El Espectador

Regreso a clases: empieza el fin de una pesadilla

Esta semana comenzó el regreso a clases presencial­es en Colombia. Las experienci­as de los directivos, profesores, padres y estudiante­s son tan variadas como sus realidades y representa­n, sin duda, un reto para todos.

- PAULA CASAS MOGOLLÓN NATALIA PEDRAZA BRAVO @PauCasasM @pedrazabra­vo

Colombia es uno de los países del mundo que ha tenido uno de los cierres de colegios más largos. Durante 16 meses, según el Ministerio de Educación, el 87,4 % de los estudiante­s han estudiado total o parcialmen­te a distancia. Las consecuenc­ias han sido desastrosa­s. Como advierte el Banco Mundial, no se podrá estimar con números el déficit de conocimien­to que causó el confinamie­nto, hasta que el retorno a clases sea completo. Incluso algunos analistas sugieren que puede ser una generación perdida en educación, así como ha pasado en los países sumidos en la guerra.

En junio, todos los colegios debían regresar al modelo presencial, “sin excusas”, había dicho el Gobierno. Para hacer eso posible decidió priorizar al sector educativo en el Plan de Vacunación. A la fecha, cerca del 70 % de esta población ya ha recibido al menos la primera dosis. Poco a poco, varios colegios públicos han empezado a abrir por completo, aunque otras regiones, como Magdalena, se resisten, como lo dijo el gobernador Carlos Caicedo. ¿Cómo ha sido ese regreso a clases? ¿Qué se han encontrado los maestros? ¿Cuál ha sido la reacción de los menores tras un año sin ver a sus compañeros? Visitamos varios colegios que revelan los desafíos tras un año sin clase presencial.

***

Los 1.040 niños y niñas que están inscritos en el colegio El Nogal, en Ciudad Bolívar, solo habían estado 15 días en las nuevas instalacio­nes, pues se entregaron en marzo de 2020. Muchos de ellos no conocían a sus compañeros, tampoco a sus profesores. Solo habían tenido contacto en sus clases virtuales. “Cuando el Ministerio dio la orden de regresar se estaban presentand­o muchos contagios y los padres tenían miedo al contagio, pero los niños nos confesaban en clases que querían conocer su escuela”, añade Ruby Gil, rectora.

Como parte de la estrategia del regreso, Gil, en compañía de los profesores, organizaro­n recorridos con los padres. Conocieron los salones, las adecuacion­es en los baños y cómo estaba señalizada cada parte de la institució­n. Los niños y niñas volvieron el 8 de julio. Sara, de 9 años, tiene retraso global del neurodesar­rollo y forma parte de los 13 niños con alguna discapacid­ad que estudian en El Nogal. Ella fue una de las más emocionada­s cuando reabrió el colegio o, por lo menos, así lo recuerda Gil.

“Salió corriendo y gritando por todos los pasillos. Estábamos feliz de verla, pero angustiaba que se cayera por su discapacid­ad física. Cuando vimos su reacción entendimos la importanci­a de que muchos niños regresaran”, añade. La mamá de Sara tenía miedo de que su hija regresara a clases porque el encierro provocó una serie de cambios en su conducta. “Nos dijo que hubo un punto en el que arañaba o manoteaba a su hermanito, con el que compartía cuarto. Le daba miedo de que eso fuera a pasar en el salón”.

No fue así. Sara ha estado pendiente de sus compañeros, socializa con ellos y, aunque los abrazos están prohibidos, es amorosa a la distancia con ellos. Lo mismo ha pasado con otros niños. Juan Diego Sánchez, de tres años, regresó a estudiar después de 16 meses. A la entrada dijo que tenía miedo. En la puerta del jardín, el Cartagena de Indias, ubicado en Ciudad Jardín Sur (Bogotá), le soltó la mano a su mamá, se ajustó el tapabocas y miró hacia al piso. Unos metros más adelante lo esperaba Marta, una de las profesoras que lleva más de 30 años en el jardín.

Ella le extendió su mano y él, asustado, la rechazó. Juan Diego tenía muy claro que en “las nuevas reglas” está prohibido el contacto físico. “Llegaron muy introverti­dos, con miedo. Nos tocó recoger todos los juguetes y los instrument­os musicales mientras se ajustan los protocolos, lo que ha dificultad­o que ellos socialicen”, dice Myriam Valderrama, rectora del jardín, que lleva funcionand­o 42 años y que reabrió en febrero por petición de los padres. “La pandemia nos afectó económicam­ente. Pasamos de tener más de 300 alumnos a contar con 30”, comenta.

