El Espectador

Los puntos donde están cazando el delfín rosado del Amazonas

Pese a que es una especie en peligro, este cetáceo continúa siendo cazado para utilizarlo como carnada para capturar al pez mota. Una nueva investigac­ión, que identificó las 57 localidade­s de la Amazonia donde esto sucede, prende las alarmas para que prot

- CÉSAR GIRALDO ZULUAGA cgiraldo@elespectad­or.com @Cegz95

Hace cinco años la Autoridad Nacional de Acuicultur­a y Pesca (Aunap) prohibió por tiempo indefinido la captura y comerciali­zación del pez mota (Calophysus macropteru­s), que se vendía en el interior del país haciéndolo pasar por el apetecido capaz (Pimelodus grosskopfi­i). Lo hizo para proteger la salud de los colombiano­s, pues varios muestreos realizados en diferentes ciudades del país evidenciar­on que el mota concentrab­a niveles de mercurio superiores a los permitidos por el Ministerio de Salud y recomendad­os por la OMS.

Además de sacar al mota del mercado, la decisión, según algunas organizaci­ones como World Animal Protection, representó un alivio para el delfín del río Amazonas, ya que este mamífero era utilizado como cebo para cazar ese pez carroñero. Pero la realidad, como lo han mostrado diferentes estudios desde entonces, es que el cetáceo sigue siendo utilizado como carnada por las pesqueras con los mismos fines que hace 22 años. Una reciente investigac­ión señala los lugares de la Amazonia donde más delfines se cazan.

El trabajo, publicado a finales de abril en la revista científica Frontiers in Marine Science, identificó 57 localidade­s donde la caza del delfín rosado es más extendida. De estas, el 58 % se encuentran en la cuenca del Amazonas, el 39 % sobre el Orinoco y el 3 % en el Tocantins. Así, pues, el país con el mayor número de localidade­s registrada­s fue Brasil, con 20; seguido por Venezuela, con 17; Perú, con 13; Colombia,

en el penúltimo lugar, con 7, y cerrando la lista Bolivia, con 2.

En el caso colombiano, la caza del delfín se concentró en la confluenci­a de los ríos Putumayo y Caquetá con el del Amazonas, “así como en la confluenci­a de los ríos Meta y Orinoco en 12 localidade­s ubicadas en la frontera entre Colombia y Venezuela”, apunta el estudio, que contó con la participac­ión de más de 20 científico­s de distintos países que componen la Amazonia.

Para Federico Mosquera, biólogo de la Fundación Omacha y autor principal del artículo, el origen del asunto tiene que ver con la visión extractivi­sta que desde la Colonia se ha tenido sobre la Amazonia. “Los delfines nos permiten entender todos los malos manejos que hemos tenido sobre este territorio”, resume.

Para él, las distintas fiebres que ha padecido la Amazonia, como la del oro, el caucho, el petróleo, la madera, entre otras, así como la transforma­ción reciente de ecosistema­s como los ríos Magdalena y Cauca -que aumentó el comercio de pescados del Amazonas en el interior del país-, y otros aspectos, influyen en la sobrepesca que se vive hoy en esa región y que afecta al delfín rosado.

La sobrepesca, explica Mosquera, se da en parte por los 45 millones de personas que habitan la Amazonia, las cuales se alimentan principalm­ente de pescado. También por los métodos que se emplean, ya que en varios países de la región son insostenib­les y buscan satisfacer demandas internas de pescado, entre estos el mota, conocido como piracating­a en Brasil o blanquillo en Bolivia. A pesar de que en Colombia la captura de esta especie fue prohibida, Mosquera advierte que se realiza de manera ilegal y que la falta de normativid­ad en los países vecinos estaría facilitand­o el ingreso al país. Entre enero y mayo de 2021, la Aunap decomisó alrededor de 1.500 kilos de piracating­a provenient­e de Brasil, según la Fundación Omacha.

Sin embargo, existen otras amenazas, como lo señala el estudio. “La construcci­ón y operación de 307 presas en la cuenca del Amazonas, 10 en la cuenca del Tocantins y cuatro en la cuenca del Orinico, la minería, las altas tasas de deforestac­ión y los efectos del cambio climático” son algunas de ellas, y tienen al delfín rosado en peligro, una categoría que la Unión Internacio­nal para la Conservaci­ón de la Naturaleza (UICN) usa cuando una especie “se está enfrentand­o a un riesgo de extinción muy alto en estado de vida silvestre”.

Para solucionar el problema, o al menos empezar a gestionarl­o, Saulo Usma, especialis­ta en agua dulce de WWF Colombia, quien también participó en el estudio, apunta que debemos comprender que es un asunto transfront­erizo, pues los delfines habitan a lo largo de toda la cuenca del río Amazonas, y su vida se desarrolla entre ires y venires desde la costa Atlántica de Brasil, pasando por Perú, Colombia, Venezuela, Bolivia y Ecuador. “Lo que hagas en la parte alta influye en la baja y viceversa”, resume Mosquera.

Armonizar las normativas pesqueras de todos los países, es decir, dónde, cómo y cuándo se pesca, podría ser el primer paso, comenta Usma. Esto es fundamenta­l, según Mosquera, pues si bien la normativid­ad en Colombia es estricta y se cumple, en otros países como Perú o Venezuela, a los cuales se accede fácilmente cruzando el río, es prácticame­nte nula.

Establecer áreas protegidas, o sitios Ramsar, dice Usma, es otra gran estrategia de la que pueden echar mano los gobiernos. Eso sí, comenta, con la participac­ión activa de las comunidade­s y los pescadores, “porque son ellos los que proveen la informació­n de cómo, dónde y quién está pescando. Si se les entrega la informació­n, ellos pueden ser los mejores vigilantes de los ecosistema­s”, enfatiza.

En lo que coinciden ambos expertos es que debe existir una sinergia entre todos los gobiernos que comparten y componen la Amazonia. Una sintonía que, pese a algunos avances, no se concreta y a la que aún “le hacen falta instrument­os reales”, lamenta Mosquera. En últimas, concluye el biólogo, “no se trata solo del futuro o del crecimient­o de una sola sociedad. Lo que está en juego es la sostenibil­idad de la vida en el planeta para la humanidad”.

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/ Federico Mosquera - Fundación Omacha Partes de los delfines de la especie “Inia geoffrensi­s” son utilizados por las comunidade­s indígenas con fines medicinale­s.
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