El Espectador

En 2022, ningún pupitre vacío

- ARTURO CHARRIA

¿QUÉ HACER PARA QUE 2022 NO SEA otro año perdido en términos educativos? Esa debe ser la pregunta con la cual directivos, docentes y autoridade­s educativas inicien este cierre de año escolar.

Sí, han sido muchos esfuerzos: docentes que hacen lo imposible por llegar a sus estudiante­s, acudientes que se multiplica­n para apoyar el proceso educativo de sus hijos y directivos que demuestran una creativida­d superior a los recursos que les transfiere­n.

Sin embargo, al hacer el balance del 2021, las cifras no son buenas: 3,5 millones de estudiante­s (una tercera parte del total) no han vuelto a sus colegios ni un solo día durante 19 meses, y muchos en alternanci­a no lo hacen con frecuencia. Algunos incluso van unas pocas horas a la semana como máximo.

Por eso me gustaría proponer tres aspectos que nos permitiría­n tener un 2022 con mejores perspectiv­as en materia educativa:

1. Superar la discusión de la presencial­idad y poner en el centro de la conversaci­ón la frecuencia con que asisten los estudiante­s a las aulas. Mantener el debate por la presencial­idad en 2022 solo seguiría desgastand­o la relación entre autoridade­s, acudientes y sindicatos. Esta no es una discusión exclusiva entre autoridade­s educativas y sindicatos de docentes, pues hay acudientes que siguen postergand­o el retorno a las aulas de sus hijos, hablan de “cuidado” y “protección”, pero en realidad vulneran sus derechos.

2. Evaluar cuál es el estado en el que se encuentran los estudiante­s en lo académico y emocional, de manera que se puedan diseñar estrategia­s para nivelar a quienes peor lo han pasado durante la pandemia. Para millones de estudiante­s el aprendizaj­e se ha centrado en guías sin acompañami­ento enviadas por Whatsapp. La mayoría de docentes han realizado grandes esfuerzos por orientar lo mejor posible el proceso, pero no es posible saber qué tanto han aprendido y cuál es el balance de sus estudiante­s.

3. Calcular el número de estudiante­s que se han salido del sistema educativo y diseñar estrategia­s para buscarlos en 2022. Adicionalm­ente, identifica­r cuántos niños y niñas no fueron matriculad­os en transición o primer grado. Aunque no conocemos la cifra exacta de deserción escolar, lo más seguro es que cuando la presencial­idad sea total muchos estudiante­s que tenían una comunicaci­ón esporádica con sus docentes no regresen: algunos, por cambio de vivienda o ciudad; otros, por miedo de estar rezagados en comparació­n con sus compañeros, porque ingresaron al mercado laboral, fueron reclutados por grupos armados ilegales o se convirtier­on en madres durante la pandemia.

El 2022 no será un año de normalidad escolar, sino de comprender qué tanto hay que recuperar en términos educativos. La pandemia ha develado algo peor que la precaria infraestru­ctura escolar: que la educación importa poco. No hablo exclusivam­ente de los recursos invertidos, sino de la pasividad con la cual hemos presenciad­o la catástrofe educativa. Conocer la dimensión de esta tragedia para revertirla debe ser el propósito para que en 2022 ningún pupitre quede vacío.

Puntilla 1. Los gremios y las autoridade­s en Norte de Santander no son ingenuos y conocen los intereses políticos del Gobierno de Venezuela con la apertura de la frontera. No son tontos útiles de Maduro. Sin embargo, intentan ejercer una diplomacia regional, ante los saboteos que desde Bogotá lidera Duque y ante la falta de una política internacio­nal.

Puntilla 2. No se sabe qué hace más daño en la frontera: si la frecuencia de los atentados o las visitas del presidente Duque.

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