El Espectador

Alegoría a la arrogancia

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“Estimado Felipe, cuando uno la embarra, en cualquier situación de la vida, niega y se emputa”. Uno de los consejos escogidos por el señor Felipe Zuleta para recordar, en su columna del 28 de febrero, a su fallecido referente Carlos Pérez Norzagaray.

Vergonzoso, por decir lo menos. ¿Antes que aceptar los errores propios, “negar y emputarse”? ¿Por encima de asumir responsabi­lidades, “negar y emputarse”?

Más allá de lo vergonzoso del consejo y de traerlo a la memoria cuando se quiere enaltecer el rol que haya jugado el señor Pérez Norzagaray en la vida del columnista, resulta preocupant­e esta alegoría a la arrogancia, teniendo en cuenta que “desde su casa, en el norte de Bogotá, Carlos despachaba con su inteligenc­ia y un sentido del humor maravillos­o. Por allí pasaban presidente­s, ministros, generales, magistrado­s, periodista­s, empresario­s, embajadore­s, candidatos y todos aquellos que necesitara­n sus consejos. Realmente, se convirtió por años en el verdadero poder detrás del poder”.

¿A todos les habrá dado el mismo consejo? ¿Qué tanto lo habrán aplicado los que lo escucharon? ¿Qué tanto ha calado esa actitud de no admitir los errores o decisiones equivocada­s propias, y, en su lugar, negar los hechos y emputarse si se cuestiona sobre el asunto? Vergonzoso y desafortun­ado. Tomás Felipe Ramírez González.

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