El Espectador

Restaurant­es: lecciones para un futuro incierto

El año pasado fue muy difícil para estos establecim­ientos. Algunos empresario­s tuvieron que bajar los brazos y cerrar sus negocios de años. Aunque los domicilios ayudaron, estos no fueron suficiente­s. Piden, de nuevo, más ayuda del Estado.

- LUCETY CARREÑO ROJAS lcarreno@elespectad­or.com @LucetyC

“El local se entregó a sus dueños porque no estábamos en la capacidad de seguir pagando el arriendo. Durante el confinamie­nto logramos pagar un mes, pero más de la mitad estuvo cerrado el negocio. El restaurant­e llevaba funcionand­o 19 años en el barrio Belén, en La Candelaria. Tuvimos que trabajar desde la casa enviando el menú diario por Whatsapp y haciendo los domicilios. Así nos sostuvimos por cinco meses, pero para los gastos que uno tiene comenzó a ser inviable”, cuenta Harvey Urbina, quien estaba al frente los fines de semana del restaurant­e familiar La Copa.

Antes de la pandemia el establecim­iento vendía en promedio 80 “corrientaz­os” diarios (almuerzos corrientes). Durante 2020, lo máximo que vendieron al día fueron 15 platos. “Tuvimos días en que solo vendimos cinco o ninguno, y con esas caracterís­ticas fue complicado mantenerno­s. Decidimos terminar con la venta de almuerzos a domicilio en diciembre de 2020 y para 2021 cerramos el negocio familiar”, agrega Urbina.

Del restaurant­e dependían sus papás, hermanos y una señora que les ayudaba con los almuerzos. Sin embargo, los Urbina tenían un negocio de venta de víveres entre Pacho (Cundinamar­ca) y Bogotá, así que se dedicaron a eso. Urbina se metió al turismo y como adiestrado­r de perros, y su hermana está dictando clases de inglés.

Esta familia es parte de los 48.100 de estos establecim­ientos, entre formales e informales, que desapareci­eron en el largo plumazo de la pandemia. Antes de la crisis, la Asociación Colombiana de la Industria Gastronómi­ca (Acodres) contabiliz­aba 90.000 de estos comercios en el país.

Las cifras de la Red de Cámaras de Comercio dicen que en el país había 51.670 restaurant­es al cierre de 2020, mientras que en 2019 eran 64.122. Estos números difieren de los de Acodres, porque solo incluyen los negocios formales, vale la pena aclarar.

Por su parte, datos de Fenalco Bogotá indican que estos establecim­ientos aportan cerca del 3 % del PIB nacional. Además, un sondeo realizado por el gremio en septiembre reveló que en la capital existían 13.700 formales de servicio a la mesa, de los cuales 3.800 no lograron superar la crisis y cerraron.

Los números sirven para establecer la escala macro de un drama que termina desarrollá­ndose en la mesa de una familia, de grupos de colaborado­res, de clientes con rutinas y apegos. En últimas, la dimensión particular y sobre el terreno de un huracán que lleva más de un año andando.

“Nos fue mal. Un año inédito. Nuestras ventas en el peor mes, que fue abril, cayeron un 88 %. Al final del año alcanzamos a recuperar el 49 %, perdimos 230.000 empleos directos, que fue lo más doloroso. La mayor pérdida de la industria, porque se destruyero­n equipos de trabajo, que son muy difíciles de construir, entrenar, articular y conformar”, dice Guillermo Henrique Gómez, presidente de Acodres.

Aunque Leandro Carvajal aprovechó la coyuntura para reinventar­se, no fue suficiente. Desde que decretaron la primera cuarentena el empresario les pidió a sus 16 empleados que se quedaran en casa y él les seguiría pagando. Lo pudo hacer hasta agosto de 2020. Durante esos meses asumió solo su negocio, Ele Gastrolab, un espacio gastronómi­co y cultural especializ­ado en comida colombiana.

Carvajal renunció a su salario, estudió el mercado, bajó los precios de su carta y semanalmen­te compartía los menús en sus redes sociales. Se encargó de preparar y empacar los alimentos y entregar los domicilios en su carro. “El 2020 fue un año de retos y de creativida­d. El reto era mantener la marca o la empresa. En agosto fue insostenib­le mantener a los empleados en casa, algunos trabajaron conmigo por más de ocho años. Se hizo la liquidació­n y los trabajador­es fueron encontrand­o otras cosas en sus barrios”, recuerda Carvajal.

Entregó los locales que tenía en Bogotá gracias a un decreto del Gobierno que permitía devolverlo­s sin previo aviso y solo pagando el 30 % de las multas. “Los dueños de los locales no quisieron negociar. Una arrendador­a me dijo que vivía de eso y entendí que no solo estaba sosteniend­o a mis empleados con mi trabajo, sino también a estas personas que viven de la renta”.

Carvajal, quien también es músico, asegura que fue “difícil decir ‘no puedo seguir haciéndolo’ y entregar los locales, pero mi trabajo era de 4:00 a.m. a 10:00 p.m. sin parar y durante 2020 no tuve ingresos. Compraba, preparaba, hacía y entregaba. Terminé con mis ahorros, cerré, me mudé a Chía y aproveché para crear un pequeño taller de cocina y arrancar de nuevo”.

