El Espectador

La verdad de los responsabl­es

- MARÍA CAMILA MORENO * Si quieren escuchar las conversaci­ones de la Mesa de Excombatie­ntes, los invito a visitar la página www.narrativad­eexcombati­entes.com, un proyecto conjunto del Centro Internacio­nal para la Justicia Transicion­al, Mapa Teatro y la Comi

Eran las seis de la tarde. Primero llegaron los tres comandante­s de las antiguas Auc. Luego, los tres excomandan­tes de las Farc, que habían firmado el Acuerdo de Paz con el Gobierno hacía algunos meses. Uno a uno fueron llegando. La tensión se sentía en el aire. A quienes habíamos estado tejiendo este encuentro nos consumía la ansiedad. ¿Qué pasaría en esta primera e histórica reunión? ¿Cómo sería el tono de la conversaci­ón? ¿Fluiría a pesar de la histórica desconfian­za entre quienes fueron enemigos en la guerra?

Estábamos en un lugar neutral y en compañía de alguien sabio que podía calmar los ánimos si las cosas se salían de madre. Pero eso nunca ocurrió: fue una conversaci­ón única que terminó casi a las diez de la noche. Primero hablaron los comandante­s de las antiguas Auc y luego, los de las Farc. Me costaba respirar por la emoción de presenciar ese encuentro inimaginab­le e improbable. ¿Cómo era posible que, habiendo sido tan antagónico­s, tuvieran diagnóstic­os tan parecidos sobre los problemas estructura­les del país?

En 2019, dos años después de ese encuentro, sentí una ansiedad parecida. De nuevo eran las seis de la tarde. Habíamos convocado a excombatie­ntes del Eln, el Epl, el M-19, el CRS y el PRT, que dejaron las armas en los años 90, y de las antiguas Farc-Ep y Auc a una cena, en un hotel capitalino, para empezar uno de los proyectos más emocionant­es de los que he formado parte: la Mesa de Excombatie­ntes. Algunos de ellos llevaban años sin encontrars­e y otros jamás se habían visto sin las armas de por medio. Una pregunta flotaba entre nosotros: si ellos pueden fundirse en un abrazo fraterno, ¿por qué los demás no podemos lograr la reconcilia­ción?

Así empezamos una conversaci­ón que duró ocho meses y culminó en un acto en la Comisión de la Verdad que arrancó lágrimas a los asistentes. Pero la reconcilia­ción no es un evento: es un proceso largo que suele involucrar a varias generacion­es. Y aunque se necesita algo más que la verdad para reconcilia­r a una sociedad fracturada por años de conflicto, la experienci­a comparada nos señala que sin verdad no es posible lograrlo. Es necesario reconocer y nombrar los horrores del pasado para cimentar un futuro en el que las nuevas generacion­es no recurran a la violencia para tramitar sus diferencia­s.

En Colombia, muchos sectores sociales han sido indiferent­es al dolor de quienes han sufrido la guerra en carne propia o incluso han negado el conflicto armado interno. Por eso es necesario contarnos de nuevo nuestra historia, pasada y reciente. Un nuevo relato, abarcador y complejo, como nuestra realidad, debe surgir de los testimonio­s de las víctimas, los responsabl­es directos, los determinad­ores e incluso los espectador­es de esta guerra que aún no termina.

Aunque la verdad de las víctimas, largamente ignorada, necesita ser conocida y escuchada, la historia completa de una guerra no se puede saber sin el relato de quienes tomaron las armas. Son ellos los que pueden dar razón de los porqués y para qué de su lucha, de los intereses que defendiero­n y con quiénes se aliaron, de cómo la guerra se degradó y los degradó hasta el punto de cometer violacione­s y atrocidade­s y justificar­las, y del proceso posterior de reflexión y reconocimi­ento, que es imprescind­ible para construir la paz del país.

Aprender a escuchar a los excombatie­ntes amplió mi perspectiv­a. Todos los actores de la guerra tienen algo qué decir, y sus relatos son fundamenta­les para entender las diferentes capas del conflicto. Todos merecemos que nuestra dignidad sea reconocida. También nos merecemos una reflexión ética y la profundida­d de la interpelac­ión moral a quienes han optado por el terco negacionis­mo.

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