“Autónomas”
Hoy El Espectador estrena su nuevo formato de pódcast: “Autónomas”, con el que busca abordar la relación de las mujeres y la política desde que se les reconoció el derecho al voto hasta la actualidad.
Hace dos años, en plena carrera por las elecciones regionales en el país, Alejandra Mora, presidenta de la Comisión Interamericana de Mujeres, insistió en la necesidad de que las mujeres acepten que les gusta el poder. Esa reflexión interna por la que pasa cada una y en la que, por lo general, se cuestiona si el lugar de ella es la política o un cargo público la nombra como una “trampa personal”. “Nos da vergüenza decir que nos gusta el poder”, explicó.
Las dificultades para reconocer ese interés individual por el poder, por la política, se responden principalmente por la construcción social en la que las mujeres fueron relegadas al espacio privado, al hogar, a la crianza de los hijos, a la reproducción de la vida, y por las violencias que sufren, no solo dentro de sus casas, sino en la esfera de lo público. Violencias con las que se les dice, de manera simbólica, que la calle, que el Congreso, que la Presidencia, que una alcaldía o una gobernación no es ambiente para ellas.
Pero también los medios tienen un papel por impulsar que más mujeres le digan sí a la política, al abrir una conversación para hablar con ellas, con las que les gusta el poder y con las que toman la gran decisión de estar en el poder y hacer política. Así nació Autónomas, el pódcast de El Espectador que se estrena hoy y que abordará la relación de las mujeres y la política, una relación que se comenzó a entretejer a la par que las mujeres exigieron igualdad en sus hogares para después hacer lo mismo en la sociedad.
Por eso, antes de hablar de derechos políticos de las mujeres, primero hay que reconocer que antes de 1922, por ejemplo, las colombianas casadas no tenían derechos sobre sus ajuares, joyas, vestidos o implementos de trabajo, como una máquina de escribir o un bastidor de bordado, que sus pares eran los niños y que todo lo que ella ganara o hiciera le pertenecía a su esposo o padre.
“Las condiciones de las mujeres eran sumamente restrictivas. Su rol estaba ligado con lo doméstico y estaban confinadas al hogar. En otras palabras, ellas no tenían derechos y no se les reconocía autonomía”, resumió Norma Villarreal, socióloga feminista, sobre la situación de las colombianas desde la consolidación de Colombia como una democracia hasta principios del siglo XX. Por supuesto, entender la integración de la mujer a la vida pública no puede analizarse como un logro aislado o algo que ocurrió de forma azarosa.
La participación de las mujeres en la cadena productiva del país desencadenó en un reclamo por igualdad de condiciones y esas exigencias se lograban materializar en las leyes. Por ende, veían la necesidad de ser reconocidas ciudadanas, de votar por sus candidatos y de aspirar a ocupar un cargo público. Esto no ocurrió solo en Colombia, sino que se replicó en casi todo el mundo. “El movimiento sufragista empezó en una Inglaterra que se estaba transformando a una gran velocidad por la
Revolución Industrial. En esa época, los dueños de empresas preferían contratar a mujeres que a hombres, porque a estas se les podía pagar menos y porque ellas trabajaban pensando en sus hijos, padres o hermanos. Las obreras se comenzaron a acercar a las intelectuales. Aquí ya no había barreras sociales, sino una condición de unión, que era el hecho de ser mujer y la situación que vivían. Lo primero que empezaron a reclamar fue un mejor trato, menos violencia. Después la lucha se centró para que sus voces fueran escuchadas”, explicó la historiadora Claudia Avendaño, sobre la génesis del movimiento feminista para reclamar su derecho al voto.
Que sus voces fueran escuchadas significaba entonces que fueran ciudadanas. Así pues, es necesario contemplar las normativas que salieron antes que dictaron la igualdad entre unos y otras: la Ley 28 de 1932, que les confirió a las mujeres los mismos derechos patrimoniales; los Decretos 227 y 1972 de 1933, con los que se les dio la misma oportunidad de estudiar el bachillerato y hacer una carrera universitaria; el Acto legislativo Nº 1 de 1936, con el que se les permitió a las mujeres ejercer cargos públicos como magistradas, juezas, ministras y gobernadoras.
Aquel que reconoció la plena igualdad entre hombres y mujeres fue el Acto legislativo Nº 3 de 1954, con el que se les dio la posibilidad a las colombianas de elegir y ser elegidas, y se comenzó el proceso de cedulación de la población femenina. Esto, por supuesto, no fue un logro otorgado por la administración de turno, que en ese entonces recaía sobre el general Gustavo Rojas Pinilla, sino por el trabajo organizado de las mujeres.
“Las mujeres decidieron organizarse y se creó la Unión Femenina, que fue conformada por militantes de los partidos Liberal y Conservador, y la Alianza Femenina, que era una organización de mujeres socialistas. Entre la Unión y la Alianza empezaron a exigir el derecho al voto. Eso significó que las mujeres, por encima de los intereses, tenían la capacidad de organizarse y hacer incidencia política. A partir de ahí se inició un proceso que se vio estancado tras la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948, y que se retomó en 1952”, recordó Villarreal.
El relato de las mujeres y sus derechos políticos no terminó con el voto, lo que vino después fue el entendimiento de las colombianas de sus derechos y el de la misma sociedad, tras 135 años de historia democrática sin que ellas fueran parte de esta. Desde aquel 1954 hasta 1991, cuando se proclamó la nueva Constitución y en la que se consagró la absoluta igualdad, la participación de las mujeres en el Congreso no superó el umbral del 5 %. Hoy en día las mujeres han llegado a un techo de cristal del 20 %, cuando hay leyes que determinan un 30 %. Todavía queda mucho y para las próximas elecciones los partidos tendrán el reto de presentar listas paritarias, con el compromiso de hacer que la participación política de las mujeres sea efectiva. Autónomas quiere ser testigo de lo ya acontecido y de lo que pasará.