El Espectador

Una iglesia comprometi­da

- PIEDAD BONNETT

DURANTE LA SEMANA SANTA YAmit Amat entrevistó en su noticiero a monseñor Luis José Rueda, arzobispo primado, y lo hizo como un reportero que cubre hechos recientes, con preguntas muy puntuales sobre “Jesús hombre”: qué pasó con Judas, por qué José desapareci­ó de la vida de su hijo, quiénes crucificar­on a Jesús, etc. Monseñor Rueda contestaba, a su vez con gran precisión y fervor, como el hombre creyente que es. Yo, desde mi posición de agnóstica pero criada en la religión católica, oía con curiosidad el tono asertivo con el que monseñor contestaba, mezclando hechos históricos con mitología cristiana e interpreta­ciones religiosas. Oyéndolo, pensaba en el poder de seducción que ejercen todavía estos relatos en el pueblo católico, que cree en la verdad de los mismos y en que precisamen­te de estas creencias se alimentan las religiones. Y en que el imperativo de la fe católica es creer en lo que no vemos.

Poco después leí que un estudio adelantado por dos sociólogos colombiano­s, con el apoyo de prestigios­as institucio­nes entre las que se cuenta la Universida­d Nacional, revela que entre 2010 y 2019 los católicos en Colombia pasaron de ser el 70,9 % a ser 57,2 %. Según el artículo, esto se explica porque la gente joven es mucho menos creyente que la gente mayor, los cristianos evangélico­s han ido conquistan­do territorio y desplazand­o al catolicism­o, y este ha sufrido gran desprestig­io en razón de los abusos pederastas y de corrupción a los que la iglesia no ha sabido responder con la indignació­n y el rigor investigat­ivo que se merecen. Oyendo a monseñor Rueda —y viendo el enfoque de Yamit Amat— pensaba también en esa incapacida­d de la iglesia católica de modernizar sus lenguajes y, sobre todo, de modernizar su mentalidad. El papa Francisco, a pesar de su perfil progresist­a, no logra casi nunca salir de sus lugares comunes, y cuando se atreve a ir más lejos no demora en desdecirse, prisionero como está del sistema ultraconse­rvador de los jerarcas católicos, que no le permite revisar temas como la incorporac­ión de mujeres al sacerdocio, la legalidad del aborto o el matrimonio homosexual.

Paradójica­mente, en Colombia algunos de nuestros sacerdotes y obispos están siendo muy firmes a la hora de denunciar la corrupción y, sobre todo, de alertar sobre las distintas violencias que amenazan a sus comunidade­s. Con gran valentía, además, porque las fuerzas criminales a las que se enfrentan son temibles. Uno de ellos es monseñor Darío Monsalve, quien ha tenido que enfrentars­e a la caterva reaccionar­ia de su departamen­to. Otro es monseñor Rubén Darío Jaramillo, cuyo diagnóstic­o sobre lo que sucede en Buenaventu­ra no puede ser más lúcido, preciso y significat­ivo. Si no lo oyen es porque no quieren. Ojalá el Estado —que allá es invisible— sepa protegerlo. También es muy importante que los 14 obispos del Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño se hayan reunido en territorio de violencia para exigir al Gobierno garantías para sus pueblos. Y tenemos, por supuesto, al sabio y sereno Francisco de Roux. Yo sueño con una sociedad laica, que se guíe no por la fe sino por la ética del respeto al prójimo. Pero como esto ya no lo veré, agradezco que en este país sufriente algunos obispos estén comprometi­dos con la paz.

Mario Fernando Rodríguez B. Paula Sánchez, Juan Francisco Pedraza, Viviana Velásquez y Rubén Darío Ballén. Eder Rodríguez, William Ariza, Lina Paola Gil, William Botía, Johann González, William Niampira, Jonathan Bejarano y Camila Sánchez. Nelson Sierra G. Óscar Pérez, Gustavo Torrijos, Mauricio Alvarado y Jose Vargas. Óscar Güesguán. Iván Muñoz, Nicolás Achury, Natalia Romero, Alejandra Ortiz, Camila Granados, Carlos Flórez y Leonel Barreto.

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