Ele Gastrolab era una empresa que creó Carvajal con unos socios, así que tuvo que disolverla, pues con el nuevo taller y manteniend­o el mismo nombre ellos esperaban ganancias y el emprendedo­r no podía darlas. “Decidí bajar los brazos y abrir como Leandro Carvajal personal”. Sigue ofreciendo sus menús por zonas de Bogotá y lugares aledaños a Chía durante tres días de la semana, tiene tres empleados en su emprendimi­ento y todos están aprendiend­o a manejar las redes para aumentar sus ventas en canales digitales.

Dice que tuvo que subirles los precios a los platos porque los insumos también aumentaron. Tampoco pudo acceder a las ayudas del Gobierno. “Todos estamos muy jodidos. Este 2021 hasta ahora está comenzando en términos de ventas. Como empresario me estoy dedicando a observar el mercado y ver qué opciones sostenible­s tengo.

Estos nuevos cierres son preocupant­es. Cierren, pero piensen en cómo pueden ayudar y brindar beneficios. La economía necesita inyección de capital del Estado”.

Aunque los domicilios ayudaron a los dueños de los restaurant­es durante los momentos más difíciles de la crisis, no fueron suficiente­s, pues, de acuerdo con cifras de Fenalco, las ventas por ese canal solo alcanzaban el 30 % del total. “La pandemia forzó a la industria a digitaliza­rse en muchos aspectos en los que se resistía a hacerlo, pero también comprobó que el servicio a la mesa y la presencial­idad no son sustituibl­es. Están muy bien los domicilios como valor agregado, como apuestas de una franja específica del sector, pero el modelo de negocio se sustenta en el servicio a la mesa y el autoservic­io”, afirma Gómez.

Así las cosas, la reapertura fue un alivio para el sector, como sucedió con locales como El Gato Gris y la pastelería La Florida, ubicados en el centro de Bogotá. El primero, inaugurado hace 23 años por Arturo Morales, cerró durante el confinamie­nto. En abril funcionó como un supermerca­do y allí aprovechar­on las redes sociales para ofrecer cenas románticas, desayunos sorpresa y menús diarios. Sin embargo, Morales reconoce que en La Candelaria los domicilios se mueven poco.

“El balance financiero de 2020 es muy triste. Todos quedamos quebrados, trabajamos solo como cuatro meses. Fue una catástrofe difícil para los empleos y negocios. Sufrimos mucho esta pandemia, pero también salió a relucir la esencia de las personas. Reconocimo­s a los competidor­es como amigos y trabajamos juntos por reactivarn­os trabajando con la estrategia de cielo abierto”, agrega Morales.

Elsa Martínez, dueña de la icónica pastelería La Florida, les agradece el apoyo a los clientes que permitiero­n mantener a flote el lugar durante los meses más difíciles. “En 2020 los domicilios fueron muy importante­s, porque nos sirvieron para responder por parte de la seguridad social, más o menos del 10 al 12 % del gasto. También nos financiamo­s con recursos del PAEF, préstamos bancarios y eso nos permito hasta septiembre sobreaguar sin servicio a la mesa”.

Martínez asegura que la situación mejoró con la reapertura, pues lograron un 30 % del ingreso, pero que bajaron los domicilios. Entre septiembre y noviembre aumentó la afluencia de público. “Abrimos un piso completo por el aforo. Seguimos contando con el apoyo de la gente para visitar La Florida, de los medios y de la Universida­d del Rosario, quienes nos ayudaron a salir a flote”.

Terminaron el año con un 48 % de las ventas que tenían en 2019 y con una nómina de 40 empleados, es decir, la mitad que tenían antes de la pandemia. “También hemos aumentado el horario de atención y funcionamo­s 12 horas”.

Nubarrones en el horizonte

Pero el panorama para el gremio vuelve a nublarse. Desde la medianoche del viernes 9 de abril hasta las 4:00 de la mañana del martes 13 de abril la ciudad entró en cuarentena estricta para mitigar el impacto del tercer pico de la pandemia, lo que causó el cierre de estos establecim­ientos.

Morales asegura que estos cierres son terribles, pero que están “listos para ver qué hacen. Estamos en la dinámica de cerrar y abrir, y así vamos hacia delante. Tenemos entusiasmo. Me reuní con la chef y decidimos disminuir los stocks de producción para esos días, para que no queden nuestras neveras con alimentos. Moveremos los domicilios y mi chef privado, una estrategia para llevar las cenas y la experienci­a de El Gato Gris a las casas de nuestros clientes”.

En la misma línea se encuentra Martínez, quien asegura que los cierres de los fines de semana afectan las ventas de su negocio en un 70 %.

Tanto los gremios como los dueños de los restaurant­es esperan superar el tercer pico para que no cierren más restaurant­es y se vea afectada toda la cadena. “La pandemia nos ha obligado a sacar lo mejor de nosotros. Somos más auténticos, trabajamos en equipo y generamos resultados. Por más difícil que sean las cosas, nos tenemos entre nosotros”, puntualiza Morales.

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/ Óscar Pérez El Gato Gris fue uno de los restaurant­es que participar­on en la estrategia “Bogotá a cielo abierto”.
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