Los antagonismos que dividen a Ecuador
Desde 2006, las fuerzas políticas congregadas alrededor de Rafael Correa han ganado todas las elecciones en Ecuador, salvo algunas regionales, que significaron reveses en la gobernabilidad durante la década de la llamada Revolución Ciudadana (2007-2017). Transcurrido el gobierno de Lenín Moreno, quien saldrá con índices de aprobación históricamente bajos, Ecuador se juega su destino entre dos candidatos que representan antagonismos, reflejo de una polarización en aumento. De un lado, la izquierda progresista de Andrés Arauz, que encarna la renovación político-generacional del llamado correísmo; y de otro, Guillermo Lasso, representante de una tecnocracia empresarial que ya ha ganado elecciones en Argentina y Chile.
Arauz, sobre quien han llovido las críticas de la derecha ecuatoriana por supuestamente representar la continuidad de un proyecto autoritario, deberá mostrar capacidad para gobernar con autonomía respecto de la figura imponente de Correa y que, además, podrá hacerlo en circunstancias más adversas que su mentor. En efecto, no tendrá mayoría absoluta en la Asamblea Nacional (Congreso) y deberá centrar sus esfuerzos en contener la dramática crisis sanitaria y económica, lo que seguramente no dará margen para un proyecto político refundacional como el que marcó la era Correa, sino para gobernar llamando a los consensos y a la unidad.
Por otra parte, los seguidores de Arauz han recordado que Lasso fue protagonista de buena parte de los gobiernos anteriores a Correa y considerados responsables no solo de una inestabilidad crónica que parece superada, sino de la peor crisis financiera de la historia, en 1999 durante la presidencia de Jamil Mahuad como ministro de Economía. A pesar de todo, Lasso, quien prefirió un nuevo acercamiento desde las redes sociales a los jóvenes, agitando la bandera de la unidad, parece haber recortado la distancia y tiene posibilidades de arrebatar el triunfo de Arauz, quien hace unas semanas gozaba de una ventaja más cómoda.
La elección del domingo será fundamental para saber si Ecuador aún preserva sus esperanzas en un progresismo con dos novedades mayores: moderación, una diferencia mayúscula respecto al estilo de gobierno de Correa, y renovación, con lo cual se presenta como el único capaz de gestionar semejante drama, retomando el papel del Estado en la economía y reactivando algunos de los programas sociales e iniciativas de infraestructura emblemáticos del correísmo. O se sabrá si Ecuador se decanta por cifrar sus esperanzas en un empresario y político del antiguo orden que representa para muchos el “mal menor” por los temores frente a un deslizamiento hacia una tragedia como la venezolana. Aunque la tesis sea rebatible, ha demostrado ser efectiva en América Latina desde hace varios años.
El escenario político ecuatoriano será fundamental en la región, donde los triunfos de la izquierda en Argentina y Bolivia han demostrado que no tiene cabida el radicalismo ideológico que marcó la pauta en el pasado y que la región puede reactivar escenarios de concertación política debilitados por la llegada de gobiernos conservadores que pusieron a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y a la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) al borde de la extinción. La llegada de Arauz sumaría un nuevo adepto al conjunto disidente del improvisado Grupo de Lima, cuya salida de Argentina ha puesto en evidencia la futilidad de las sanciones contra Venezuela y la urgencia por activar mecanismos de diálogo regional, única alternativa para hallar una solución. El triunfo de Lasso reforzaría el ensimismamiento ecuatoriano de estos cuatro años y le devolvería al país el papel subsidiario y secundario que por años desempeñó en los temas regionales sin mayor protagonismo.
* Profesor de la Universidad del Rosario. Autor de “Anatomía heterodoxa del populismo. La revolución ciudadana de Rafael Correa”.