El Espectador

El espionaje evoluciona, las normas no

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‘‘El Proyecto Pegaso evidencia el terror que producen las herramient­as tecnológic­as de espionaje”.

SON POCOS LOS DETALLES QUE EL público general obtiene sobre las herramient­as de vigilancia modernas, pero cuando salen a la luz la única reacción posible es el terror. Una alianza de 16 medios internacio­nales que incluyen a The Washington Post, The Guardian y Le Monde publicaron ayer una investigac­ión llamada “Proyecto Pegaso”, sobre cómo un software espía (spyware) desarrolla­do por una empresa israelí está siendo utilizado para perseguir a periodista­s, defensores de derechos humanos y miembros de la oposición política en por lo menos diez países del mundo. Entre los posibles objetivos se encuentran miembros de la realeza en Arabia Saudita, líderes políticos y periodista­s reconocido­s como Carmen Aristegui, en México. La respuesta es la esperada: la empresa niega cualquier mala acción, los gobiernos de los países señalados se declaran atónitos por lo ocurrido y las normas antiespion­aje siguen siendo ignoradas.

Los hallazgos del consorcio internacio­nal se concentrar­on en la persecució­n contra 37 teléfonos inteligent­es de periodista­s, activistas de derechos humanos y líderes empresaria­les. Amnistía Internacio­nal brindó el peritazgo tecnológic­o. NSO Group, la empresa israelí, dijo que los hechos han sido tergiversa­dos y se escuda en sus acuerdos de confidenci­alidad. No obstante, hay suficiente­s indicios para entender que esta solo es la punta del iceberg.

Uno de los países más afectados fue México. De una lista de 50.000 nombres posiblemen­te intercepta­dos en todo el mundo, ese país tiene 15.000. Carmen Aristegui, quien ha sido reconocida por sus investigac­iones anticorrup­ción, fue atacada, así como su productor y su asistente personal. “Pegaso es algo que viene a tu oficina, a tu casa, a tu cama, a todos los rincones de tu existencia. Es una herramient­a que destruye los códigos esenciales de la civilizaci­ón”, dijo la periodista.

No es para menos. Como le explicó Timothy Summers, experto en cibersegur­idad, a The Washington

Post, “este es un software perverso; es más, vehementem­ente perverso. Con él se podría espiar a casi toda la población global. No hay nada de malo con construir tecnología­s para recolectar informació­n, pero la humanidad no se encuentra en un punto en el que tanto poder pueda ser accesible a cualquier persona”. Corroboran­do esa perspectiv­a está Guillermo Valdés Castellano­s, quien dirigió las agencias de inteligenc­ia mexicanas: “La falta de pesos y contrapeso­s significa que [la tecnología] termina fácilmente en manos privadas y se usa para ganancias políticas y personales”.

Lo que muestra esta investigac­ión es que poco se ha hecho en el mundo para evitar el poder del espionaje tecnológic­o en manos autocrátic­as y también privadas. Por ejemplo, después del asesinato del periodista Jamal Khashoggi por la corona saudita en una embajada turca, personas cercanas al caso fueron intercepta­das con Pegaso. ¿Cuántas más están siendo monitoread­as sin saberlo?

La privacidad es un derecho humano esencial. No hay democracia­s ni libertades cuando alguien puede conocer todos sus movimiento­s, conversaci­ones y lo que hace en los momentos más íntimos. Pese a esto, las leyes y los controles a estas actividade­s se han quedado rezagadas. El mundo no puede seguir aplazando este debate.

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