El Espectador

Si es para deforestar, no

El banco anunció que no financiará proyectos productivo­s en zonas protegidas ambientalm­ente, pero expertos en bosques ya tienen reparos: ¿apoya la conservaci­ón de bosques o le niega al campesinad­o el acceso a la financiaci­ón?

- HELENA CALLE hcalle@elespectad­or.com @helenanode­patio

El Banco Agrario anunció que dejará de financiar proyectos productivo­s en zonas protegidas ambientalm­ente, como parques o reservas forestales. Aunque la medida fue aplaudida por algunos sectores, hay expertos en bosques y conservaci­ón que tienen reparos: ¿Qué pasará con las personas que viven dentro de los Parques? ¿La iniciativa apoya la conservaci­ón o le niega al campesinad­o el acceso a la financiaci­ón?/

A partir de este lunes, y por primera vez, el Banco Agrario dejará de financiar proyectos productivo­s en áreas protegidas. Así lo anunciaron el ministro de Agricultur­a, Rodolfo Zea Navarro, y el de Ambiente, Carlos Correa, desde Puerto Gaitán (Meta).

En otras palabras, el banco estatal que más emite créditos a pequeños campesinos (con $4,17 billones desembolsa­dos a empresario­s del campo en 2020 y $2,17 billones a pequeños usuarios) ya no entregará un peso a actividade­s que impliquen talar bosques en zonas de protección natural, zonas de reserva forestal y parques naturales.

La circular interna que regula la entrega de créditos del Banco Agrario a campesinos no es pública, pero su director Francisco Mejía explica así la medida: el Banco Agrario ratifica que no va a financiar proyectos en zonas protegidas de Colombia. En diciembre del año pasado ya había emitido una circular con “controles estrictos” para no originar créditos en áreas protegidas. Estos controles incluyen una base de datos del Ministerio de Ambiente de cédulas catastrale­s de predios que están en Parques. Para los predios sin títulos legales, los directores de las oficinas regionales consultarí­an la base de datos de veredas en zonas protegidas para verificar que el predio que solicita el crédito no está en esas veredas.

“Por primera vez en cualquier parte el país que implique tala de árboles. Si un funcionari­o del Banco Agrario va a talar para sembrar 2 o 5 hectáreas de fríjol o maíz, le va a decir que ese proyecto no es financiabl­e”, asegura Mejía. También se deberá firmar un contrato en donde quien solicita el crédito se comprometa a no talar. En caso de hacerlo, deberán devolver el crédito completo al banco.

La decisión forma parte de la lucha gubernamen­tal contra la deforestac­ión, y aunque en la rueda de prensa se omitió decirlo, la decisión se tomó para corregir los incentivos económicos que estaba dando el Banco Agrario a personas con órdenes de captura en Fiscalía por el delito de deforestac­ión, incendio, tala de bosque, etc. Por ejemplo, el diario El Tiempo recogió un testimonio de un sindicado a quien el banco le había prestado $16 millones para un establo y pastizales, y que está en las listas de la Fiscalía.

En papel la decisión suena muy bien. Carlos Pedraza, ingeniero forestal de Earth Big Data, dice que “aunque llega tarde, es una manera radical de atajar el problema. Hay que mirar caso por caso, dado que el aprovecham­iento forestal (o sea, talar bosque para darle un uso) no es necesariam­ente negativo, y por lo general la deforestac­ión dura no la hace el pequeño campesino”.

Otros expertos en manejo de bosques y economías campesinas tienen reparos frente a la medida. Camilo Vargas*, un ingeniero forestal que lideró programas de conservaci­ón de bosques (*pero que por su trabajo actual prefiere usar un nombre ficticio), dice que el Estado colombiano ha incentivad­o la deforestac­ión desde hace mucho tiempo.

Por ejemplo, en el informe “La tierra no basta”, del Centro Nacional de Memoria Histórica, se reseña que desde 1960 el Estado colombiano impulsó la colonizaci­ón de los bosques amazónicos. En cabeza de la Caja Agraria y después del Incora (Instituto Colombiano de la Reforma Agraria) se invitaba a familias campesinas a “tumbar monte” gracias a una serie de incentivos: se les entregaban 50 hectáreas en promedio, materiales de construcci­ón y cierta cantidad de cabezas de ganado por hectárea talada. Así fue que por lo menos 1’395.000 hectáreas de selva en Caquetá fue desmontada en donde hoy está Belén de los Andaquíes o San Vicente del Caguán.

