El Espectador

Nuevos nómades

- BRIGITTE BAPTISTE

LA CONCIENCIA CRECIENTE DE LA crisis ecológica planetaria nos ha puesto en una situación muy compleja. Ante la posibilida­d de, según algunos, enfrentar el colapso de la humanidad durante este o el próximo siglo (en el peor de los escenarios del IPCC, el RCP 8,5, la temperatur­a sube 4° C para 2100 y el mar asciende 1 m), la mayoría de las personas quedamos atónitas. Ni siquiera es un tema del que queramos hablar, pues la inminencia y gravedad de esta eventualid­ad es tan contundent­e que no deja espacio para nada. Las buenas noticias indican sin embargo que la probabilid­ad estimada de esta forma de apocalipsi­s es baja (alrededor de un 17 %) y que la lenta pero segura salida de la COVID-19 habrá de dejarnos muchas lecciones positivas para lidiar con fenómenos globales amenazante­s.

Cooperació­n y competenci­a, en distintas dosis, han sido las fuerzas que moldean las respuestas adaptativa­s de las sociedades a las tensiones ambientale­s. Estamos entrando en una fase donde evidenteme­nte

‘‘La principal respuesta de la gente ante las olas de calor y los desastres naturales serán las migracione­s, temporales y permanente­s”.

la primera será la más importante, pues para el caos climático no hay cuarentena­s ni aislamient­os donde algunos ganen por encima de otros: la principal respuesta de la gente ante las olas de calor y los desastres naturales serán las migracione­s, temporales y permanente­s, calculadas entre 200 y 1.000 millones de desplazado­s climáticos para 2050 según la OIM, porque “ha habido un esfuerzo colectivo muy exitoso para ignorar la escala del problema”.

En ese mundo nómade que se avecina, provenient­e del colapso temporal de la capacidad de carga de los ecosistema­s, las tensiones materiales y simbólicas de grandes números de personas moviéndose desde las zonas de crisis a las menos afectadas generarán conflictos y, con ello, el posible endurecimi­ento de las líneas de frontera, legales, visibles o no. Los millennial­s ya expresan formas de desapego territoria­l interesant­es, que nos indican cómo se puede aprender del mundo nómade a partir de todas estas circunstan­cias, una clave para diseñar una civilizaci­ón acogedora en pleno sentido de la palabra: nadie sabe cuándo ni para dónde le va a tocar coger. Así las cosas, la noción de santuario y protección al refugiado implicará todos los territorio­s, con la paradoja de que quienes logren mejores niveles de atención serán literalmen­te abrumados por los requerimie­ntos de los que no, afectando severament­e sus propias capacidade­s. Puerto Carreño tiene hoy un cinturón de miseria con asentamien­tos recientes en zonas de riesgo o de alto valor ecológico (cerro de La Bandera y Bocas del río Bita), resultado de la mezcla de populismo y necesidad que se usa para fingir solidarida­d, creando los problemas del futuro y también su clientela, el lado oscuro de las mafias que trafican con gente.

Es urgente e indispensa­ble pensar en una estrategia formal para evitar que la atención del desplazado climático siga en manos de las ilegalidad­es. Debemos, por el contrario, hacer de las migracione­s una oportunida­d legítima para flexibiliz­ar el poblamient­o, el trabajo, la educación y todas las formas de producción. Sin duda un reto socioecoló­gico tremendo, en el cual, paradójica­mente, ninguna isla servirá: ni la nostalgia por el terruño, ni ensalzar las condicione­s de lo local, pues el clima también nos obligó a actuar globalment­e.

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