementa el número de camas, se ha recurrido a una estrategia que llaman “modelo de expansión piramidal para cobertura de pacientes en UCI”. En palabras de Vasco, quien cuenta que el modelo fue aprobado en agosto en Colombia, lo que han hecho es que un solo intensivista tiene a su cargo una especie de equipo élite que le ayuda a que este pueda ver más pacientes.
“Ya sea de forma presencial o por videollamada, el intensivista da instrucciones a médicos de urgencias, internistas y nosotros, los anestesiólogos, para poder reforzar el cuidado del paciente y poder ver más gente. De que un intensivista tenga a diez pacientes a cargo, ahora con el modelo puede ver 20, 40 o incluso 60”, explica Vasco.
Desabastecimiento de sedantes y anestésicos
El desbordamiento que empiezan a sentir los anestesiólogos colombianos no solo se da por el exceso de trabajo, sino por hacerlo en espacios con pocos recursos y falta de medicamentos. “Agentes dopaminérgicos, adrenérgicos, anestésicos generales, anestésicos hipnóticos, anticolinérgicos, bloqueantes neuromusculares, gases medicinales, neurolépticos, sedantes y vasopresores han presentado un desabastecimiento”, advierte Vasco.
A pesar de que el Gobierno respondió a esta alerta trayendo 8,5 toneladas de medicamentos de Chile a finales de diciembre, Vasco cree que se necesitan implementar todas las medidas de alivio posible. A principios de enero, el Invima aprobó el uso de anestésicos inhalados para sedación de los pacientes en UCI.
“Sedar en UCI con medicamentos inyectados vale 10 veces menos”, concluye. Vale recordar que ese nuevo uso tiene una aprobación transitoria, por lo que solo será mientras se resuelve la crisis sanitaria.