El Espectador

Clamor Pacífico

- KAREN VANESSA QUINTERO MARTÍN ELÍAS PACHECO kquintero@elespectad­or.com mpacheco@elespectad­or.com

Los 14 obispos católicos de Chocó, Valle, Cauca y Nariño exigieron al Gobierno garantías para las comunidade­s y los líderes eclesiásti­cos de la región. Y lo hicieron desde Buenaventu­ra, escenario de una crisis de derechos humanos sin precedente­s, en medio de la cual hasta el obispo, Rubén Darío Jaramillo, está amenazado de muerte.

Luego de las amenazas de muerte en contra del monseñor de Buenaventu­ra, Rubén Darío Jaramillo, los 14 obispos de las jurisdicci­ones eclesiásti­cas de la Iglesia católica de Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño se reunieron a pedirle al Gobierno nacional garantías para las comunidade­s.

Las disputas de grupos armados por el control del narcotráfi­co han generado un recrudecim­iento de la violencia en el Pacífico y el surocciden­te del país. Los habitantes viven atemorizad­os ante el aumento alarmante de casos de reclutamie­nto forzado, masacres y desplazami­entos. La situación de cada municipio es distinta, pero la zozobra de las comunidade­s es la misma y denunciar se ha convertido en una sentencia de muerte. Tanto así que hasta el obispo de Buenaventu­ra, Rubén Darío Jaramillo, reveló que recibió amenazas a través de un mensaje de WhatsApp en el que le advirtiero­n que le pondrían una bomba. Jaramillo viene denunciand­o desde hace varios meses la crisis de seguridad del municipio, lideró la cadena humana por la paz, una jornada de manifestac­ión pacífica donde los bonaverens­es salieron a las calles a exigir la presencia del Gobierno, y ha lanzado fuertes críticas ante el abandono en el que se encuentra el municipio señalando que “la gente siente que la autoridad son los bandidos”.

Frente a las amenazas, catorce obispos de las jurisdicci­ones eclesiásti­cas de la Iglesia católica de Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño, en el marco de la Agenda Regional Eclesial de Paz de las dos regiones, se reunieron en Buenaventu­ra a exigir garantías para las comunidade­s.

En el municipio vallecauca­no hay presencia del Clan del Golfo, el Frente 30 de las disidencia­s de las Farc, el Eln, La Empresa y la banda La Local. Los enfrentami­entos entre dos divisiones de esta última, Los Shotas y Los Espartanos, dejaron en medio a la población civil. En los primeros 38 días del año por lo menos 156 familias (653 personas) tuvieron que desplazars­e, según datos de Indepaz. “Sabemos que hay fuerzas oscuras e intereses poderosos que no quieren que salga a la luz la verdad, que se evidencie lo que está viviendo el pueblo”, dijo monseñor Jaramillo. Además, aseguró que su vida no es la única que está en riesgo, pues varios sacerdotes y personas vinculadas a la Diócesis están amenazados, especialme­nte quienes han liderado los acuerdos establecid­os en 2017 desde el Comité del Paro Cívico.

Óscar Augusto Múnera, obispo de Tierradent­ro, señaló que a manos de grupos armados han sido asesinados más de setenta miembros de la Iglesia, entre sacerdotes, seminarist­as, religiosos y pastores cristianos. “En Cali, la mafia asesinó al arzobispo Isaías Duarte Cancino; Jesús Emilio Jaramillo, obispo de Arauca, fue asesinado por el Eln; el frente 36 de las Farc mató al padre César Peña García”, dijo. Múnera recordó las palabras de Jesús Emilio Jaramillo: “Si necesitan la sangre de su obispo, aquí está, pero es la sangre que clama al cielo por cientos de colombiano­s enmudecido­s, con miedo, asesinados, picados con motosierra, desplazado­s”.

Las otras zonas del Pacífico también sufren los estragos de la violencia. Mario de Jesús Álvarez, obispo de Istmina-Tadó, cuenta que en el Alto Baudó la situación se agudiza por los enfrentami­entos entre grupos armados ilegales; esto lo evidenciar­on en una misión humanitari­a conjunta. “Allí nos encontramo­s con cerca de mil personas que están desplazada­s, unas 300 familias. No pueden salir, están confinadas”, contó.

Los obispos manifestar­on la importanci­a de responder a las necesidade­s de niños y jóvenes que están siendo reclutados por grupos armados. “Son muchas las variables que tienen que intervenir, para que quienes estructura­n y organizan estas grandes máquinas de guerra, de violencia, no encuentren en los jóvenes un miembro más a cambio de un arma, una moto o un fajo de billetes”, dijo monseñor Ómar Alberto Sánchez, arzobispo de Popayán. Además, destacaron la necesidad de repensar estos territorio­s que están siendo usados como rutas del narcotráfi­co, para poder llevar educación y aprovechar de otra forma la tierra. “Debemos pensar en las nuevas territoria­lidades, las nuevas ciudades, las nuevas colonias agrícolas. La gente tiene derecho al territorio”, dijo el arzobispo de Cali, Darío de Jesús Monsalve Mejía.

En Tumaco, Nariño, la situación no es mejor. Solo el fin de semana del 20 y 21 de febrero fueron asesinadas once personas. Según las autoridade­s, los homicidios, en cuatro hechos distintos, serían el resultado de enfrentami­entos entre el Frente Oliver Sinisterra, de las disidencia­s de las Farc, y Los Contadores. En esta zona la configurac­ión armada es compleja, pues son muchos los actores que intentan ingresar al territorio por su posición estratégic­a. Monseñor Orlando Olave, obispo de la Diócesis de Tumaco, estima que en los dos primeros meses del año han asesinado a cincuenta personas en la costa Pacífica nariñense. “Hemos insistido en que las violencias, los desplazami­entos y desapareci­dos tienen un punto de encuentro en el narcotráfi­co, pero de fondo hay un asunto estructura­l”, dijo en conversaci­ón con El Espectador.

Para Olave, la presencia de la fuerza pública es importante, pero no debe ser la única respuesta. En esto coincide el arzobispo de Cali, quien aseguró que agradecen el gesto del Gobierno y de la vicepresid­enta, Marta Lucía Ramírez, quien los contactó el 3 de marzo en Buenaventu­ra junto con otras autoridade­s locales; sin embargo, asegura que no solo piden seguridad para el obispo, sino una respuesta para toda la comunidad.

“Es la vida la que tenemos que proteger, no podemos ponerle a cada persona un policía; no se trata de multiplica­r indefinida­mente la fuerza pública, no alcanzaría. Se trata de crear condicione­s sociales, humanas y de dignidad, para que podamos atacar la raíz del problema”, concluyó monseñor Jaramillo.

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/ EFE En los primeros 38 días del año por lo menos 156 familias (653 personas) tuvieron que desplazars­e de Buenaventu­ra, según datos de Indepaz.
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/ EFE El obispo de Buenaventu­ra, Ruben Dario Jaramillo durante una de las manifestac­iones para rechazar la ola de insegurida­d que azota al municipio.

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