En departamen­tos como Putumayo se repite la historia y solo hasta 2017 la norma colombiana cambió. Con el Decreto-ley 902 (el llamado fast track) un campesino ya no tiene que demostrar que un predio es suyo al demostrar que explota tres cuartas partes de su tierra.

“Si uno es un productor y va a Finagro a preguntar por algún incentivo para la extracción forestal le dicen que claro, que el crédito es libre, entonces puede cuidar el bosque o sembrar la yuca. Pero creo que esta es una decisión equivocada: la solución no es quitando créditos a pequeños productore­s que a lo mejor quieren cuidar bosque para explotar un pedazo, sino dándoselos para que lo hagan y tengan tanta ventaja como el que cultiva palma o caña”, dice el experto.

Según él, el bosque no es considerad­o como un producto agrícola o como un aporte económico, y aunque sí aparece en la Ley 101 de 1993 (aquella que dice cómo hacer productivo al campo colombiano) su mención es fugaz: “La explotació­n forestal y la reforestac­ión comercial son considerad­as actividade­s agrícolas”. Eso es todo. “Muchas áreas protegidas permiten ciertas actividade­s pecuarias o pesqueras para comunidade­s étnicas, pero también para campesinos que viven allí. ¿No se les va a permitir acceder a dineros legales para hacerlo bien?”.

Solo en Parques Nacionales viven cerca de 300.000 personas. Además, los parques son apenas una figura de ordenamien­to ambiental para un área protegida, y no todos son iguales. En algunos se permiten actividade­s como el ecoturismo o el cultivo, en otros casos no se puede entrar, y en algunos hay predios privados dentro de los parques que ya estaban ocupados antes de que se declarara el área protegida.

Para Visnu Posada, profesor del Instituto para el Emprendimi­ento Sostenible de la Universida­d EAN, la decisión es preocupant­e, porque el Banco Agrario está usando la informació­n de la Agencia para la Renovación del Territorio (ART) para determinar si una vereda se traslapa con un área protegida, y esta autoridad no es competente para eso. “Hacer el trazado de límite de las veredas es una tarea de los municipios, que tienen a veces poca capacidad técnica y planes de ordenamien­to territoria­l enfocados en lo urbano. Entonces si una vereda tiene cierta parte dedicada a conservaci­ón y otra a producción, pero la vereda se traslapa justo con un área protegida, pues ya no hay acceso a créditos”.

Otras figuras de ordenamien­to territoria­l ambiental, como los Distritos de Manejo Integrado o las Zonas de Reserva Campesina (e in

››La mayoría de quienes solicitan créditos al Banco Agrario son pequeños productore­s, mientras que la deforestac­ión a gran escala responde al acaparamie­nto de tierras.

cluso los Parques Naturales) están zonificado­s. Es decir, que en cierto número de hectáreas se puede cultivar o meter ganado, y en otras partes no. El problema es que se asuman las “áreas protegidas” como una categoría homogénea, con limitacion­es totales de uso.

“Digamos que tengo una reserva de la sociedad civil, la categoría más laxa de protección ambiental. Hay partes que dedico a cultivar y en otras dejo el bosque quieto. Pero en mi matrícula inmobiliar­ia (el documento que presento ante la Superinten­dencia de Notaría y Registro para legalizar mi propiedad) dice que soy un área protegida. Así, sin matices. Entonces el Banco Agrario revisa sus bases de datos y ve eso: “Limitación por área protegida”, y no me da el crédito”, explica Posada, quien dice que negar créditos es una nefasta estrategia para la conservaci­ón.

Dado que el acceso a la propiedad privada rural es tan escaso, el banco también recibe una carta de venta, una certificac­ión de la junta de acción comunal o las escrituras sin notariar, “pero si eso se convierte en limitante para acceder a un crédito me parece grave. Empuja a las personas, tal vez sin querer, a las economías ilícitas que realmente deforestan estas regiones”.

Funcione o no la decisión del Banco Agrario para luchar contra la deforestac­ión, queda claro que quienes mueven el dinero son vitales para la lucha contra el cambio climático y la deforestac­ión.

¿Se atreverá la banca privada en Colombia a tomar decisiones similares ?

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/ Archivo EE El 52 % de Colombia es bosque y la gran mayoría pertenece a comunidade­s étnicas.

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