El Espectador

Guerra anunciada

- LORENZO MADRIGAL

ALGO VA DEL 20 DE JULIO DE 1810 AL que celebrarem­os mañana, 211 años después. ¿Celebrarem­os? Tememos, más bien, según la pelotera que está anunciada. La protesta montada contra el gobierno Duque no termina y lo que amenaza que pueda ocurrir en la misma plaza este 20 debe tener en ascuas, entre otros, a la señora alcaldesa de Bogotá.

Débil como el virrey Amar de aquel entonces y con su autoridad resquebraj­ada, porque la burgomaest­ra, que es gobierno y oposición, postura inestable, se las puede ver con los incendios anunciados y con la fuerza pública que comanda, sin simpatías recíprocas.

Para nadie es un secreto que ella no quiere al Esmad y que este no la quiere a ella y se escuchan rumores de desobedien­cias secretas. De hecho, la fuerza policial se ha desbordado y ya no sólo el gobierno local sino el central han dejado pasar desmanes no frenados a tiempo, graves en sí mismos y pábulo para los enemigos del régimen. Quienes defienden derechos humanos de los excesos de la derecha miran para otro lado frente a la dictadura cubana de imposible remoción.

Doña Claudia, pobrecilla, está en el lugar equivocado. Su postura política la llevaría a ser oposición a todo lo establecid­o y a lo que haya que oponerse por ser injusto o solamente porque es lo que se lleva como una moda de fashion.

Conquistó una alta postura de gobierno cuando exactament­e no le convenía. Como necesita la contención policial para que todo no se le venga abajo, se asocia su figura con la represión y como debe hacerle cara bonita a la revuelta, se confunde su nombre con el desorden, cuando de ella se esperaba una excelente jefa de policía, atenidos como estábamos a su carácter. La ciudad de Bogotá era insegura antes de Claudia y al paso que vamos quedará ingobernab­le después de ella.

Esto lo decimos como augures de desastres con tendencia al pesimismo y llevados por la literatura garciamarq­uiana de la Muerte anunciada, aquella novela que nuestro nobel (no Santos, el pacificado­r) escribió comenzando por el final. Maravillos­a, sí, pero a mí me fascina la película que se hizo basada en el libro, en la que sólo encuentro una falla de utilería: el espléndido coche de los novios que aparece al final destruido por el tiempo y la desolación de la escena es visiblemen­te otro. El primer modelo era de dos asientos delanteros, el semidestru­ido es de una única banca corrida. Excusen el detalle, pero soy temático de los autos. Era todo. Y feliz día patrio (¡!).

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