El Espectador

Mauricio Duarte es uno de los dos futbolista­s colombiano­s que forman parte de Defensa y Justicia, que definirá hoy, frente a Lanús, el título de la Copa Sudamerica­na. Perfil.

Mauricio Duarte es uno de los dos futbolista­s de nuestro país que forman parte de un equipo que buscará quedarse con el título de la Copa Suramerica­na.

- CAMILO AMAYA icamaya@elespectad­or.com @CamiloGAma­ya

La segunda noticia mala de 2020 llegó en agosto, cuando le dijeron que tenía coronaviru­s y que debía quedarse en casa, que no podía entrenar por un tiempo y que era necesario cumplir con medidas estrictas de aislamient­o. “Fui el único del equipo que dio positivo. Entonces, pues, eso te golpea duro, te desanimas. Por fortuna no tuve síntomas”. La primera fue el 31 de marzo, recién había comenzado la cuarentena en Buenos Aires. Ese día, al hijo de Mauricio Duarte le dio apendiciti­s y, con la sensación de quien espera lo que nunca llega, empezó el suplicio para que lo atendieran. En unas clínicas le dijeron que no, que eso no era prioridad, en otras lo cuestionar­on. “¿Extranjero? ¿De dónde vienen? ¿Dónde han estado?”. Además, el temor razonable de la gente generó miradas inquisidor­as, malestar quizá por el acento diferente.

“Por fortuna encontramo­s una clínica que lo operó y todo salió muy bien. Pero quedó el susto porque Tomás apenas tiene seis años”. Duarte llegó a Argentina en enero para jugar en Defensa y Justicia. En ese entonces ya estaba buscando una salida de Cúcuta Deportivo, estaba aburrido con el incumplimi­ento de los pagos y por eso le pidió a su representa­nte que mirara sobre todas las cosas. “Lo tenía claro: llegaba una oferta y me iba”. En la lista de transferib­les, Duarte estaba arriba, pero al final fue de los últimos en irse. “Mire cómo es la vida. Hasta se decía que Juan Camilo Chaverra y yo íbamos a continuar. Por fortuna no fue así”.

Duarte (Cúcuta, 1992) se dejó sorprender por las instalacio­nes, el manejo y las formas de un club pequeño, pero bastante organizado, de una institució­n con todo lo necesario para su equipo profesiona­l y que en los últimos años ha sido la expresión clara de lo colectivo, de una eclosión enorme en un medio en el que los espacios de admiración son de unos pocos. “Fue un cambio impresiona­nte, porque venía de estar en un equipo que a veces no tenía dónde entrenar, a otro que cuenta con su propio predio, con una cancha digna. Para mí eso fue asombroso. Puede que para el que llegue de un club grande de Colombia no cause tanta impresión como me sucedió”.

Ya en octubre, cuando se tomó confianza y el COVID-19 estaba superado, y la pelea por un puesto de titular en el equipo dirigido por Hernán Crespo era algo más palpable, vino la rotura del menisco de la pierna izquierda en el partido de Copa Libertador­es frente a Delfín, en Manta. Un terreno en mal estado, un frenazo abrupto, la rodilla para adelante, el talón y el pie para atrás. Apenas 40 segundos de juego, un dolor fuerte, pero momentáneo, la incapacida­d de estirar o de doblar la pierna y la maniobra brusca y necesaria de un médico para regresar todo a su sitio.

“Me la desbloqueó y listo, seguí el resto del primer tiempo como si nada. Ya en el descanso me dolía mucho. Al otro día ni siquiera podía caminar bien”. En ese entonces sumaba dos encuentros de la Superliga argentina y otros dos en el torneo continenta­l (239 minutos).

Entonces vino la recuperaci­ón, las charlas esporádica­s con Crespo -quien siempre estuvo atento a su estado de salud- y el regreso a los entrenamie­ntos, a la disciplina de un DT que, para Duarte, trabaja con el mismo ahínco que tenía cuando era uno de los goleadores argentinos en Europa. “Más allá de ser exigente en la parte táctica y técnica, que lo es, se esmera en convencern­os de que se puede. Supongo que pide como en su momento le pidieron a él. Y entonces tiene claro lo que quiere y lo que busca encontrar en cada uno de sus futbolista­s”.

Un día histórico para Varela

Duarte ya vivió varios partidos con hinchada en las gradas del estadio Norberto Tomaghello, con una afición de fidelidad absoluta y que ha disfrutado, desde 2014, el crecimient­o vertiginos­o de Defensa y Justicia, club que pasó de estar en la segunda división del fútbol argentino a ser cuarto en la tabla de posiciones en 2016 y disputar su primera Copa Suramerica­na en 2017 (eliminó a São Paulo y después cayó con Chapecoens­e). El Halcón, conocido así por el nombre de una empresa de transporte­s que patrocinab­a al equipo y que tenía buses de los mismos colores (verde y amarillo) ha experiment­ado transicion­es tan perceptibl­es como reales para Florencio Valera, población que tiene nombre de escritor y en la que es común sentarse en la puerta de las casas a ver pasar la vida misma en medio de un ambiente de pueblo que no deja de ser conurbano.

“Cuando juega Defensa sientes que se olvidan los problemas, la pandemia. Es lindo. Y sumado a eso te encuentras con una institució­n en la que no se fijan sueños, sino objetivos. Y eso marca la diferencia. Primero era ascender, se logró; después ir a copas internacio­nales, se jugó la Libertador­es; ahora una final, y acá estamos. Ojalá llegue el título frente a Lanús”, concluye Duarte, que tiene claro que si bien las opciones de ser titular hoy en el estadio Mario Alberto Kempes, en Córdoba, son limitadas, sumar minutos en la segunda parte, estar en el festejo final y ser un predestina­do en esta historia es algo muy asequible.

››Raúl Loaiza es el otro jugador nacional que forma parte del club de Florencio Varela. Por el lado de Lanús, Alexis Pérez integra el conjunto que dirige Luis Zubeldía.

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/ Marcelo Peralta - Defensa y Justicia oficial. Duarte en uno de los entrenamie­ntos en Córdoba, sede de la final de la Sudamerica­na.
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