Un Estado muy tacaño
talitaria. No habrá uno solo de los militantes de esa empresa unipersonal que se inventó Uribe que sea capaz de alzarse contra las aspiraciones de entregar la colectividad y el futuro gobierno a un muchacho disfrazado de magnate, sin experiencia en el difícil arte de mandar y ni siquiera de pensar en voz alta. El que se atreva queda por fuera de la nomenclatura y en la mira de la tropa uribista que odia, persigue y cobra venganzas.
La verdad monda y lironda es que lo que estamos viendo es la más descarada pérdida del pudor. No solamente le está pasando a la familia Uribe, que lenta pero perceptiblemente ha venido dando los pasos necesarios para que uno de los suyos regrese como mandatario, sino al propio Duque y su banda de intolerantes e incompetentes.
Que Duque haya tenido que soportar la visita, no del todo agradable, de los hijos de su patrón confirma la debilidad de su carácter y su insustituible condición subalterna. De esa misma tragedia participan todos y cada uno de sus babosos ministros, algunos de los cuales ya mostraron sus inclinaciones, como el bocón y agresivo mindefensa, Diego Molano, enredado distribuyendo contratos a sus amistades, para no hablar de Andrés Barreto, el “rajado” genealogista del régimen.
Así, dando tumbos, como si estuviesen embriagados con la burocracia, cada quien en el Gobierno está haciendo lo suyo y en su beneficio personal, y para ello están dispuestos a aplaudir de pie a don Tomás Uribe con tal de seguir disfrutando de las mismas migajas, así tengan que vivir humillados. Eso no importa, es más, jamás les ha importado. Perdidos los escrúpulos son capaces de todo, porque tienen fe en las silentes Procuraduría y Contraloría, y además en el brazo protector de un fiscal que, como Barbosa, según informaciones no desmentidas anda entregado a la orgía perversa de recibir instrucciones del anterior fiscal, el malvado Néstor Humberto Martínez.
Adenda No 1. Impresentable el decreto con el que Duque ha escogido al Consejo de Estado como juez único de sus actos. Eso solo pasa en las tiranías.
Adenda No 2. Comprar aviones de guerra en plena pandemia, en épocas de penuria social y en la antesala de otra reforma tributaria retrata la indolencia de este odioso Gobierno que estamos sufriendo.
TODOS LOS ESTADOS DEL MUNDO han luchado contra la COVID-19, pero unos Estados han luchado con mucha más intensidad que otros.
El paquete de reactivación económica que acaba de lanzar el presidente Biden vale US$1,9 billones que sumados a los cinco paquetes bajo Trump llegan a US$5,335 billones, o al 24,5 % del producto total de 2020. Esto, sin mencionar los US$2,3 billones que costaría el plan de infraestructura para que Estados Unidos vuelva a ser competitivo.
Por su parte la Unión Europea ha destinado €2,365 billones a enfrentar la COVID-19 y sus efectos, cifra a la cual se suman los presupuestos de los 27 países miembros, que en promedio han invertido el 11,4 % de su PIB en esta lucha (datos a 21 de marzo). El gobierno de Japón ha dedicado nada menos que un 55 % de su producto total; Australia o Canadá, 19 % y el Reino Unido, un 18 %... (China, en cambio, gastó apenas 4,7 % y Corea, 3,5 %, pero esto se ha debido al hecho simple de que allá sí frenaron a tiempo la pandemia).
Ningún país de América Latina ha frenado la pandemia, pero ninguno se ha acercado siquiera a los niveles de gasto del primer mundo. El rango en la región va del 2 % al 12 % del PIB, con Colombia en apenas 2,8 %: no somos los coleros, pero sin duda estamos entre los más tacaños.
Esa tacañería tiene consecuencias. La menos obvia y más grave es que, a falta de subsidios del Estado, los empresarios y los trabajadores tienen que seguir rebuscándose la vida, es decir, relajando las cautelas, es decir, agravando la pandemia. Por eso —y al revés de lo que dicen— Colombia levantó la cuarentena antes de tiempo, o sea sin haber doblegado la pandemia. Por eso vino la segunda ola, por eso viene la tercera ola, por eso aumentará el número de muertos y aumentarán también los daños económicos.
La tacañería de los países pobres o “emergentes” es una consecuencia del orden económico mundial. Estados Unidos puede emitir dólares y Europa puede emitir euros, pero si Ghana o México emiten demasiado se produce una fuga masiva de divisas que profundiza la recesión. Es el papel —y es la doble moral— del Fondo Monetario y las calificadoras de riesgo que aprietan el cinturón del pobre, pero dejan que el rico estire el suyo. La misma doble moral que de manera más dramática (si cabe) estamos presenciando en relación con las vacunas.
Pero la gran tacañería de Colombia tiene otras dos raíces. Primera y menos notada: la Constitución de 1991, que prohibió la emisión para financiar el gasto público (es lo que pasa cuando una Constitución trata de amarrar las manos de presidentes que puedan resultar irresponsables). Segunda y más estridente: la ortodoxia del ministro de Hacienda y el gerente del Banco Central, que siguen aferrados y orgullosos de sus dogmas en medio de la peor recesión que ha tenido Colombia en sus dos siglos de vida.