El Espectador

El secreto de Colombia

- JUAN CARLOS BOTERO @JuanCarBot­ero

¿CÓMO SE EXPLICA QUE UN PAÍS CUya democracia ha sido amenazada sin tregua por criminales y sectores radicales de extrema derecha y extrema izquierda sea la más antigua y estable del continente y persista en crecer y progresar, a pesar de todo?

Esto no se aprecia a nivel cotidiano. La gente en el país vive pendiente de sus necesidade­s inmediatas y cuando puede se interesa en el escándalo del día, con la atención atrapada en quién está subiendo o bajando en las encuestas locales. Las enemistade­s políticas que obsesionan a los medios no dejan que el público se aleje para ver las cosas a largo plazo, pero al mirar el panorama con cierta distancia resulta evidente la marcha, lenta y difícil, hacia el desarrollo.

Quizás pocos países podrían soportar uno solo de los muchos problemas que este afronta a diario sin despeñarse por un caos irreversib­le. Colombia, en cambio, los capotea todos y al mismo tiempo, incluyendo ataques de guerrilla y bandas criminales, violencia, corrupción, narcotráfi­co, delincuenc­ia, pobreza e inequidad social, y aun así sigue avanzando. A bandazos, pero sin que se desintegre el sistema político y sin que la nación sucumba en un colosal baño de sangre.

Es la gente lo que salva al país. Porque por cada bandido que hay en Colombia hay miles de compatriot­as buenos, dedicados a lo suyo, ayudándole al vecino y trabajando de sol a sol. Lo que pasa es que los titulares se los llevan los malos, que generan la noticia, de la misma manera que la prensa registra los pocos aviones que se caen o accidentan y no los miles que a diario despegan y aterrizan con éxito. El público confunde la realidad con la noticia, por eso los corruptos y violentos parecen más. Pero no es verdad.

Cada día todo ciudadano se pregunta si va a salvar o destruir el país. Eso no significa que cada uno debe actuar como un héroe, ni le incumbe solucionar la crisis nacional. Un país no lo salva un individuo y menos con un solo acto grandioso. Eso sólo sucede en la religión y en las películas. Lo van salvando, cada día, millones de compatriot­as mediante decisiones limpias y modestas. Es un proceso colectivo que no termina nunca. Y cada vez que alguien actúa en ese sentido está afirmando su decisión de hacer lo que puede por defender a la patria, aunque no lo sepa y aunque jamás se lo plantee en esos términos. Así, cada vez que un policía rehúsa un soborno, y un estudiante se sienta bajo el alumbrado público para leer porque carece de luz en su casa, y un fulano paga sus impuestos, y una chica saca las mejores notas que puede, y un joven se niega a ingresar en una escuela de sicarios, todos están contribuye­ndo, con un acto esencial, a proteger el país, alejándolo del abismo. Pero también es cierta la otra cara de esa misma moneda. Porque cada vez que alguien comete un abuso o un delito está ayudando a arruinarlo. Así, cada vez que un político compra un voto, y un narco empaca un kilo, y un sicario acepta un encargo, y un guerriller­o entierra una mina, y un para engrasa su motosierra, están llevando a destruir el tejido social. Porque en esto, como sucede a menudo, el número importa. Mientras haya más de unos que de otros, esa mayoría irá ganando. Y en Colombia la mayoría se pronuncia, en silencio, a diario. Lo justo, al menos, es reconocerl­o.

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