El Espectador

“Klara y el Sol”

- ARMANDO MONTENEGRO Kasuo Ishiguro (2021), “Klara and the Sun”. New York, Knopf.

CUANDO LA HUMANIDAD TIENE SUficiente evidencia de que está entrando a una nueva época y cruzando un umbral hacia lo desconocid­o, sus novelistas, con frecuencia, imaginan el mundo por venir. Los libros de Verne se anticiparo­n a los adelantos del siglo XX, Orwell y Huxley describier­on regímenes que esclavizab­an y manipulaba­n a los seres humanos, Atwood pintó una horrible dictadura religiosa que había derrocado al gobierno de Washington y reducido a las mujeres a una servidumbr­e como la del Antiguo Testamento. Más recienteme­nte, Kazuo Ishiguro nos contó la vida de un grupo de jóvenes que descubrier­on que eran clones y cuyo objeto era dar sus órganos a los humanos. Y ahora nos habla de un futuro, ya no tan distante, en el que los robots comparten íntimament­e los dramas de los seres humanos.

A diferencia de los autores que se concentran en vislumbrar los inventos y el futuro de las organizaci­ones sociales, Ishiguro se vale de los clones y de los robots para reflexiona­r sobre temas como el amor, la soledad, la empatía y la solidarida­d.

La protagonis­ta y narradora de su último libro es Klara, un robot superintel­igente, movido por energía solar, capaz de leer las emociones y sentir lo que sienten los humanos. Su trabajo es ser la amiga artificial de una adolescent­e, Jossie, una joven que enfermó al someterse a un cambio genético, necesario para ir a la universida­d y ser parte de la élite de una sociedad brutalment­e estratific­ada por la tecnología y los privilegio­s.

Klara es capaz de analizar y descifrar los dramas y tensiones alrededor de Jossie y no escatima esfuerzo ni sacrifico alguno para ayudarla y socorrerla. Desempeña un papel que los humanos —la madre, el novio, la empleada doméstica—, cada uno inserto y atrapado en sus propios dramas, no pueden cumplir. En un medio dominado por la tecnología y la competenci­a, el desprendim­iento, la abnegación y la solidarida­d parecen tareas asignadas únicamente a este robot.

Cuando presiente la pronta muerte de Jossie, ¡Klara no encuentra otra opción que rezar! Le pide auxilio al Sol, para ella, como antes para los incas o los egipcios, la fuente de energía y vida. Y ante ese ser superior, a la manera de los antiguos humanos, promete un sacrificio para que Jossie recupere su salud. A costa de su propio bienestar, destruye una máquina que causa polución, un mal que enfurece al Sol y enturbia su luz bienhechor­a sobre el planeta.

En el pequeño mundo en que se mueve, este robot llena el vacío que dejan los desplazami­entos, los conflictos y la propia muerte sobre seres aislados y solitarios: una madre divorciada y sumergida en su trabajo; un padre distante y extraño; un amor adolescent­e que, como casi todos, se extingue irremediab­lemente; la educación a distancia de Jossie (semejante a la que hoy impone la pandemia); una hermana prematuram­ente muerta por el fallido intento de su mejoría genética.

El abandono y la soledad finalmente le llegan a la propia Klara. Termina, con su memoria y algunas de sus facultades intactas, desechada en un depósito de equipos obsoletos. A diferencia de algunos humanos envejecido­s, solos y tristes, este brillante robot no siente amargura ni desespero, sino satisfacci­ón por la muchacha que, gracias a sus esfuerzos, pudo seguir con su vida, aunque ella hace rato la hubiera olvidado.

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