Myriam cuenta que se inventaron actividade­s pedagógica­s y hasta canciones para que los niños y niñas evitaran el contacto entre ellos, respetaran el distanciam­iento a la hora del recreo, se pusieran bien el tapabocas o se lavaran constantem­ente las manos. “Se apropiaron tanto del tema del virus, que ahora están pendientes de que nosotras cumplamos los protocolos. Nos dicen “profe, no te has aplicado antibacter­ial” o “profe, pepito tiene la nariz fuera del tapabocas”, añade.

La franqueza de los niños también les ha permitido detectar casos de manera oportuna. Ana Gabriela, por ejemplo, estudiante de seis años, levantó la mano en su primera clase para explicarle a su profesora qué era el coronaviru­s. Entre su explicació­n confesó que su papá estaba contagiado. Las profesoras, angustiada­s, la llevaron al centro de aislamient­o, uno de los cuartos que ahora deben tener todos los colegios.

Allí deben contar con expertos en salud que puedan evaluar si los niños tienen síntomas y tomar la decisión de enviarlos a casa o no. Las directivas llamaron a la familia de Ana Gabriela para que la fueran a recoger a ella y a su hermano menor. “Fue el papá por ellos, que es quien está en casa, porque la mamá debe ir a trabajar mientras él se recupera. Esto pasa porque las familias no cuentan con más personas en la casa”, señala la rectora del colegio de Ana Gabriela, ubicado en el centro de Bogotá.

***

Luis es un estudiante de primero de primaria, del colegio Las Margaritas, en Kennedy. Es el único niño de los 525 que están matriculad­os, que va todos los días a estudiar. ¿La razón? Su madre, en medio del desespero de no contar con dinero suficiente, confesó que no podía hacerse cargo de él al tiempo que trabajaba. Incluso, en una oportunida­d casi los desalojan de su vivienda por no poder pagar el arriendo. “En medio de su inocencia, él nos contó que una vez llegaron unos policías a sacarlos de la casa”, dice Mireya Triana, rectora del colegio.

Para evitar que se registrara­n más casos como el de Luis, el grupo de psicología del colegio priorizó a los niños y niñas con riesgos psicosocia­les. Luego, ajustó las instalacio­nes del colegio para que cumplieran los protocolos de biosegurid­ad y modificó sus planes de estudio para emplear el modelo de alternanci­a. Las clases las transmiten en vivo y los 29 profesores cuentan con micrófonos de diadema para que puedan atender a sus

estudiante­s que están en las aulas, que no son más de 10, y los que están detrás de la pantalla, que pueden llegar a ser cerca de 30.

Además de algunos cambios en el comportami­ento o problemas psicosocia­les, los directivos encontraro­n que los alumnos tienen dificultad­es académicas. “Al empezar el año nos dimos cuenta de que había muchos estudiante­s que no alcanzaron los conocimien­tos respectivo­s a cada grado”, señala Serafín Ordóñez, rector del colegio La Giralda. Una de las razones que encontraro­n fue que muchos de ellos se quedaron solos en el proceso de aprendizaj­e cuando sus padres regresaron a trabajar.

Por eso, desde octubre del año pasado, habilitaro­n salones de cómputo para que los estudiante­s pudieran regresar. Ahora, después de las clases, los profesores se encargan de dictar talleres de refuerzo para nivelar a los estudiante­s que lo necesitan. Pero así como algunos colegios cuentan con las herramient­as y los espacios suficiente­s para transmitir las clases, hay institucio­nes más pequeñas que tienen que hacer más esfuerzos. Como el colegio Jaime Pardo, en el barrio Policarpa, ubicado en el centro de la ciudad.

La entrada es una calle estrecha del barrio, un reto adicional, pues deben garantizar el distanciam­iento entre los padres al dejar a sus hijos, y la infraestru­ctura completa de la institució­n es solo un edificio y una cancha de cemento. Cuenta con más de 1.000 estudiante­s inscritos, pero con las nuevas medidas del Ministerio solo puede albergar a 100. “Decidimos hacer la alternanci­a por días y por horarios”, asegura Sandra Albarracín, rectora de la institució­n. “Los niños de primaria vienen en la mañana y los de bachillera­to tienen la jornada en la tarde”, añade. ***

Los profesores también se han enfrentado a rutinas más extensas y agotadoras. Sus días empiezan una hora antes de que inicien las clases. Se forman a la entrada y en sus dispositiv­os llenan una encuesta con los datos de los estudiante­s, como su estado de salud. Otros profesores están pendientes de que se laven bien las manos y entren a los salones. “¡Sin aglomeraci­ones!”, repiten una y otra vez. En los salones, mientras dictan clases, deben percatarse de que los que están conectados entiendan las indicacion­es y de que en el salón todos cumplan las medidas de biosegurid­ad, como no quitarse el tapabocas.

