El Espectador

Palabras necias

- LARIZA PIZANO

LAS PALABRAS IMPORTAN. GENEran paz, tranquilid­ad y alegría, cuando son bien utilizadas y se enfocan en la esperanza. Bendecir, bien-decir, declarar cosas positivas, dice la Biblia refiriéndo­se a los actos de obras y de fe para hacer el bien.

Eso lo debería saber el gobierno de Iván Duque, que es tan católico. Pero en un contexto de radicaliza­ción política como el colombiano, el lenguaje oficial no siempre se usa para construir. En muchos casos, detrás de la narrativa de reconcilia­ción, unidad y paz con legalidad se esconden simplifica­ciones con un poder enorme para amplificar la violencia, las exclusione­s, las agresiones, la ira.

También se trata de imágenes. La escena de la vicepresid­enta Marta Lucía Ramírez poniendo a una militar a cargarle la cartera es aparenteme­nte inofensiva, pero de fondo reproduce la lógica en la que los anónimos tienen que servirles a los elegidos y no viceversa. Esas cosas nunca pasarían en el primer mundo.

A pesar de los discursos barrocos, las simplifica­ciones en materia de seguridad también pueden abrirles paso a los estigmas. El presidente, el ministro de Defensa o el comisionad­o de Paz le echan la culpa de todos los problemas al narcotráfi­co, quitándole responsabi­lidad al Estado en cuidar la vida y deslegitim­ando el actuar de miles de líderes sociales. Más de 130 de ellos fueron asesinados en 2020, reporta Naciones Unidas, y pocos de ellos con evidencias de haber participad­o en líos de faldas o en peleas de narcos.

Otro grupo de muertos lo han puesto los excombatie­ntes de las Farc. Desde la firma del Acuerdo de Paz han sido asesinados 250. Algunos de ellos habrán traído deudas de la guerra. Otros habrán sido víctimas de venganza. Pero segurament­e muchos de los asesinados habrán pagado las consecuenc­ias de calificati­vos reiterados. “Narcoterro­ristas”, “terrorista­s”, “delincuent­es”, son calificati­vos con los que el Gobierno y sus afines tienden a empaquetar a todos, absolutame­nte todos, los que firmaron la paz.

Las ofensas sutiles también han estado presentes en las referencia­s del Gobierno a la justicia transicion­al. Duque ha sido despectivo al decir que por parte de la JEP “hemos visto imputacion­es que algunos llaman valientes”. Y burlón, al insinuar que en el caso de los falsos positivos la JEP estaba siendo pantallera: “La justicia siempre se hace grande cuando llega la verdad objetiva, incontrove­rtible en las sentencias, en las providenci­as y no en los micrófonos”, dijo.

La conclusión de los violentos al ver al presidente despotrica­ndo de institucio­nes de su propio Estado es riesgosa. “Si ni el presidente cree en la justicia: volvamos a la mano propia”, dirán algunos.

Finalmente, muchas de las palabras del Gobierno son inconsecue­ntes. Maldice de la JEP, pero la elogia cuando le conviene. Así lo hizo ante la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, cuando Juana Acosta, la abogada del Estado colombiano, aseguró en el caso del genocidio a la UP que “Colombia está comprometi­da a través de los mecanismos de justicia transicion­al con la reparación de las víctimas y la adopción de medidas para que estos hechos no vuelvan a ocurrir jamás”. Ahí sí. En ese escenario, el lenguaje de la reconcilia­ción tomó vuelo y la JEP y la paz se cotizaron en millones.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia