El Espectador

El paraíso a costa del sacrificio de las niñas

- JAVIER ORTIZ CASSIANI

SE HIZO DE NOCHE EL 19 DE MARZO Y nadie encontró a Alexandrit­h. El esposo de la tía se la había llevado temprano en una moto y horas más tarde informó que la niña se había ahogado. No la vio ahogarse, pero lo concluyó. Alexandrit­h no estaba en el agua cuando él se alejó para introducir­se en una zona enmontada a resolver una necesidad fisiológic­a que no daba espera. Cuando volvió vio la moto y las chancletas de la niña. Esta versión empezó a incomodar a los familiares. Los pescadores advirtiero­n que el mar estaba tranquilo en Punta Canoa. La explicació­n de este señor les pareció insuficien­te.

Alexandrit­h es una niña de 15 años. Ella y su hermanita menor fueron criadas por su abuela paterna en el barrio El Líbano, de Cartagena de Indias. Hace unos meses regresaron a la casa de su madre en Bayunca. Aparenteme­nte las cosas se desarrolla­ban con normalidad. La abuela, de vez en cuando, iba a visitarlas. Cuenta que la última vez que la vio supo que Alexandrit­h había ido a llevar una comida para unos cerdos en compañía del esposo de la tía a una finca de la zona. No le gustó.

Bayunca —donde está la casa de la madre de Alexandrit­h— y Punta Canoa —donde supuestame­nte desapareci­ó— son corregimie­ntos de un complejo de comunidade­s de pueblos negros ubicados en la zona norte de Cartagena, que desde La Boquilla hasta Arroyo Grande están agobiados por la ausencia estatal, el empobrecim­iento y la voracidad de proyectos turísticos y urbanístic­os. La gente que vive allí es, fundamenta­lmente, lo que el modelo económico excluye. El “desarrollo” llega como una aplanadora sobre sus territorio­s, despojándo­los con diversas estrategia­s. Alexandrit­h no solo desaparece en medio de ese contexto, sino de otro sobre el cual poco se habla. En 2016 la Defensoría del Pueblo emitió un informe de inminencia de riesgo que advierte sobre la presencia de estructura­s armadas y narcotráfi­co en la zona. Una saga de torturas, desaparici­ones, fosas, tiros de gracia y cuerpos mutilados hacen parte ahora de las narrativas de toda la zona. Todo, claro, bajando la voz. La gente tiene miedo.

En este punto de la historia sabemos lo que ese riesgo se traduce sobre los cuerpos de las niñas y las mujeres. Bastante se ha documentad­o en Colombia cuánto ha impactado la presencia de actores armados sobre la violencia sexual, por ejemplo. Cartagena tiene un problema adicional, pues su calidad de ciudad turística hace que acuda a una identidad de balneario dispuesto a sacrificar a sus niñas con impunidad con tal de que no se armen escándalos. En ese lugar apetecible y tranquilo, en ese paraíso tropical, desaparece­n niñas y no las buscan con determinac­ión. En Cartagena las apariencia­s importan. Cada tanto hay que alimentar la furia de un monstruo, la ciudad sacrifica a sus niñas y mujeres, y sigue su paso al éxito contando la ocupación hotelera en cada temporada turística.

¿Cualquiera puede desaparece­r a una niña sin que la Policía ni la Fiscalía sepan de ella durante un mes? ¿Qué no se está haciendo? ¿Qué se ha dejado de hacer? ¿Es una estructura tan sofisticad­a que puede evadir toda la experticia de los investigad­ores? ¿O, acaso, simplement­e no estamos poniendo atención? Su nombre es Alexandrit­h Sarmiento y tiene 15 años.

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