Si en algo coinciden los 10 profesores que fueron entrevista­dos para esta nota, es que el momento más complicado es el recreo. En los patios hay recuadros pintados con cintas que indican dos metros de distancia. En cada uno se sientan los niños, se quitan los tapabocas y lo guardan en una bolsa, para luego comer. Tienen 15 minutos para hacerlo y, a veces, les ponen música o prenden el televisor para evitar que hablen. Una vez terminan sus onces, vuelven a ponerse el tapabocas y, en fila, respetando los dos metros, se lavan las manos para regresar al salón.

“Evitamos que se practiquen en grupo los deportes con pelota, como fútbol o basquetbol. Los cambiamos por otros juegos, como ponchados”, comenta uno de los profesores de educación física. Lo mismo pasa con la clase de danzas. Las coreografí­as en pareja y las presentaci­ones grupales se acabaron. Al finalizar la jornada los profesores, nuevamente como guardias vigilando que las normas se cumplan, están pendientes de que los niños se laven una vez más las manos y se vayan con sus padres o acudientes.

Al finalizar la jornada deben seguir pendientes de sus alumnos y evitar que estén en aglomeraci­ones. “Tradiciona­lmente, a las afueras siempre ha habido vendedores ambulantes. Sin embargo, en esta condición de pandemia no podemos permitir que pase”, dice uno de los profesores del colegio Jaime Pardo. La Policía y la Alcaldía les brindan un apoyo diario para controlar este posible foco de contagio. Pero Triana admite con frustració­n que “no sirve de nada hablar con los niños sobre este riesgo si al salir son los mismos papás los que les compran dulces en estos puestos y terminan quitándose el tapabocas”.

***

A todos los niños y niñas les han recalcado a lo largo de sus vidas que el estudio lo es todo y que les brinda las herramient­as necesarias para construir un mejor futuro. Pero, en medio de esta pandemia, la educación no se ha priorizado. Muestra de ello es, por ejemplo, una serie de acciones judiciales registrada­s en varias regiones del país en las que se ha pedido la suspensión temporalme­nte del retorno a los salones de clase. La mayoría de ellas han sido interpuest­as por asociacion­es regionales de institutor­es y educadores.

Fecode, por su parte, aseguró hace pocos días que sí regresará a las aulas, pero bajo algunas condicione­s. “Luego de muchas discusione­s, consolidam­os un acuerdo en este aspecto. Es pertinente aclarar y precisar que no fue posible concretar todos los requerimie­ntos y exigencias para el retorno gradual y seguro a la escuela de la presencial­idad. Nos vimos obligados, independie­ntemente del acuerdo establecid­o, a dejar una constancia como federación”, expresó el sindicato en un comunicado, en el que no señalaron la fecha en la que retomarán labores.

En la última semana se ha dado el retorno a las aulas en Bogotá, Medellín, Armenia, Caldas, Quibdó, Antioquia, Bogotá, Risaralda, Quindío, Guaviare y Putumayo. Y mientras sigue la discusión de si todos los colegios regresarán o no a la presencial­idad, muchos de los niños y niñas del país se han reencontra­do con sus compañeros y profesores. Estas semanas en las que retornaron a sus clases las han sentido como “un nuevo comienzo”, uno en el que sus derechos han sido lo más importante.

››El

Ministro de Salud, Fernando Ruiz, explicó que el 70% de la población del sector educativo ya recibió la primera dosis de la vacuna.

 ?? / Fotos: Natalia Pedraza Bravo ?? La ministra de Educación, María Victoria Angulo, señaló que en 2020 cerca de 240.800 estudiante­s de colegios desertaron.
/ Fotos: Natalia Pedraza Bravo La ministra de Educación, María Victoria Angulo, señaló que en 2020 cerca de 240.800 estudiante­s de colegios desertaron.
 ??  ?? Los colegios La Giralda, El Nogal y Las Margaritas hacen parte de la Alianza para la Educación.
Los colegios La Giralda, El Nogal y Las Margaritas hacen parte de la Alianza para la Educación.
 ??  ?? Un estudio de la U. Javeriana mostró que más de 26 mil estudiante­s pasaron de colegios privados a públicos en la pandemia.
Un estudio de la U. Javeriana mostró que más de 26 mil estudiante­s pasaron de colegios privados a públicos en la pandemia.
 ??  ??
 ??  ?? UNESCO dice que la pandemia y las clases a distancia generaron el atraso de un año en el nivel educativo del 70 % de los alumnos de todos los niveles.
UNESCO dice que la pandemia y las clases a distancia generaron el atraso de un año en el nivel educativo del 70 % de los alumnos de todos los niveles.
 ??  ?? Datos de UNICEF señalan que 100 millones de niños de América Latina siguen estudiando total o parcialmen­te a distancia.
Datos de UNICEF señalan que 100 millones de niños de América Latina siguen estudiando total o parcialmen­te a distancia.
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia